Opinión

Pluralismo y obediencia al papa

Estamos observando alguna oposición al papa por parte de algunos de quienes se esperaba más fidelidad y ayuda en las reformas que pretende introducir en la Iglesia. La comunidad eclesial es un ser vivo y como tal admite mutaciones y sobre todo adaptaciones e incluso con lo que se llama evolución del dogma, sobre lo que tenía ya casi preparado un trabajo el obispo Temiño cuando falleció. El P. José María Castillo, SI, llega a afirmar algo tan grave como esto: "Müller no sólo se opone al papa, sino además al Concilio Vaticano II". Como es sabido, el cardenal Müller, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ha dicho en Madrid y Oviedo que los divorciados vueltos a casar están excomulgados. Pero, dado que esta excomunión no consta en el vigente Código de Derecho Canónico, el cardenal ha precisado su afirmación distinguiendo entre una "excomunión canónica" (que no sería el caso de los divorciados vueltos a casar) y una "excomunión sacramental", que consistiría en negar la eucaristía a los divorciados "que viven una nueva unión". Con lo que el cardenal ha afirmado, según el P. Castillo, lo contrario de lo que ha dice el papa en "Amoris laetitia" (nº 243).

El cardenal Müller, para justificar su enfrentamiento con el papa, ha dicho que él no es una copia servil del pontífice, “sino que está en el cargo para servir con su cabeza". Hay que tener en cuenta que el Vaticano II afirma que los obispos, "junto con su cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza", son sujeto de suprema potestad en la Iglesia" (LG 22, 3). 

En todo este asunto, lo que está en juego es la felicidad o la desgracia de miles de familias, que, por causa de situaciones muy difíciles y muchas veces sin culpa de nadie, tienen que soportar los daños irreparables que se siguen. En cualquier estudio bien documentado de teología de los sacramentos, se nos dice que en los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos seguían los mismos condicionamientos y usos por lo que concierne al casamiento que el contorno pagano. Y se sabe con seguridad que esta situación duró así, por lo menos, hasta el siglo IV (J. Duss-Von Werdt, Myst. Sal., IV/2, 411). La evolución del dogma "al principio no fue así", dice San Pablo.

Y todavía dos indicaciones importantes. Ante todo, la teología de los siete sacramentos, incluido el matrimonio, no se elaboró hasta mediado el s. XII. Y en segundo lugar, cuando se habla de estos temas, se debería tener presente que los cánones de la Sesión VII del Concilio de Trento, en los que se afirma la enseñanza oficial de la Iglesia sobre los siete sacramentos (DH 1600-1630), no son definiciones dogmáticas y, por tanto, no proponen una "doctrina de fe". Porque, a la pregunta de si lo que se condenaba eran "herejías" o "errores", los padres conciliares no llegaron a ponerse de acuerdo. De ahí que, en el Proemio se dice que esos cánones se proponen "para eliminar los errores y extirpar las herejías" (DH 1600).

Por lo tanto, los cánones de Trento no dan de sí para concluir con pronunciamientos indiscutibles. Y menos aún, infalibles. En cualquier caso, la tan repetida "constante tradición de la Iglesia" no es tal. Ni la tradición de la que disponemos justifica excomuniones, ni canónicas ni sacramentales. A no ser que pretendamos hacer de la Iglesia una oficina de desprecios y humillaciones, que no llevarán a la gente a unirse más a esta Iglesia, sino a alejarse más de ella.

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