ANÁLISIS

Los presupuestos de Italia traen problemas que vienen de lejos

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En los últimos días, Italia y España han estado negociando sus presupuestos en Europa. Más allá de la consideración y opinión que, en el caso de España, pueda merecer el presupuesto,  es el borrador de las cuentas públicas italianas el que supone un desafío para las autoridades europeas en un momento clave para una estabilidad del continente que se juega en muchos frentes. Tanto es así que las advertencias mutuas entre la Comisión Europea y el Gobierno de Italia pueden enrarecer el ambiente político y económico a escala global dentro de la UE y generar un nuevo riesgo sistémico

La Comisión Europea ha enviado esta semana una carta formal al Gobierno italiano para advertirle de un serio incumplimiento de los límites de déficit y por lo tanto también de contención de la deuda dentro de las recomendaciones incluidas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, con la consiguiente posibilidad de rechazo en caso de no darse una rectificación. 

El problema es más profundo que una simple discusión sobre contabilidad. La filosofía de la coalición que gobierna Italia incluye un capítulo fundamental de antieuropeismo, con un formato de confrontación y exaltación del enemigo de la patria dentro del propio continente. El desprecio de la autoridad que pueda pretender Bruselas también es notorio en el discurso. A modo de ejemplo, Matteo Salvini, Vicepresidente y ministro del Interior, ha manifestado que su país sólo negocia con gente sobria, en alusión a Jean Claude Junker, presidente de la Comisión Europea. A corto plazo, esta estrategia política puede dar sus frutos ante un electorado que observa como al país le va mal cuando a los demás le va mal, pero que no remonta cuando a sus vecinos europeos les empieza a ir mejor. 

PROBLEMAS ANTIGUOS

Italia arrastra problemas desde hace tiempo. Presenta la mayor deuda pública de la Unión Europea, solo por detrás de Grecia. Ya antes de la crisis, la deuda pública rozaba el 100% del PIB, alcanzando a día de hoy el 132%. En cuanto al crecimiento, también se sitúa a la cola de Europa en el acumulado de este siglo. El PIB per cápita en el año 2000 se situaba en torno a los  20.000 euros, claramente por encima de la Eurozona y solo 4.000 euros por debajo de Alemania. Diecisiete años más tarde el valor nominal de la renta no alcanza los 29.000 euros, ya por debajo de los 30.000 euros de la media de la Eurozona y muy lejos de los casi 40.000 que alcanza Alemania. Las expectativas a futuro no son mejores y las revisiones a la baja de las diferentes proyecciones acercan el avance del PIB al umbral del 1% para este año y el que viene. Si analizamos la productividad, tampoco tiene buena nota y a los malos resultados globales en el terreno productivo se le une una creciente heterogeneidad territorial, con zonas del sur del país que parecen haber perdido el tren del progreso. Si a este marco global le unimos una demografía en declive en línea con el envejecimiento que experimenta gran parte del continente, el panorama no es alentador. El caldo de cultivo para que la gente preste oído a promesas de cambio está servido y los discursos agresivos y de búsqueda de culpables en el exterior también encuentran su público. Todo parece indicar que desde hace muchos años algo no funciona en Italia, más allá de que la gestión de la crisis por parte de las autoridades europeas quizás tampoco fue la adecuada.    

En este contexto, el nuevo gobierno italiano, formado por una variopinta coalición entre un frente nacional y un partido antisistema, sabe que puede cimentar el respaldo electoral con un discurso basado más en las emociones que en fórmulas innovadoras de gestión incluidas en las promesas electorales y que todavía están por ver. También es consciente de que cuenta con tiempo porque existe la percepción de que Italia es demasiado grande para quebrar y la paciencia de la UE puede ser mayor, teniendo en cuenta el creciente cuestionamiento del proyecto europeo, el Brexit o cierta rebeldía también de otros países cuyos gobiernos manejan discursos contrarios a Bruselas. Pero puede ser precisamente esto también lo que obligue a las autoridades europeas a marcar una línea dura en la negociación para evitar un efecto contagio y un deterioro aún mayor de las relaciones entre los socios.  No hay que olvidar que de empeorar el clima económico a escala mundial, Europa podría verse abocada a nuevas crisis internas de alto alcance, que de nuevo vuelvan a poner a prueba tanto el euro como los principios del propio proyecto europeo.         Volviendo a los presupuestos, con un objetivo de déficit del 2,4%, casi el doble de lo que Bruselas consideraría aceptable, la confrontación se jugará con cifras. Una de las claves, fijando la atención en este apartado, es que el déficit tiene un alto componente estructural, al igual que le ocurre a España, tal que en caso de una posible recesión, se volvería a disparar rápidamente hacia los niveles que hemos visto en los peores años de la crisis. El gobierno italiano puede apurar el pulso con Bruselas para seguir acumulando respaldo electoral, pero cuando la próxima recesión asome en el horizonte, los problemas de Europa serán también los de Italia y en mayor medida.

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