Opinión

Profesores de religión

Existe un antiguo principio latino que es muy claro y contundente: “Nemo dat quod non habet”. Es evidente: “Nadie da lo que no tiene”. Esto, a la hora de hablar de los profesores de cualquier materia, es cierto. Sería nefasto que me pusiesen a mi a dar clases de matemáticas en lo que estoy fatal. Cada uno a lo suyo.

Por una ley muy discutible, en la práctica, son mínimos los requisitos que se exigen para impartir clases de religión. Y nada hablemos de los contenidos y las razones de los mismos. Hay ocasiones en las que la clase de religión se reduce a poco más que a unas vivencias con muchas actividades plásticas e incluso videos que serán muy hermosos pero tal vez con pocos contenidos serios. 

El profesor de religión y la clase de esta materia dista mucho de ser una catequesis. Para eso están las parroquias. A clase se va a aprender contenidos más que vivencias muy contundentes. Pero hace falta dar esos contenidos serios que están en la teología y en la secular doctrina de la Iglesia que ya lleva funcionando más de veinte siglos.

Es el acervo doctrinal que conlleva igualmente una historia, unos principios y unos dogmas que, con el paso del tiempo, siguen vigentes. Porque nunca, eso creo, debiera hacerse distinción entre Evangelio y teología. Nunca habrá teología sin los cimientos evangélicos y jamás se podrá comprender bien sin ellos lo que transmite el Evangelio en particular y la Sagrada Escritura en general. Todo ello conduce a un estilo de vida y a una moral en la que tantas veces fallamos pero que, por ello, los alumnos deben ser capaces de asimilar lo que se les dice pese a los errores que humanamente cometemos.

Y quienes tienen el gravísimo deber de discernir y valorar son los obispos, a los que debiera seguírseles si queremos que la Iglesia siga siendo Apostólica, Católica, Santa y Una. Lo contrario conduciría a que cada uno se organizase “su” Iglesia. Es claro también el principio de que a la Iglesia hay que servirla tal cual ella quiere ser servida. Y esta línea deben marcarla el papa y los obispos.

Por eso llama la atención cuando algunos obispos, tras razonados argumentos, prohíben dar clase de religión, mientras la autoridad civil, que en esto debiera carecer de competencias, se empeña en mantener a algunos en la cátedra. ¿Podría un profesor de religión impartir clases de esta asignatura en clara oposición al obispo? Una cosa es el puesto civil y otra bien distinta es la capacidad para desarrollarlo, que corresponde al responsable de la fe en cada diócesis.

Se están promulgando sentencias que habremos de respetar puesta la ley tal cual está, pero otra bien distinta es la idoneidad para impartir la materia, que es algo bien distinto. Imaginemos el caso de un profesor de religión que accede al cargo con su fe católica pero que, por avatares de la vida, apostata y se hace de otro credo, ya sea musulmán, budista, testigo de Jehová o incluso protestante o evangélico. ¿Podría lógicamente seguir dando religión católica?

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