rutas de val y montaña

Recorriendo el profundo y admirado Sil

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photo_camera Balcós dos Mouros, con el profundo Sil, y las vistas espléndidas al valle de Lemos y curso arriba del río.

En la misma plaza del pueblo, la del Barquilleiro, un gran cartel anuncia la ruta que tantas veces enfilamos hacia la aldea de Sardela, por amurados caminos entre castaños, carballos...

La Ribeira Sacra o Ryboira Sacrata no lo es ni por hallarse a orillas del Sil ni a las del Miño como siempre se asocia a ese espacio cargado de eremitas, cuevas de santos, que devinieron en monasterios o iglesias de más rancio estilo. Lo de Ribeira Sacra le viene de una antigua tradición de un ara situada bajo un gran roble donde se celebraban ritos religiosos, porque ribeira procede de roble o carballo (querqus robur), y lo de sagrada es fácilmente atribuible. Así que ya no debemos viajar con ese concepto, porque por ciertos hallazgos se ha comprobado que en las inmediaciones de Montederramo, según consta de otras fuentes, se celebraban ritos religiosos. Es fácil que la confusión fuera extendiéndose hasta formar en el inconsciente colectivo ese concepto de orilla o Ribeira sagrada del Sil, por el número de monasterios, algunos distantes de las mismas riberas. 


El camino, en dos partes


El camino que anduvimos en innumerables ocasiones es circular, y puede tomarse en la dirección que se quiera, pero la que predomina, según la señalización, es la sur-este saliendo de Parada, porque en la misma plaza del pueblo, la del Barquilleiro, un gran cartel anuncia la ruta que tantas veces enfilamos hacia la aldea de Sardela, por amurados caminos entre castaños, carballos, pasando a una balconada de madera que nos hizo atravesar la carretera un día de temperatura suave. El segundo pueblo, por decir algo, es Entrambosríos porque dos regatos confluyen donde se ha restaurado molino y casa, en paraje muy bucólico; en primavera florece la prímula vera, con su preciosa flor amarilla, precisamente, como en parte alguna, cuando nos adentramos entre el sotobosque, paralelos a un regatillo, el Batán, salvando algún artesanal puente de troncos de amieiro o bidueiro hacia Rabacallos, que dos casas de turismo rural, en su tiempo con mucha vida. Merece la pena hacer breve recorrido por las cuatro casas aldeanas, restauradas unas cuantas frente a la barca de Porto Brosmios que atravesaba el Sil,  antes de afrontar en dirección oeste las duras rampas entre estrechos y profundos muros hasta una bodega, que en un tramillo de térrea pista debemos aplicarnos para entre el viñedo, por Mancoña, con sus escalones, y esforzarnos aun entre la sucesión de castaños antes de la arribada a una pista donde el caminar con menos fatiga hicimos como atisbando los afamados balcones de Madrid o dos Mouros;  lo de Madrid, porque las gentes del lugar cuando iban a la siega a Castilla venían a despedirse de su tierra en estos formidables miradores al profundo Sil, como si fueran a Madrid, acaso también los emigrados a ultramar o a Europa. Sea o no cierto, la cosa vende. Los miradores se asoman al profundo Sil y la vista se extiende al inmediato monasterio, hoy solamente iglesia, das Cadeiras, en la orilla opuesta; a derecha, la vista hasta donde, entre viñedos aterrazados se pierde el Sil, allá por las curvas de Barxacoba. Estamos en un campo de fútbol, merenderos y una pista asfaltada que llega al lugar, distante de Parada, más de 1 km., donde se podría acortar en la mitad el itinerario, yendo por hermoso camino hasta Fondo de Vila, de Parada, que sale a la villa poco antes de la carretera.


Segunda parte


Caminamos, de vagarinho en esta ocasión, porque sucede que en las bajadas se ralentiza el paso, que en las subidas todos queremos demostrar lo que andamos. Y en este ralentí pasamos otro formidable mirador con otra perspectiva porque si la anterior amplísima sobre las tierras do Castro y de Lemos, esté de Ximondi, podría fácilmente ser Xilmundi, del más encajonado Sil donde a veces el catamarán se ve cual blanco puntito; algunos paisanos le llaman castramarán. Antes de llegar a Portela, un camino amplísimo, empedrado, da muestras de que las gentes de antes y los monjes se preocuparon de las comunicaciones. Por Portela, de soslayo; por su molino y estanque, antes de meternos en los bancales precipitados al Sil donde hasta mediados del pasado siglo prosperaban los viñedos y ahora jóvenes castaños, que por colonización fueron asentándose en estos bancales por los que el tránsito ha de hacerse con atención y paradas en las pequeñas bodegas de cantería unas y de cachotes otras, que servían para guardar aperos y vinos. Estos senderos aterrazados en las laderas de Soutullo te llevan, ya metidos en un madroñal, camino del monasterio de Sta. Cristina cuando a falta de 400 metros predomina el souto (bosque de castaños), y la iglesia se muestra como si fantasma entre la arboleda. Románica, con ala monástica de un pequeño cenobio, que dependía, como priorato ya de Santo Estevo o de la misma Celanova, y cobraba tributos más allá del Sil por las tierras del Val de Lemos, pasando los monjes o sus alcabaleros en barcas. Una reducidísima comunidad cisterciense malvivió en períodos agitados hasta la Desamortización, cuando aquel monasterio quedó en la ruina; restaurado a finales del pasado siglo, según planos del arquitecto Alfredo Freixedo.

Invita al reposo el lugar, porque después debe acometerse dura rampa, al retorno por 400 metros por donde llegados, girando a derecha; más arriba, atravesamos la asfaltada que baja, donde empeñados en que no se construyese, porque el acceso fácil podría suponer su ruina o expolio, cuando atravieso la carretera con unos andarines; aún debemos subir duro sendero. Visitamos el castro, semiexcavado, y el formidable mirador sobre el Sil,  dirección encuentro con el Miño en Os Peares. La aldea de Castro, al lado, un camping que no estaba abierto cuando la excursión, y el seguimiento de corredoiras muy boscosas hasta la arribada al punto de partida en Parada, municipio que hasta hace poco rigió Paco Magide, al que mucho debemos por la acertada recuperación de todo el entorno.

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