Opinión

Ser niño en los años cuarenta

Cuando eres niño, los años pasan lentamente. Los que vestíamos pantalón corto en los años cuarenta, no se nos ocurría pensar en eso. Los días, los meses, los años eran lentos y aburridos, pero nosotros, que no conocíamos otra cosa, no dábamos importancia alguna y era normal aquella ausencia de alicientes, aquella monotonía. Lo nuestro era correr de la mañana a la noche, jugar en vacaciones y estudiar, obedecer, cuando tenías que estudiar.

Por supuesto, era diferente vivir en la ciudad a hacerlo en los pueblos. Los niños de las aldeas lo desconocían casi todo. Ellos y sus mayores, por ejemplo, no disponían de luz eléctrica. Por las noches utilizaban candiles de petróleo. Disponían de unas hojas con cupones con los que podían comprar combustible. Desde que anochecía “prendías o candil” y lo utilizabas dentro de casa. Además, tu madre cocinaba con leña, y eran frecuentes “as lareiras”, hacer fuego en losas de piedra y colocar artilugios de hierro, “pés”, para elevar las ollas. La cocinera, muy cerca del fuego. Los demás, sentados expectantes en un banco, viendo cocinar y muchas veces hartarse de llorar por efecto del humo en los ojos.

Recuerdo aquellos veranos en Medeiros-Monterrey, en casa de los abuelos. Salíamos los primos al monte por las mañanas con el ganado menudo, cabras, cabritos, ovejas, perros… hasta mediodía, es decir, cuando el sol estaba en mitad del cielo. No había vacas, sólo bueyes, para que tirasen de los carros. La única leche que se consumía era la de cabra. Si llevabas un burro, te subías y más cómodo. Como no llevaba montura, el espinazo del animal te dañaba el asiento… Volver a comer y “de sesta”, salir y hasta el regato más próximo, a darse un baño. Volver. Jugar. Correr. Imaginación. Y por la noche, ¡hala!, de nuevo el candil. Se colocaba sobre la mesa. Antes de ir a cama , ya el colmo de la incomodidad: bajar a las cuadras, mezclarte con el ganado y, como los bichos, hacer allí tus necesidades. Y si de noche necesitabas repetir, pues, salías “al corredor” y… hacia el patio.

Si eras de ciudad, era menos incómodo. Aparte de correr, jugar, podías en verano bajar al Miño a bañarte. Jugar al fútbol en plena calle, porque no había apenas coches y, como nos veían, sonaban sus bocinas y dejábamos paso. Nunca había atropellos, funcionábamos muy coordinados. Los domingos el programa variaba. Podías ir al cine, a la sesión infantil –dos pesetas butaca y 0,75 la grada general- en Losada, Xesteira y Principal. Cuando aparecieron los cines Mary y Avenida sólo tenían butaca. Y, obligado, lo que nunca fallaba los domingos era el acudir a misa. Católicos, apostólicos… mayores y niños, piadosos, fieles de verdad. Muy, pero muy religiosos. Misas, desde las siete de la mañana. Siempre aforo cubierto. Estaba bien visto acudir.

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