DEAMBULANDO

Serra de San Mamede, referente del montañismo

Paisaje de la Serra de San Mamede, en un paraje perteneciente al concello de Maceda (ÓSCAR PINAL).
photo_camera Paisaje de la Serra de San Mamede, en un paraje perteneciente al concello de Maceda (ÓSCAR PINAL).

San Mamede, esa sierra que de tan vecina, siempre se considera como de iniciados en la montaña, fue donde dimos los primeros pasos e incluso algunas esquiadas deslizándonos en sus laderas cuando aquellas nevadas de los 50-60 y 70 cubrían la sierra por varios meses, y no como ahora, que apenas permanecen una semana.

Esperábamos encontrarnos con montañeros cuando desembarcamos en O Coudillo, que nosotros, colonizados y por demás imbuidos de la Formación del Espíritu Nacional (asignatura obligada en el Bachillerato), decíamos Caudillo, donde aún permanecen las casas de As Corcerizas y el centro de interpretación de la Naturaleza cuando Amigos da Terra, en actividad por allí hasta que fueron desalojados por la penuria o la incomprensión. Asombra que ningún acto vandálico a la vista y también que el antiguo camino, luego pista forestal, ahora casi térrea autopista, disuada más a caminantes que a todoterrenistas que han hecho de la sierra como campo de aproximaciones a la cima. Realmente aquello como hecho para qads, todoterrenos, motos, bicis de montaña y, sobre todo, para fácil acceso de ganaderos de vacas mostrencas, en este caso para nutrir carnicerías, que por las cimas pastan sin tasa, refrescadas por artificial estanque que se nutre de una aún manante fuente. Los frecuentes incendios han reducido el bosque de resinosas en unas cuantas laderas, muy visible el de O Teixedo. Subiendo por entre pinares de repoblación, que en la cota 1.200 ya desaparecieron, avistamos la aldea de Rebordechao con sus relucientes tejados nuevos cuando antes aparecía como camuflada en el paisaje, donde un cura de una familia vinculada a la nuestra, Carlos Babarro Arias, tuvo su primer destino parroquial de unos cuantos que le trajeron de acá para allá en este nuestro territorio.

Antes de la arribada a la cima nos saludan los penedíos das Mozas, Os Afeitados y otros menores como conos rocosos emergentes del verdor, y en llegando a la cima, docenas de vacas bien nutridas y de porte, con predominio de la rubia gallega, que con parsimonia van dejándonos paso entre la ya embostada (de excrementos de vaca) pista 

Provisiones

Sacamos las provisiones para acodarnos en el merendero oeste del refugio de montaña, a sol tibio y una más que brisa, al remate de la cual un par de chavalillos llegaron, nos reconocieron y nosotros casi no de primeras. Apareció su padre, escalador en el Club Alpino, que iba a hacer unas prácticas con ellos en el peñascal vecino.

El día se despejaba más y el Sol en plenitud cuando continuamos hacia la vistosa cuenca de recepción o nacientes del río Arnoia en ese circo de libro de As Canadas, hacia occidente, donde surge el río, y en las otras vertientes, el Queixa y el Mao. Un espectáculo siempre gratificante de esta sierra, de amplísimas panorámicas por doquiera te sitúes. La silla de la Reina o del Rey permite un descanso, recostados en su respaldo de pizarrosas lajas contemplando gratificantes vistas. Poca vida animal a esas horas, incluso no frecuentes los vuelos de las rapaces, aunque se haya visto algún buitre, de esos ejemplares inmaduros a la búsqueda de territorio, para patrullar, que nosotros no avistamos y si algún aguilucho cenizo, algún ratonero: miñato o buxato.

El descenso fue un relax y un regalo para la vista si a esa mediada tarde los todoterrenos no incordiasen con su polvareda… a pesar de ellos, pues, respetuosos con el empolvado caminante, a nuestro paso reducían su velocidad. Lo dicho, que aquellas alturas para dominio de motorizados a los que se ha puesto en bandeja estas térreas “autovías” que también favorecen a un ciclista de montaña que con evidente esfuerzo iba salvando las pendientes y, sin esfuerzo, una pareja en scooter, de cordial saludo a nuestro paso.

Dejamos arriba los 1.616 metros de la cumbre, rematada por una capilla, otrora inexistente, donde la víspera acampados los dos infantes y un padre que los educa en el amor a la montaña.

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