Opinión

Dos siglos y medio antes de ahora

La primera decisión que el rey Carlos III adoptó una vez aceptado el trono de su país de origen, fue elegir Barcelona como puerto de destino en su viaje de llegada. Podría haber optado probablemente por Cartagena como hizo Amadeo de Saboya un siglo aproximado después, pero extremadamente respetuoso y políticamente muy sabio, supuso que mediante esta estrategia contribuiría a dulcificar  las posiciones sumamente críticas que el conflicto derivado de la Guerra de Sucesión había suscitado entre su augusto padre Felipe V y Cataluña donde, a partir de esos hechos, no se veía con buenos ojos a los Borbones.  Carlos era un hombre reflexivo y muy inteligente, que en su espontánea cordura tuvo su más distinguida virtud capaz, por ejemplo, de ganarse de inmediato a los catalanes a los que conquistó nada más llegar con su afabilidad, su prudencia y su proverbial sentido de la justicia y el respeto. Las crónicas de esta inicial visita que he repasado minuciosamente para escribir mi novela narran las fiestas y homenajes que los catalanes ofrecieron espontáneamente al nuevo monarca quien se quedó un tiempo en la región para visitarla, escuchar a sus gentes y propiciar un diálogo sin duda quebrantado por los episodios  producidos en el tiempo en el que su padre llegó para ceñirse una corona vacante tras el fallecimiento del último de los Austrias. Esos referentes históricos consignan que en aquel recibimiento, los catalanes echaron lo que se dice la casa por la ventana.

Un comportamiento tan equilibrado y sereno evidenciado por Cataluña en su honorable recibimiento al rey Carlos propone por supuesto la manifestación de todas las virtudes que caracterizan a los catalanes de bien –Juan Prim un siglo después dio buenas muestras de esa honestidad, entereza y generosa dedicación- y proclama el elevado sentido de fidelidad a la nación del que siempre han hecho gala sin perder un ápice de identidad como pueblo y sin necesidad de abjurar de su cultura, sus hábitos, su personalidad y sus peculiaridades.

Los secesionistas de hoy son una vergüenza para esa catalanidad noble y sensible expuesta siglo tras siglo. Sus ineptos y desprestigiados representantes nuestras a cada paso sus miserias, abjuran de sus principios si es necesario, minimizan sus creencias y convierten en pura anécdota sus decisiones unilaterales por salir del trullo. El último, Junqueras. Qué pena dan todos ellos en su compartida vileza.   

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