Opinión

La sospecha, el rencor y el odio

Escribe Adela Cortina, una de las escasas voces intelectuales y serenas que podemos escuchar en este tiempo que “las democracias funcionan mejor allí donde se refuerzan los códigos de conducta que la comunidad asume”. Por eso, añade, “es letal atizar la polarización e instrumentalizar la pandemia para destruir adversarios”. Estoy seguro de que a Adela Cortina no la van a llamar ni el presidente del Gobierno ni los líderes de la oposición para que les de un poco de luz ni va a ser una de las comparecientes en la Comisión parlamentaria para la Reconstrucción, aunque necesitamos voces que pongan cordura en el Gobierno, en el Congreso y en la calle para evitar esa fractura social que está creciendo entre los ciudadanos de uno y otro signo. El odio vuelve a estar en el aire. Y la sospecha y el rencor no solo aparecen en una política que no merece ese nombre sino también en los medios de comunicación y también en la calle.

Las caceroladas y las manifestaciones, además de una protesta razonable y democrática, empiezan a abrir un camino que puede acabar en otras acciones menos pacíficas. Los escraches son intolerables se produzcan contra quien se produzcan. Las palabras de quienes desde el poder desprecian a los que se manifiestan son intolerablemente antidemocráticas. Radicalizar el discurso de la derecha fue el objetivo de Zapatero y ahora lo es de Sánchez. El uso del poder para pactos con quienes no solo desprecian la Constitución sino, además, con los herederos de ETA, deberían ser una línea roja para cualquier partido democrático que no aspire solo al poder por el poder.

Estamos, apenas, empezando a salir de una enorme tragedia que ha causado más de 30.000 muertos, pero estamos entrando en otra pandemia que se va a cobrar millones de empleos, el cierre de miles de empresas, que va a hipotecar a varias generaciones de españoles, que hará crecer la brecha de la desigualdad y que pone en peligro nuestra propia supervivencia como país independiente y democrático. Ha habido fallos muy graves en la gestión de la crisis, tenemos un Gobierno legítimo, pero artificialmente constituido y peligrosamente dividido y necesitamos códigos de conducta que hagan posible el acuerdo entre quienes representan de verdad a la mayoría de los ciudadanos.

“No me dan miedo las cacerolas ni las banderas, sean las que sean, ni los mensajes de unos o de otros en la calle. Sí me da miedo el odio. Y me dan pánico los que los alientan. Ese odio nunca condujo a nada bueno en nuestra historia. Llega un día y se queda por generaciones”. Lo ha dicho el socialista Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura. Hay que desterrar el odio de los escaños del Congreso y de la calle. Y todos somos responsables de hacerlo. También los partidos de oposición. Pero yo creo que Fernández Vara y otros barones socialistas tienen que decir donde toca mucho más de lo que han dicho o callado hasta ahora. Y que el presidente del Gobierno tiene una primera y mayor responsabilidad. Nos costó mucho alcanzar la concordia. No es posible, no es creíble, no es democrático, no es ético pactar con los comunistas, con los independentistas y con los herederos de ETA y acusar a los demás de moverse en el lodazal y esparcir la mierda. “Los españoles deben exigir más respeto a sus políticos” ha dicho el poeta y ensayista holandés Cesc Nooteboom. Pero además debemos exigir a los políticos que se respeten más a sí mismos y lo que representan.

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