CRÓNICA

The Rolling Stones en Barcelona: rock, pasión y locura sin filtros

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photo_camera El cantante y líder de la banda de rock The Rollings Stones, Mick Jagger, durante su concierto en Barcelona.

Esta noche la Praza Maior de Ourense acoge un gran homenaje a los Rolling Stones, que 48 horas antes dieron otra  nueva lección de rock'n' roll en Barcelona. Un espectáculo magnético y apasionado

En la historia de los Rolling Stones hay ciudades que por varias razones, se han convertido en lugar muy singulares, muy especiales, que son siempre escenarios en donde la banda se siente especialmente cómoda y motivada: París, Buenos Aires, Nueva York, Amsterdam... y una de esas ciudades, indudablemente, es Barcelona. Tanto por el hecho de que su guitarrista Ronnie Wood reside actualmente en la Ciudad Condal como por el hecho de que desde su legendaria primera actuación en la Plaza Monumental de junio del 76, por el significado histórico que tuvo, es de esas ciudades que han creado una vinculación afectiva muy grande con la banda. 

Toda Catalunya y Barcelona en particular, vive en estos dias una atmósfera muy singular. La mezcla de tensión política e incertidumbre, combinada también con una surte de entusiasmo y de euforia que se respira a determinados niveles, hay gente que la considera similar a la que se vivía justo en las vísperas de aquella actuación del 76. Quizá durante unos dias o unas horas, la llegada de los Stones a Barcelona haya desplazado en las conversaciones de bar, taxi o trabajo al Procés. 

Por ello, pocos dudábamos de que este concierto iba a ser una fiesta espectacular. Y así fue. Con el aditivo de un excelente grupo de puro y genuino rock´n´roll como Los Zigarros, que supieron estar perfectamente a la altura de las circunstancias y ofrecer un concierto sólido, convincente y lleno de garra, los Stones irrumpieron pasados unos minutos de las 21 horas con un sugerente “Sympathy For The Devil” que fue recibido con una estruendosa ovación por parte de todo el Estadio. A partir de ahí, el show de la banda se centra en temas más tipo medio tiempo, como por ejemplo los temas de su disco de homenaje a sus raíces más bluesy como “Just Your Fool” y “Rid'em On Down”, “Under My Thumb”, que no es ya la frenética y acelerada pieza con ls que abrían sus conciertos de las giras de 1981 y 1982, sino que la han adaptado para ajustarse mas al espíritu de la original quese grabó a mediados de los 60 y “You Can´t Always Get What You Want”, que será a mi juicio una de las mejores piezas de la noche o las interpretadas por Keith Richards, “Happy” y “Slipping Away”. 
Un momento del concierto que el guitarrista de seguro no olvidará fue la inmensa ovación que el público del estadio le va a dedicar. Era tal el entusiasmo, el afecto, la admiración de toda la audiencia que tuve la impresión de que algo de emoción se asomó a su viz cuando dio las gracias en castellano a toda la gente de Barcelona y de Catalunya. 

 La segunda mitad del show ya es, como viene siendo habitual en sus conciertos, una auténtica apoteósis de Rock´n´Roll. “Midnight Rambler”, una clásico imperecedero de su discografía, vuelve a ser un verdadero impacto en el quizá como en ningún otro tema los Stones se reivindican como músicos de rock. Más allá del penetrante riff de guitarra que Richards dispara desde su telecaster, los solos y las improvisaciones que el mismo guitarra de los Stones hace con Ronnie Wood, y los fieros aullidos de Jagger cuando exclama “Have you heard about the Boston...?” reflejan a unos Stones que se lo pondrían difícil a cualquier banda de Hard Rock. No le van a ir a la zaga a la historia de este merodeador de la medianoche temas como “Start Me Up”, “Brown Sugar” o “Jumpin´Jack Flash” antes del cierre con “Gimmie Shelter”  y “Satisfaction”. 

 Unas horas después del concierto, mientras escribo estos apuntes, son muchas las imágenes, sensaciones y vivencias que quedan en la memoria. Pero una vez más, quizá la más recurrente es una vez más, el carisma y el magnetismo que tanto como grupo como a nivel individual, cada uno de ellos posee. Ciertamente, los conciertos de los Rolling Stones son desde hace muchos años espectáculos con un guión perfectamente preestablecido sin opción alguna a la improvisación y que obviamente forman parte de un entramado de negocio que tiene poco que ver con el espíritu del rock´n´roll. Pero todo eso desaparece, se transforma cuando el grupo sale al escenario. Porque allí, cuando son simplemente eso, un grupo de rock´n´roll, transmiten, comunican, contagian, contaminan... siempre dijo Keith Richards que si bien detesta al Mick Jagger business man y calculador, adora a su viejo amigo cuando saca la armónica y vuelve a ser uno de los mejores cantantes cantantes de blues de la historia. 

 Musicalmente, la máquina funciona como un reloj -no olvidar la importantísima contribución de talentos como el teclista Chuck Leavell o el saxofonista Tim Rees- y el público adora con las locuras propias de un teenager de Ronnie Wood, esa simpatía condescendiente de Charlie Watts, la mirada entre afilada y tierna del bucanero Keith Richards y sobre todo, el liderazgo de Mick Jagger. Todo ello volvimos a vivirlo en una ciudad con la que han establecido un idilio que vivió otra apasionada noche de amor y de rock´n´roll. 

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