Opinión

“Sé que tú tienes la llave”

Jueves, 2 de julio

Por fin coincidimos todos los tertulianos en nuestro garito favorito. Flotaban malos auspicios, había malas noticias, que diría Yosi. Nadie rompió el silencio. Nadie se atrevía a decir nada. El profesor, muy pálido, engulle el copazo de vodka de un trago. Todos sabemos que estos días se presentó a una prueba, algo así como una oposición de la enseñanza. Se había preparado a conciencia, se había encerrado y clausurado dos meses en su casa. Cuando llegó a la tertulia tenía escrita la derrota en sus ojos. Otro copazo de vodka: “Estoy jodido, salí convencido de que había contestado con precisión a todas las preguntas y, creedme, el que se llevó la plaza sé que apenas se había preparado”.

El pintor rompe el silencio: “Cuando estudiábamos bachiller siempre había alguien que aprobaba todo, le llamábamos el ‘recomendado’; esto del recomendado es una vieja lacra. Ya sabes, sobre todo en esta provincia, en las altas esferas se escucha un himno: ‘colócame ó fillo’. Es bien cierto que en este país hasta la mayoría de los premios literarios están amañados. Hablo incluso del Nadal y del Planeta. Todo se cuece en el despacho de caoba del editor”. El tertuliano músico interviene: “En las universidades del mundo anglosajón no hay nada más bajo y mezquino que copiar. Pero aquí, en este jodido país, el que copia bien es un héroe. En los institutos y facultades hay verdaderos artistas. Recuerdo a un compañero de curso; qué arte, tomaba cinco o seis bolígrafos Bic, los vaciaba y después con manos de cirujano introducía un papel con la letra menuda de un tema. Cada bolígrafo tenía una lección distinta, según el color. Aprobaba todo, el cabrón. Ay, recuerdo con qué habilidad las chicas tenían pegada la falda y sobre el muslo una chuleta. También recuerdo a aquel profesor libidinoso que se acercaba a alguna alumna y le espetaba: ‘Enseña la pierna, hasta arriba, usted es de las que copia”.

El psiquiatra cuenta: “Toda mi generación hizo trampas. Recuerdo aquella asignatura de matemáticas de mi bachiller. Yo iba por libre. Veníamos de las villas a examinarnos. Mira tú, convencí a un amigo para que se presentara por mí a un examen. Nos la jugamos, el profesor no iba a controlar todos los carnés de identidad. Así aprobé”. Ahora corre el vodka a discreción. El profesor suspendido ya sonríe.

Yo permanecía en silencio cuando alguien me cogió del brazo: “A ver tú, raioto, que has nacido entre contrabandistas, seguro que habrás hecho de las tuyas”. Me tocaba, engullí un trago y decidí no defraudarles. Les conté mis dos batallas más ingeniosas: “Eran los setenta, yo estudiaba en la Escuela de Periodismo de Madrid. Iba sacando los cursos como podía, siempre arrastrando algunas asignaturas de atrás. Ya era el último curso y no había manera de aprobar aquella complicada materia. Además, la clase era a las ocho de la mañana y las noches de Madrid eran muy largas. Así que tracé mi estrategia para aprobarla. En la escuela había un bedel andaluz de Ronda, forofo del Viti y de Paco Camino, seguidor de Camarón de la Isla y de la copla. En su coche sonaba siempre la voz del cantaor ‘El Cabrero’. De vez en cuando, yo le llevaba una cassette y a veces le invitaba a un tablao que había en la calle Toledo. Así que intimé con él.

”Eran tiempos de vino y rosas y el dinero que me llegaba de Verín todos los meses me duraba una semana. Entre el humo y las palmas, en el tablao él aceptó ser mi cómplice. La estrategia era la siguiente, yo telefoneaba a mi casa y le decía a mi madre: ‘Tienes que enviarle diez mil pesetas a la atención de la Secretaría de la Escuela de Periodismo por cosas de matrículas. Por favor mándalo por giro telegráfico’. El bedel recogía el dinero e imagínate, allí nos íbamos de fiesta a nuestro tablao favorito”. 

Ahí va la segunda batalla. Pasó el tiempo y llegaron los exámenes finales de carrera. Cierto, yo arrastraba aquella maldita asignatura de atrás. Te lo cuento, hermano lector, tal como fue. Era la noche antes del examen y allá estábamos los dos en el tablao. Había billetes, no faltaba de nada en nuestra mesa. Mujeres y vino de Jerez, su favorito. Serían las cinco de la mañana cuando salimos del tugurio casi dando tumbos. Le tomé por el hombro y le dije, muy español y torero: “A que no tienes cojones de venir conmigo a la escuela. Sé que tú tienes la llave, abres, y yo en un pispás entro en el despacho del profesor y fotocopio la hoja de ese puñetero examen”. No se cortó mi viejo amigo. Comenzaba a aclarar el día cuando bajamos del taxi en la calle Capitán Haya, a la puerta del caserón de Periodismo. Te juro, hermano, que mi amigo abrió la puerta casi con dificultad. Recuerdo que me dijo al entrar: “Tanto papel ni tanta hostia... Busca lo que quieras”.

No me excedí al copiar. En el tablón ponía mi nombre y un siete. Testigo es Maribel Outeiriño, compañera de curso, ella no solía perderse esa clase y sabía que yo ni conocía al profesor.  Cuando vio mi siete en el tablón…

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