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Tino Casal, la noche de La Movida

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Años ochenta, subido a la estela de un glamour de lentejuelas y brillos, Tino Casal era un héroe -lo cuenta alguno de los supervivientes-

Decía Cabrera Infante en el prólogo de su aclamada “Tres tristes tigres”, novela noctámbula por antonomasia, que es de noche cuando debe ser leída. No hay pruebas, pero con la música del ovetense Tino Casal (Tudela de Veguín, 1950-Madrid, 1991), es posible que pase lo mismo. Y no hace falta ir a “Eloise”, la versión hispana de Barry Ryan para sentir la noche, entre combinados y otras sombras, también sirven “Embrujada”, “Histeria”, o “Pánico en el Edén”, que sin ser grandes composiciones, nos descubren al personaje. 

 Años ochenta, subido a la estela de un glamour de lentejuelas y brillos, Tino Casal era un héroe -lo cuenta alguno de los supervivientes- que aceleraba la noche hasta que ésta implosionaba. 

A Tino lo veíamos en televisión, en ”Aplauso”, pasear su “Champú de huevo”, como si detrás de su figura acentuada estuvieran todas las moderneces. Una tele en blanco y negro que no era impedimento para verlo en la más amplia paleta de colores, empezando por el naranja de su pelambrera y su look pelín impostado, entre Marc Bolan y George Michael.

Detrás de una notable tesitura vocal estaba el Tino de los excesos, barroco, de estética setentera que había recogido en su estancia londinense -1977-, justo antes de dejar su pegada en el Festival de Benidorm, pero aquello eran otros vientos. En el 77 se buscaba cubrir el hueco de Nino Bravo y Bruno Lomas, y allí estaban los cazatalentos a las puertas de Tino, pero la cosa estaba complicada.

 “Neocasal”, de 1981, estaba producido por el incombustible Julián Ruiz, quien repetiría en 1987, “Lágrimas de cocodrilo”. “Histeria”, de 1989, sería su último disco. 

Aferrado a la noche, y a la troupe incondicional de perseguidores, cuya vida y copas sufragaba, su ímpetu no menguó ni cuando una necrosis por un esguince automedicado lo postró en una silla de ruedas, primero, y después eternamente acompañado de bastón. Casal abrió un camino rompedor, un rompehielos estético, capaz de atraverse con guantes de leopardo y chaquetas de colores disparados, como la que luce -prestada- Imanol Arias en “Pepi, Luci, Bom...”, y amplio surtido de bisutería. También era de noche, de madrugada -7 de la mañana- de un 22 de septiembre de 1991, de regreso a casa, cuando el Opel Record que le trasladaba a él y a unos amigos impactó contra una farola. 

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