Opinión

Una mañana con Custodio

Pues no. La verdad era que yo no tenía prisa. Y pasar una mañana en la peluquería de Custodio me resultaba agradable. Distraído. A pesar de que sólo debía de tener 7 u 8 años. A mi padre no le importaba. Pero a mi madre no le hacía ni pizca de gracia. Y no lo entendía. Era la mar de entretenido. Entre los clientes que iban a cortarse el pelo o afeitarse y los que participaban en la tertulia que se formaba… Si la espera era muy larga, como allí no había servicios, había que acudir a “hacer pis” a los del Café Lisardo. El señor Lisardo y Custodio se llevaban bien. Colaboraban.

Prestaba yo mucha atención a lo que decían. Y luego, a la hora de comer, lo contaba a mi padre en la mesa. Le decía que aquel día llegó Blasito, un personaje muy conocido al que le ocurrían cosas muy curiosas. Traía dos historias. Hoy diría “una buena y otra mala?”. Cómo se reía al contar la primera, aquella era sin duda, la buena.

-Compré unos zapatos en el Mosquera. Me hacían daño. Esperé una semana y como no me acostumbraba con ellos, fui a cambiarlos. Y va el tío y me dice: “Pero cómo te los voy a cambiar si hace una semana que los estás usando”. Y yo le dije cabreado: “Mira, a mí me molestan y no aguanto más; o me los cambias o al salir con ellos otra vez te lanzo una pedrada al escaparate… a mí no me va a pasar nada, porque todos saben que no tengo un duro”. ¡Y me los cambió!. Pero ahora ¡traigo una mala leche!

Hizo una pausa y enseguida reanudó la historia.

-Vengo de la Sindical. Entré allí y les dije: “Casi todos me conocéis y sabéis que siempre fui un hombre de derechas toda la vida y ahora admiro a Franco, así que vengo a que me deis un trabajo”. Y van los tíos y primero me dijeron que no y luego, buscaron y me ofrecieron un puesto de peón de obra. “¿Yo peón de obra? ¿Pero para qué hemos ganado la guerra? Antes estaba esto lleno de comunistas y ahora que ganamos me habláis de peón de obra…” Pues por más que insistí aquellos chuletas no me dieron nada… ¡Desgraciados…!

Llegué a casa y lo conté. Pero dije: “Papá, yo eso lo entendí. Pero luego dijo otro que le había comprado un regalo para la boda de una prima, precioso. Un camisón largo, brillante. De película, dijo que era. Y le dijo Blasito: “Pois tes ganas de tirar cos cartos, houberas comprado una bufanda que para a noite de bodas íballe facer o mismo servicio…” ¿Ves, yo eso no lo entendí? ¿por qué dijo eso?”.

 Mi padre no contestó. Como si no oyera. Pero la que intervino fue mi madre.

-¡Manolo! Cómo quieres que te diga que este niño no puede pasarse tanto tiempo en la peluquería. La próxima vez lo llevo yo. Y espero por él.

Pues nada, que me quedé sin aclarar lo del camisón y la bufanda.

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