Opinión

Vergüenza ajena

Es poco más que lo que puede sentir el conjunto de los gallegos ante el comportamiento de los aspirantes a representantes públicos, por no decir candidatos a comer la sopa boba. A  medida que avanza la campaña y el día de las elecciones se aprecia, a cada vuelta de tuerca, la falta absoluta de escrúpulos y de decencia de los distintos representantes de los partidos políticos que ambicionan  administrar a los ciudadanos.

Ni silbando susurros se oye la palabra compromiso, pero el vocerío de denuncias estúpidas y sin fundamento resulta ya sangrante. Cada vez es más patética la falta de respeto que los partidos políticos muestran por los ciudadanos, en su carrera egoísta por sentar las nalgas en  el escaño, olvidándose de todo al día siguiente de las elecciones.

Para quien creyera que lo más grave ha sido el infundio y la difamación de el PsdG de Ourense al alquilar una valla ofensiva e insultante contra sus adversarios políticos, se equivoca en redondo. Hay conductas que, igual que esta, superan lo admisible. Para muestra el uso espurio que En común-Anova-Mareas hizo del censo electoral, que no deja claro si uno de los dos -el Instituto Nacional de Estadística o la formación política-, violó la Ley Orgánica de Protección de Datos, facilitando información sensible como la fecha de nacimiento del elector, absolutamente innecesaria para enviarle propaganda electoral. La cuestión es que En Común envió dos tipos de octavillas según la edad del elector. A los mayores una carta testimonial, y a los más jóvenes una novela de escapismo mental cargada de aseveraciones capciosas e inexactas, cuyo contenido rehuía todo compromiso,  dedicándose a despreciar a un candidato opositor.

Sin diferencia con el BNG. Sin discutir al validez de Ana Pontón a la hora de aglutinar aquel reino de taifas en el que cada cual buscó su silla,  atrayendo a los hijos pródigos para reintegrarlos en el seno del partido nacionalista, logrando con ello disolver la mayoría de las siglas que lo dispersaban, sorprendió con su imitación barata a Obama. Obviando que en Galicia se habla en gallego pero no inglés, su esperpento se coronó con el desprecio a muchos electores de edad media a quienes dirigió su publicidad política con el destinatario de “residentes en” la dirección del titular -pero evitando su nombre, como aquellos directores cutres de sucursal bancaria antediluviana-, mientras a sus  hijos llegaban idénticos panfletos a las mismas señas, aunque sustituyendo el destinatario anónimo con sus nombres y apellidos, como si en el censo electoral los padres y titulares de las viviendas se hubieran volatilizado.

Por si no llegara, junto con el PSOE denunciaron el traslado a un colegio electoral de Rairo, de  ancianos “con capacidades físicas mermadas” ¿Acaso no tienen derecho a votar? En lugar de exigir a la Junta Electoral Central que facilite a estos usuarios de residencias de la tercera edad los medios para ejercer su derecho al voto, critican a quienes ayudan. Seguramente si los encerraran bajo siete llaves también protestarían, pero seguirían sin hacer nada para aliviar su situación. En cualquier caso, cuando estos ciudadanos llegan a la mesa electoral para emitir su voto, velan por el estricto y limpio cumplimiento de la ley el presidente, los vocales y los interventores, que no están ahí para adornar como un jarrón de flores sino para asegurar la pulcritud de los comicios.

Es decir, una maniobra más por socavar, desprestigiar, malmeter, enfrentar, y todas esas desagradables conductas que se permite un político pero que rechaza cualquier estadista. Esta es la bazofia que nos toca soportar cada convocatoria a los ciudadanos: el insulto, el enfrentamiento, la degradación del adversario. ¿No van siendo ya horas de que toda esta gente “pensante”, que aspira a vivir del bolsillo ajeno, empiece a mostrar algo más de respeto por el electorado, centrándose en las necesidades y planteando propuestas para mejorar la vida de la ciudadanía, administrar y acrecentar el bienestar general?  Porque si lo único que les interesa son “los suyos”, ya empezamos mal.

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