Opinión

Alrededor de 1952

1952 es año benigno en publicaciones de Camilo José Cela. Tras ver editada al fin La colmena en febrero del año anterior en Buenos Aires, Cela da a la luz en 1952 cuatro nuevos libros: Ávila (Barcelona, Noguer), Del Miño al Bidasoa. Notas de vagabundaje (Barcelona, Noguer), Santa Balbina 37, gas en cada piso (Melilla, Mirto y Laurel) y Timoteo, el incomprendido (Madrid, Rollán). Su trabajo literario es incesante. El martes 18 de noviembre, un grupo de amigos le ofrece un homenaje en el Hotel Palace de Madrid: Cela va emprender en breve un viaje a Argentina y Chile. Será su primer viaje a “diversas repúblicas hermanas”, según el manido tópico. Entre otros, comparten mantel Laín Entralgo, Tovar, Ridruejo, Rosales, Panero, Laforet… También están presentes Fraga Iribarne, Pérez Villanueva y Sánchez Bella. Todos nombres significativos. El 23 de noviembre el escritor agasajado aterrizaba en Buenos Aires, procedente de Montevideo. 

No obstante, como si el azar estuviese calculado, y producto del impacto de la publicación de La colmena, dos prestigiosos colaboradores de la prensa hispanoamericana, viajeros por Madrid a finales de la primavera y comienzos del verano del 52, habían aprovechado la estancia para entrevistar a CJC. Se trata del chileno Juan Uribe Echeverría –buen conocedor de la obra de Cervantes y Baroja- y del argentino Andrés Muñoz, destacado crítico artístico. Las respectivas entrevistas aparecieron en La Nación de Santiago de Chile el 22 de junio y en La Nación de Buenos Aires el 13 de julio. Se trata de dos espléndidas entrevistas, que nos ofrecen detalles muy valiosos del perfil humano y literario del escritor gallego a la altura del 52.

El encuentro de Uribe y Cela se produce en una reunión en la casa que el diplomático colombiano, Eduardo Carranza, tenía en el Barrio de Salamanca. El retrato que sale de la pluma de Uribe al conocer al novelista es éste: “Cela es un hombre alto, delgado, elegante. Cara en gran volumen, mal color, sienes hundidas y mirar huidizo”. Días después se encuentran en el domicilio de Camilo José, en Ríos Rosas, 54, séptimo, izquierda, escala A. Cela le presenta a su mujer y a su secretario, Caballero Bonald. Uribe recuerda las palabras anfibias de Camilo José: “Mi mujer es el único familiar que me entiende. Charo me organiza la vida. Yo fui criado para marino de guerra o diplomático y resulté escritor, que en España es profesión sin dinero y tan peligrosa como el toreo”.

Cela invita a Uribe a dar un paseo por Madrid, que el escritor chileno traslada de modo magistral a su entrevista “La inquietud de Camilo José Cela”. Antes de llegar al Café Gijón, primera parada del paseo, Cela le confiesa: “Quiero ir a América, en forma independiente. Todo escritor gallego, Valle Inclán dio el ejemplo, debe ir a América”. Al llegar el otoño, se cumpliría el deseo. El paseo es un borrador de parte de la vida cotidiana de CJC: El Gijón (“Yo odio cordialmente este café, pero es nuestra bolsa de valores”); el bar de Chicote en la Gran Vía; el Pidoux –tan Rubén y tan valleinclaniano- y donde ahora “se exhiben unas damas gordas muy sonrientes y muy complacientes”; el Coq, “un bar inglés, elegantísimo, donde tiene una tertulia de él solo, en mesa aparte que todos respetan”; y, al final y por invitación de Uribe, “El Pote”, una tasca gallega de la Plaza del Ángel. En compañía del Ribeiro y del pulpo, CJC se explaya: “Yo soy pariente del señor de Montenegro, el que inspiró a Valle Inclán”. El paseo concluye a las doce de la noche. Uribe y CJC se prometen seguir la fiesta “en Chile… si Dios quiere”.

La entrevista que publica La Nación de Buenos Aires el 13 de julio es el más completo perfil del escritor aparecido en la prensa hasta ese momento. Andrés Muñoz presenta poliédricamente el escritor gallego a los lectores bonaerenses. CJC le recibe en su casa de Ríos Rosas en horas de atardecer. Muñoz se fija “en la nutrida biblioteca donde abundan los libros de viajes, de costumbres españolas y, sobre todo, las novelas; mucha novela contemporánea y clásica”, mientras aprovecha para preguntarle por la novela y por las influencias recibidas. Cela recorre con tino y lucidez su vida, aunque a tenor de sus memorias –tomos de 1959 y de 1993- introduce algunas fabulaciones. Una de ellas la transcribo con sus propias palabras: “Estuve seis meses en Portugal y un año en París. Yo andaba entonces por los diez y seis años”. Son magníficas las evocaciones de los compañeros de estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, la descripción de sus iniciales aventuras poéticas, el pormenor con el que se acerca a la fragua de sus obras más importantes, la sorna contenida con la que se refiere a alguna de sus habituales aficiones, etc. Como botón final debo recordar el sugestivo comentario que hace de los escritores de la generación del 98. Me quedo con el de Unamuno: “En Unamuno se dio el arquetipo de la honestidad, de la más cruel y desmelenada honestidad”.

Te puede interesar