Opinión

Isaac Díaz Pardo y Camilo José Cela

Poco tienen en común la primera juventud de Cela y Díaz Pardo. El escritor conoció y trató en los tiempos previos a la Guerra Civil a Pedro Salinas, María Zambrano, Maruja Mallo o Lola Franco, con el poderoso decorado de la madrileña Facultad de Filosofía y Letras. Durante la contienda apostó por el oportunismo y en el tramo final por algunas malas hierbas. Díaz Pardo veía pasar por el taller de escenografía de su padre, en la compostelana Rua das Hortas, a Castelao, Otero Pedrayo, Risco o Blanco Amor. A poco de estallar la Guerra Civil su padre, Camilo Díaz Baliño, fue fusilado en Cerceda.

Huérfano, medio escondida su familia en un piso de la coruñesa plaza de Pontevedra, vivió la muerte de su madre. Al acabar la guerra será Madrid su primer horizonte, como lo fue para Cela. El aldabonazo del escritor lo da la novela La familia de Pascual Duarte (1942), para el pintor lo significó la exposición (1943) en A Coruña, preparada con esmero desde Barcelona. Después más exposiciones en Madrid, Vigo y Londres, mientras trabajaba (desde el 45, fecha de su boda) en el Pazo do Castro de Samoedo, que había heredado su esposa, Carmen Arias. Entretanto Cela (12-III-44) se ha casado con Rosario Conde y ya ocupa un lugar relevante de las letras jóvenes de la posguerra.
Cuando en diciembre del 48, Díaz Pardo expone en el madrileño Círculo de Bellas Artes, ambos saben de sobra la importancia de sus obras. Cela titula su reseña en Arriba (14-XII), “Un pintor gallego y universal” y la inicia con estas luminosas palabras: “joven hasta la ofensa y maduro, de una madurez insospechada, hasta el pasmo mismo, sobre el que ya hace tiempos quisimos divagar”. El interesante texto celiano equipara el escribir como habla la gente (Stendhal, Dickens o Galdós) con el pintar las cosas como son, dirección en la que sitúa a Díaz Pardo, quien “pinta las cosas como son sabiendo también del todo cómo no son”. Díaz Pardo leyó la reseña como un elogio, y ese mismo día le escribe para agradecerle su juicio, “mucho más por ser tuyo, es tanto más para mi positivo”. A partir de aquí se inicia una relación con muchos guadianas, pero que habla de su admiración mutua, así como de sus distancias ideológicas y estéticas. Cuando Cela expone sus pinturas en A Coruña en setiembre del 50, Díaz Pardo no asiste al homenaje previsto para el día trece y se disculpa, vía epistolar (13-IX), “con mi admiración plena y un voto porque continúe como hasta ahora la confirmación de tu indiscutible talento”. Meses más tarde (Correo literario, 15-IV-1951) el escritor ficcionalizó un diálogo con el pintor, quien le asegura que ha empezado a hacer cerámica “hace un año y medio poco más o menos”, y a crear un ámbito original, propio y más cercano a su concepción del arte. Díaz Pardo le agradece el artículo y le advierte, generoso, “cualquier día te estropeo un hueco en una pared”.-un
La relación se vuelve a intensificar a partir del 74 hasta 1992, con los motivos recurrentes de la cerámica de Sargadelos –una vajilla que encarga CJC y que Díaz Pardo define como “cerámica vitrificada y con un diseño más cercano del racionalismo arquitectónico que de otra cosa y que al mismo tiempo no pierda el carácter bronco de algo hecho con tierra y con fuego”- y de las jarras homenaje de Luis Seoane a Rosalía, Valle Inclán, Castelao, Unamuno, etc. Ahora bien, el momento culminante de esta relación tiene que ver con el proyecto de Galicia, cabecera histórica para un periódico gallego y progresista, uno de cuyos más importantes impulsores era Díaz Pardo, que escribía a Cela (5-II-1977) desde Barcelona: “Estamos tratando de hacer un xornal galego independente, que pueda aceptar colaboración castellana. Inverso de los que tenemos ahora. Puede ser importante. Por primera vez los trabajadores de la cultura, los universitarios gallegos se pondrían de acuerdo para esta empresa. Ya vas a tener noticias”. Cela le contestó de inmediato (9-II), abonando una  línea fundamental de su pensamiento sobre Galicia: “La idea do xornal galego independente es magnífica y te ruego que cuentes conmigo. Veo, con ilusión, que el sentido común empieza a echar raíces entre nosotros. La Galicia enxebre y de vacas marelasy cornalonas me da el mismo asco que la España de pandereta”.

En efecto, la idea era magnífica y bien intencionada; quizás utópica. Nunca tuvo viabilidad política ni financiera. Estas imposibilidades eran el trasfondo de la amarga reflexión que Díaz Pardo cursa al escritor el 16 de diciembre de 1984: “¡Hay tantas cousas que chegan tarde! Ou que xamais chegan…”. 

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