Opinión

"Ha empezado él"

Un reto enorme al que se enfrenta quien quiera organizar un torneo de debate, sea escolar o universitario, es conseguir público. Sin público, sin relevancia social, el evento no servirá de escaparate a sus patrocinadores. Sin patrocinadores, suben los costes y la actividad es menos accesible. En el segundo debate, el Decisivo (porque así lo llamaron ellos), Atresmedia reunió a 9,4 millones de espectadores. Cuando vi el dato, me dio envidia. Pero como había visto el debate antes, sabía que eso es lo único que el Debate de Competición tenía que envidiar a aquel programa con políticos haciendo pressing catch. 

En un debate de competición se enfrentan cuatro parejas. Hay una ley que dice que un juez no puede dar jamás un cuarto lugar automático. Es decir, hasta que acaben todos, no se puede razonar quién ha ganado o perdido y por qué. Quedaría súper bien poner aquí que es una ley no escrita, pero la verdad es que es lo primero que se encuentra en todos los manuales. El jurado no puede ser implacable tras una barbaridad dicha por el segundo orador, porque todavía no sabe lo que puede decir el quinto. Del mismo modo que nadie pierde sobre la marcha, nadie gana: hay que esperar al final, analizar el debate en su conjunto.

En un debate, como en la vida, el todo es mucho más que la suma de las partes. No vale dar un segundo puesto al que haya dado la razón al vencedor. Nadie arrastra a nadie a la victoria, pero tampoco por el barro. En debate no se arrastra, se arrastra jugando al tute. El problema que nos plantea romper la continuidad del debate electoral en dos programas es que esa jornada que nos pilla de por medio fragmenta el discurso lógico. El contenido está relacionado, podría ser un segundo asalto, pero al mundo le ha dado tiempo de girar sobre sí mismo, a los becarios, de imprimir y pegar varios folios y enrollarlos cual pergamino y a los políticos, de crear una coreografía completamente nueva. 

Coreografía que tiene mucho que envidiar a los debates universitarios. Debates en los que se busca la equidad en espacios seguros. A los que se llega informado sobre el mundo, habiendo leído sobre temas que nos interesan mucho y temas que, la verdad, pues no. En los que prima un compromiso con los argumentos propios y ajenos. Se compromete quien refuta el contenido de lo que acaba de decir el contrario. Y si el contrario no se ha explicado del todo bien, se refuta su mejor versión. Los oradores se ceden la palabra para interactuar, pero no interrumpen. Se recomienda aceptar preguntas, pero cada turno pertenece tan sólo a quien está hablando y es ella o él quien decide si aceptarlas y cuándo. 

En el debate parlamentario de competición, además de la veracidad de los argumentos, hay que demostrar su impacto. Tiene que entenderse por qué lo que decimos importa, por qué es relevante, cuáles son las últimas consecuencias de una argumentación. Durante el show televisivo del miércoles, a falta de impactos, había varios medios digitales posteando casi en directo desmentidos de lo que decían los candidatos. Ni siquiera la veracidad, ese respeto a un atril, se podía presuponer. “Ha empezado él”, se escucha. Mientras tanto 9,4 millones de personas seguían pendientes del televisor. 

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