Opinión

Tras las cifras

Los boletines estadísticos describen de nuevo el panorama demográfico. Más población sobrepasa los 84 años, resultado de la aplicación generalizada de avances médicos a generaciones que fueron históricamente ‘cribadas’ por condiciones de vida muy duras. A partir de esas edades, se pierde autonomía funcional y se hace uno más necesitado de atención personal y sociosanitaria.
El fenómeno azota especialmente las zonas más remotas y despobladas de la provincia.

Esto implica (ya sobre el terreno) aislamiento y soledad durante los últimos años de vida; en aldeas vacías, aunque llenas de recuerdos de lo que fueron. En ausencia de amigos y familiares (fallecidos o emigrados). En un entorno degradado: casas arruinadas, veigas, leiras y cortiñas abandonadas. Inmersos, además, en una cultura de diseño urbana que no entiende el tiempo y espacio rural sino como ocio (y a veces, desparrame). Y en el que sus habitantes más antiguos no acaban de encontrar su sitio más allá del reclamo turístico de lo enxebre. 


Y emprender en esas zonas es enfrentarse a carencias y trabas constantes (y crecientes) por lo que no se atrae a nuevos pobladores. Los políticos hacen sus cuentas y no les salen. La población se escurre entre sus dedos como la arena y transmiten su inquietud a la sociedad. Pero nadie mueve un dedo. Y menos una herramienta. Como se podrá observar, lo peor no son las cifras.

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