Opinión

Xi Jinping diseña el nuevo sueño chino


Las liturgias que escenifican el poder en China son verdaderamente espectaculares. Lo acabamos de ver en el desarrollo del XX Congreso del Partido Comunista Chino que acaba de tener lugar en el grandioso Palacio del Pueblo situado en una esquina de la plaza de Tiananmen, cerca de la Ciudad Prohibida, donde reside la nostalgia de las antiguas glorias imperiales. El nuevo gran mandarín Xi Jinping, de 69 años, fue recibido en el gran salón por los 2.300 delegados entre atronadores aplausos. Iba a comenzar el XX Congreso del Partido Comunista Chino, donde se definiría la estrategia política y económica de los próximos cinco años y algo sumamente clave: de este Congreso saldrá el nuevo líder. En condiciones normales la designación del nuevo líder hubiera ocupado todas las conversaciones y las más sutiles conspiraciones. Según la Constitución, el líder supremo solo puede estar dos mandatos en el cargo. Xi lleva desde 2012, dos mandatos. Por lo tanto, estaría descartado para seguir en el cargo; pero en el año 2018, por orden de Xi se suprimió esa limitación que deja las puertas abiertas para que el actual secretario general del Partido opte a un tercer mandato, algo que nunca había sucedido desde los tiempos de Mao Tse Toung, el fundador del partido.

¿Cuándo apareció Xi Jinping en el paisaje político de China? En el año 2009, tres años antes de que fuera elegido como líder supremo del país, el Departamento de Estado de los Estados Unidos ya le observaba como el futuro máximo dirigente. Lo sabemos por los documentos revelados por la plataforma Wikileaks. En ellos se dice de Xi: “Es un dirigente supremamente pragmático y realista, no está empapado de ideología; y dominado por una mezcla de ambición y autoprotección”. A pesar de todo, por aquel tiempo es un personaje opaco, se sabe muy poco de él y menos de lo que piensa. Los que le conocen le definen como una persona brutal y arrogante, con muy poca formación cultural. No estaba bien valorado por sus compañeros, de ahí una cierta frustración con perfume de timidez. Un grave error de apreciación por parte de ellos. En 2012 fue elegido presidente del país en una votación de compromiso entre las dos facciones enfrentadas del Comité Central. Ya en la cumbre, Xi se empleó a fondo en desplegar su talento político y estratégico.

Al poco tiempo de ocupar la presidencia del país, el Comité Central del Partido Comunista Chino difundió secretamente un documento interno sobre la “esfera ideológica”. Son muchos los sinólogos que piensan que fue el mismo Xi Jinping quien lo redactó. En el texto se enumeran los temas que no deben ser objeto de debate ni de discusión. Se trata de dogmas básicos del pensamiento dominante: se descartan de manera absoluta la democracia constitucional occidental, los considerados valores universales de Occidente, el neoliberalismo, la noción de sociedad civil, la idea occidental del periodismo y el nihilismo histórico.

Frente a las amenazas de las ideas disolventes occidentales, los miembros del Partido Comunista deben defender de manera combativa la línea ideológica del partido, evitar la difusión de ideas contrarias y ejercer sin reserva un control activo sobre los que se publica en los medios. Es un imperativo purificar el medio ambiente ideológico de la opinión pública, especialmente en internet, donde se está desarrollando, en buena parte, el combate ideológico.

Desde el primer momento de su mandato, Xi Jinping aplicó estos planteamientos de manera implacable y autoritaria. Por no cumplir estas coordenadas ideológicas fueron arrestados y perseguidos millares de abogados, militantes de los derechos humanos, entre ellos el escultor y Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, que murió en prisión el año 2017.

La batalla ideológica es el eje de la política internacional de Pekín. Xi, para excitar los fervores populares, practica un nacionalismo exacerbado. Para Xi: “La grandeza histórica de China, a través de sus diversas dinastías, se apoya en gobiernos fuertes, autoritarios y confucianos. Conviene decir que la grandeza de China nunca fue producto del pensamiento de las democracias liberales… Por el contrario, la grandeza de China, en el futuro, puede apoyarse en el legado político que le es propio y que viene de la tradición jerárquica del Estado y a la vez del confucianismo y comunismo”.

Podemos decir que Xi Jinping es políticamente leninista; económicamente, marxista híbrido; y un político de extrema derecha según los cánones del pensamiento europeo. Bajo su mandato el nacionalismo está por todas partes, el perfume nacionalista se extiende por todo el aire de China. La consigna es: “Hay que llenar el espacio con la gloria de la patria”.

Las cosas no son como son sino como se perciben. Así como en un pasado próximo percibíamos a China como un país atrasado y rural, a día de hoy le vemos como un gigante económico en la vanguardia de las nuevas tecnologías. Uno de los máximos objetivos de los Estados Unidos es preservar la ventaja competitiva con China.

Desde que Xi escaló al máximo poder en China, su máxima aspiración es conservarlo y, si es posible, mantenerse en él indefinidamente. Para lograrlo fomentó el culto a su personalidad, una práctica casi olvidada desde los tiempos de Mao; depuró a todos sus enemigos internos acusándolos de corrupción; y se apuntó como éxitos personales los éxitos del desarrollo de China, olvidando que el espectacular crecimiento arranca de las medidas reformadoras como las de Den Xiaoping.

No cabe duda qué actualmente China es una gran potencia y que dentro de pocos años puede convertirse en la primera potencia económica del mundo. Partiendo de ese hecho, Xi quiere diseñar la nueva geopolítica del mundo y dar nombre a una nueva era. En el discurso de apertura del XX Congreso dejó meridianamente claro que el objetivo del próximo quinquenio que ahora comienza será integrar Taiwán en China, en principio sin utilizar la fuerza. Fue la parte del discurso más aplaudida por los delegados junto a los párrafos en los que se vanagloriaba de que había dominado y sometido las revueltas de Hong Kong. Durante el discurso aludió 142 veces al Partido Comunista, mientras al socialismo solo lo hizo en 81. Y defendió su drástica política de covid cero, a pesar de los dolorosos costes.

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