Opinión

Aviones (2001-2015), el mismo problema

Supongamos, es una hipótesis, que el copiloto del vuelo de Germanwings, Andreas Lubitz, hubiese sobrevivido a la catástrofe que él mismo provocó al estrellar el avión deliberadamente en los Alpes franceses. En ese caso sería inmediatamente imputado y detenido por la muerte de los 149 pasajeros, no sólo porque se trate de muchas personas, sino porque además existiría una total indefensión por parte de las víctimas. En mi opinión la solución jurídica correcta para la acción del copiloto sería calificarla como asesinato, al concurrir alevosía. El Fiscal de Marsella, sin embargo, considera que es un homicidio involuntario porque el copiloto sólo quería estrellar el avión, no quería matar a los pasajeros. Discutible, teniendo en cuenta que hizo bajar el avión voluntariamente durante ¡8 minutos!, lo dirigió contra una montaña, cerró la cabina y tuvo que escuchar como el piloto intentaba abrirla con un hacha y le rogaba: “por el amor de Dios, abre la puerta”, “abre la maldita puerta”. Y además hay un dato relevante, le dijo a su novia: “haré algo y todo el mundo conocerá mi nombre”, lo que demuestra una premeditación de su acción. Dejando aparte el ordenamiento jurídico, es evidente que para suicidarse no es necesaria la compañía de terceras personas ni hacer daño a los demás.


Así que surge de nuevo el mismo problema que se produjo el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Los aviones se pueden utilizar tanto para cometer un atentado terrorista (estrellándolos deliberadamente contra las Torres Gemelas) como para conseguir el asesinato de todo el pasaje (estrellándolos deliberadamente contra los Alpes) y ya, de paso, suicidarse en ambos casos. El avión sigue siendo un arma que puede utilizar un terrorista, un asesino o un trastornado, sólo cambia el lugar (de Torres Gemelas a los Alpes) y el motivo (terrorismo, asesinato o suicidio). Entre septiembre de 2001 y el año 2015 se han adoptado toda clase de controles y medidas de seguridad en los aeropuertos y dentro de los aviones, y sin embargo no se ha podido evitar un nuevo hecho luctuoso. Así que la conclusión parece clara, es imposible lograr el riesgo cero. Incluso las propias medidas de seguridad adoptadas se pueden volver en contra y utilizarse para un propósito delictivo, en este caso el cerrar la cabina herméticamente, hasta aislarla, utilizando para ello una puerta blindada a prueba de balas, ha sido la clave que permitió al copiloto estrellar el avión contra una montaña. Es decir, una medida de seguridad se convirtió en una trampa mortal.


Desgraciadamente de todo se aprende, y ahora Europa corregirá el protocolo de estancia de la tripulación en la cabina y adoptará el sistema americano de presencia en cabina (2 tripulantes siempre, piloto y/o copiloto y auxiliar de vuelo). Protocolo que era conocido y que no se aplicó. Esa, junto con el trastorno que sufría el copiloto, fue la causa de la catástrofe y no las tonterías que se han oído estos días (“las compañías low cost no son seguras”, “la culpa es del maldito capitalismo”, etcétera) Existe entre los europeos una especie de necesidad de diferenciarnos de los americanos en cuestiones de este tipo, como si aquí fuésemos más puristas en la defensa de las libertades, cuando la mayor defensa de los derechos humanos es evitar la muerte de las personas. Aunque Europa sí ha estado a la altura de lo que de ella se espera con el sistema de rescate que ha puesto en marcha Francia y con la información a las familias del fiscal de Marsella, Brice Robin, que fue impecable. Las víctimas, sin un aspaviento, sin una palabra más alta que otra, no sucumbieron al circo de declaraciones y han sobrellevado su dolor con dignidad, en silencio, con el apoyo de sus amistades y con las oraciones de mucha gente anónima. Incluso el padre y esposo de una de ellas ha dicho: “La gente es muy buena”. Toda una lección ante la que hay que quitarse el sombrero.

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