Opinión

La corrupción, la transparencia y Peter

Dijo Felipe González que la corrupción en nuestro país ha llegado a tal extremo que resulta agobiante. Con todo, yo creo que no es así y que la sociedad en general no es corrupta. Ahora bien, no se confundan mis palabras, los corruptos deben ser perseguidos implacablemente, porque no hay nada peor que una persona que cobra un sueldo fijo del erario metiendo la mano en la caja. Lo cual no quita para decir que al final pagan justos por pecadores. 

En esto de la corrupción se habla mucho de los corruptos y muy poco del corruptor, antes llamado popularmente “conseguidor”, ese “profesional” que se encarga de corromper o intentar corromper a todo el que maneje dinero público y se le ponga a tiro. Estos personajes son auténticos maestros en la explotación de las debilidades humanas. El caso es que en España se ha desatado una lucha implacable contra la corrupción, con la magistratura al frente, que está dando sus frutos y que, yo creo, hace que ahora cualquiera se lo piensa cien veces antes de hacerla. Esta es la grandeza de la democracia, su capacidad de transparencia y de regeneración. Y esa capacidad proviene de la libertad y del estado de derecho, pero sobre todo de la primera. La libertad de los medios de comunicación para denunciar todo lo habido y por haber, la libertad de los jueces que ejercen como tales, la libertad de la sociedad civil para asociarse, unirse, reunirse, manifestarse y pronunciarse, la libertad de los ciudadanos para poner y quitar gobiernos. En definitiva, siempre la libertad es la última herramienta que pone las cosas en su sitio. 

Por eso poner límites a la libertad es peligroso, muy peligroso, porque si esta se debilita tal vez ya no veamos casos de corrupción, pero no porque no los haya, sino porque el sistema no es capaz de ventilarlos y se acaba hundiendo en la podredumbre. Como dice el papa Francisco, “es bueno airear las cosas”. Una de las mejores formas de airear es la transparencia, lo cual es equivalente a que todo lo que pueda y deba ser público lo sea y, sobre todo, de muy fácil acceso, de tal manera que cualquier ciudadano, desde su casa, y a través de su ordenador, pueda acceder a la información relevante. 

El Gobierno anunció días pasados que de aquí a pocos años las grandes empresas van a tener que declarar sus facturas en tiempo real, es decir, emitirlas y al mismo tiempo comunicarlas a la Hacienda Pública. Si las empresas pueden hacer esto, las Administraciones Públicas no solo es que puedan, es que están obligadas a publicar en tiempo real sus decisiones, resoluciones y contratos. El mismo Gobierno acaba de crear el “Portal de la Transparencia”, lo cual está muy bien y es un primer paso que han de seguir todas las administraciones públicas, sobre todo en lo que afecta al manejo del dinero público. Porque ya se sabe, no hay nada que corrompa más que el dinero cuando a la persona le faltan valores. 

Y aquí es donde entra Peter, del que ya casi me había olvidado. Pero no, es imposible olvidarse de la lección que este nigeriano nos ha dado a los españoles. Peter, que vende pañuelos en un semáforo de Sevilla para poder pagarse sus estudios de medicina, se encontró en su semáforo un maletín con unos 3.000 euros y unos cuantos cheques. Con ese dinero arreglaba su vida durante una buena temporada y podría volver a su país y, sin embargo, lo entregó a la Policía que a su vez se lo devolvió a su legítimo dueño. Y claro, este hecho se convirtió en noticia en el telediario para sorpresa del propio Peter que no salía de su asombro por la relevancia que se le dio en España a su honradez. Peter solo decía: “Pero si esto es lo normal”, y tiene razón, eso debería ser lo normal. La conclusión es que no hacen falta ni leyes contra la corrupción ni Portal de la Transparencia si se tienen los valores de Peter. El problema es que algunos tienen sus “valores” invertidos en el “valor” del dinero, o lo que es lo mismo, para ellos el valor del dinero es su valor supremo.

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