Opinión

Dios estuvo en el módulo lunar

El 20 de julio de 1969 a las 20.17.39 horas de Greenwich, Neil Armstrong, comandante del módulo lunar Eagle, y Buzz Aldrin, el piloto, alunizaron. En el Apolo 11 los esperaba Collins orbitando la Luna. Con la emoción contenida, sólo se dieron la mano y una palmada en la espalda, estaban casi conmocionados por lo que estaban viviendo. Fueron conscientes de que eran los primeros humanos que habían llegado a otro planeta y con ellos la humanidad daba el primer paso en el universo. 

Se habían tardado cientos de miles de años desde que el ser humano tuvo consciencia de sí mismo. Pero en el espacio el tiempo, la eficacia y el rigor es la fina línea que separa la vida y la muerte, así que Neil Armstrong, aún envuelto en un ambiente de verdadera y gran historia, desde el angosto espacio del Eagle, con voz segura y algo emocionada, comunicó a Houston: “Hasta aquí todo bien” y añadió, dirigiéndose a Buzz: “Vamos a ello”. 

El comandante y el piloto comprobaron que todos los sistemas estaban en orden en el modulo lunar y realizaron un ensayo del despegue que tendrían que hacer en pocas horas. Era prioritario porque en ello les iba la vida. Después de esa simulación estaba prevista una comida y un descanso de cuatro horas. Armstrong recordó más tarde: “Estábamos demasiado eufóricos para dormir”, así que decidieron que el descanso se reduciría a tres horas. Cuando se disponían a comer, en ese estado de conmoción, euforia, tensión y, al mismo tiempo, autocontrol, Buzz Aldrin, hizo algo absolutamente ajeno a la misión pero no a la historia de la humanidad. Lo había pensado, planeado y decidido días antes de despegar. 

Aldrin anunció por radio: “Houston, aquí el piloto del módulo lunar. Me gustaría pedir unos momentos de silencio e invitar a todos los oyentes, sean quienes sean, a que piensen en lo que ha sucedido en las últimas horas y den las gracias del modo que prefieran”. Aldrin, de confesión presbiteriana, sacó de su kit personal dos paquetes. Uno contenía un vial de vino y el otro una hostia. 

Después de servir el vino en un pequeño cáliz que también llevaba en el kit, se dispuso a tomar la comunión. Neil Armstrong, también creyente, observó este hecho en silencio y con respeto. Así describió Aldrin ese momento, cuando volvió a la Tierra: «Abrí los pequeños envoltorios de plástico que contenían el pan y el vino. Vertí el vino en el cáliz que me dieron en mi parroquia. En la gravedad de la luna, el vino se rizó lentamente y se deslizó por el borde del copón. Entonces, leí en la Escritura: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15 5). Comí la pequeña hostia y bebí el vino. 

Di gracias por la inteligencia y el espíritu que habían llevado a dos jóvenes pilotos al Mar de la Serenidad. Fue interesante pensar: el primer líquido jamás bebido en la Luna y el primer alimento comido allí, fueron las especies de la comunión». 

Buzz Aldrin leyó ese versículo del Evangelio de Juan, usado tradicionalmente en la ceremonia de la comunión presbiteriana, con el micrófono apagado. Su intención era leerlo a la Tierra, pero desde la NASA le habían aconsejado que no lo hiciera porque cuando los astronautas del Apolo 8, Borman, Lovell y Anders, leyeron un versículo del Génesis (“Al principio creó Dios el cielo y la tierra…”) el día de Navidad de 1968 al orbitar la Luna por primera vez en la historia, Madalyn Murray O’Hair, una activista atea de Estados Unidos, demandó a la NASA alegando que ello era contrario a la constitución de ese país y aunque la demanda fue desestimada por el Tribunal Supremo la NASA no quería problemas. Pero el rumor de la ceremonia religiosa de Aldrin se había filtrado a la prensa y él lo confirmó después. 

Fue la primera vez que se comulgó fuera de nuestro planeta. Dios estuvo presente en el modulo lunar, al menos para Buzz Aldrin y para todos los que creemos que Dios está en todas partes, también en la Luna. 

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