Opinión

Felipe VI: revitalizar la democracia

No me gusta cuando oigo que los jóvenes no se sienten identificados con la Constitución Española porque ellos no la votaron. Tampoco votaron la constitución francesa, la italiana o la alemana la mayoría de sus actuales generaciones y no por ello reniegan de ella. No haber votado una constitución no puede ser motivo de desafectación, porque lo que hace que cualquiera se sienta identificado con esta norma es que recoja lo fundamental de los valores, derechos, libertades y normas de convivencia en los que uno cree, sabiendo además que todos han tenido que ceder algo para llegar al acuerdo constitucional.

Ahora bien, esto no quiere decir que una Constitución sea inamovible, sino todo lo contrario. Su permanencia está supeditada a que se adapte a las necesidades de cada tiempo. Sólo hay que ver lo inteligentes que han sido los americanos al crear un sistema de enmiendas que se aprueban en función de los cambios de valores de la ciudadanía. Ahora que tenemos un nuevo rey, Felipe VI, joven y conocedor en profundidad de los problemas del país, tal vez haya llegado el momento de, sin prisas pero sin pausas, abordar algunos cambios que, a mi entender, son necesarios.

Ha dicho el rey en su primer discurso ante las Cortes que “los españoles, y especialmente los hombres y mujeres de mi generación, señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a fortalecer nuestra cultura democrática”. Esta afirmación me parece sumamente acertada y en íntima conexión con los deseos de todos los ciudadanos, sean más o menos jóvenes. Es evidente que son muchos los que se sienten alejados de la política, de las instituciones y del sistema y ello porque ha habido bastantes fallos. El primero es el de la corrupción que parece campar a sus anchas, aunque estoy seguro de que no es así y que la mayoría de los políticos son honrados. El caso es que esa es la imagen que percibimos, pero también es cierto que si la vemos es precisamente porque el sistema lucha contra ella. Así que la democracia ha de fortalecerse en primer lugar consiguiendo que el sistema sea lo más limpio y transparente posible, empezando por el propio rey, que sin duda va a dar un ejemplo en este sentido.

El segundo cambio que debería abordarse es crear un sistema electoral que permita que gobierne el que ha ganado las elecciones. ¿Por qué?, pues porque es la manera de que la gente sienta que gobierna el elegido y no quien ha perdido. Y esto se puede hacer de varias maneras, desde un sistema electoral mayoritario (EEUU), a uno a doble vuelta (Francia) o, como a veces se dice en España, un sistema proporcional que garantice que gobierna la lista más votada, aunque les confieso que no sé como se puede articular esta posibilidad.

En fin, en tercer lugar está el toro con el que hay que lidiar generación tras generación (“conllevar” el problema, que decía Ortega y Gasset), el reconocimiento del hecho diferencial de Cataluña, Euskadi y Galicia. Es este, tal vez, el mayor reto político de nuestro tiempo. Al rey no le corresponde gobernar, pero sí “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”, tal y como establece la Constitución. Creo que ya no se puede seguir haciendo oídos sordos a la reclamación de reconocimiento específico de la singularidad de las tres nacionalidades históricas, y que el rey, de forma absolutamente discreta y siempre avalado por el Gobierno, podría moderar, arbitrar y buscar un acercamiento de posturas, por supuesto dentro del respeto a la legalidad y siempre que los que han desafiado al Estado estén dispuesto a retirar ese órdago. Si hay voluntad de acuerdo y de respetar la unidad de España las cosas llegarán a buen puerto y si no las cosas quedarán muy claras.

Y por último, y no por ello menos importante, el cuarto problema es el paro. La mejor forma de revitalizar la democracia es que haya trabajo y que se fortalezca el estado social. Todo un reto para un nuevo rey.

Te puede interesar