Opinión

Ourense y Playa América

Ahora que los ourensanos hemos decidido hacer una terapia de grupo y sacar del baúl los recuerdos de juventud de cada uno, no he resistido la tentación de recordar los veranos en Playa América, la playa de los ourensanos, junto con Samil y también Sanxenxo. Y los recuerdos empiezan con el viaje a la playa, sí viaje, porque llevaba casi toda la mañana o la tarde a velocidad reducida, con las ventanillas del coche abiertas y sin cinturón de seguridad, aunque entonces las familias solían ser numerosas y en el asiento de atrás íbamos como sardinas en lata, vamos que era casi imposible moverse, aunque nuestra hermana mayor se arreglaba para manejar con un dedo el magnetofón y conseguía que cantáramos la canción de moda o la de “La felicidad…ja, ja, ja…”. El viaje duraba unas tres horas, por aquellas carreteras llenas de curvas, con los humos de los camiones, parada en La Cañiza, pendientes de la roca del pianista al pasar Ponteareas -que por cierto allí sigue interpretando su eterna melodía-, para entrar en Vigo por la entonces muy moderna avenida de Madrid, bajar por las Traviesas y salir por Balaídos y la carretera que cerca del mar llevaba a la playa. Me olvidaba, como en el coche siempre se mareaba alguno, antes de salir nos tomábamos la biodramina y andando.

Cuando nosotros empezamos a veranear en Playa América todavía existía el tranvía Vigo-Gondomar, al que, a 15 kilómetros por hora, le llevaba una hora llegar a Vigo, aunque como entonces la vida era más sosegada que ahora, no importaba “perder” el tiempo contemplando el mar entre apeadero y apeadero. Recuerdo que en Playa América el único restaurante que existía era El Angelito y un bar playero de madera llamado El Pirata, que ardió, y después ya se abrió la Vela de Oro y otros. El centro de diversión nocturno era la discoteca Tiffanys a la que acudían desde Vigo, Bayona, Panjón y todos los alrededores, con aparcamiento en la leira de al lado, creo que fue el primer Parking-Leira de Galicia y además gratis, ¡si es ahora, ya te digo!

Que tiempos tan buenos. Mis hermanos, nuestros amigos de Ourense, Vigo, Madrid y demás sitios, nos pasábamos la mañana en la playa jugando al futbol y bañándonos. Los partidos los empezábamos unos pocos que señalábamos las porterías con arena mojada y a medida que iba llegando el personal se sumaba con sólo preguntar, “de qué lado juego”, y después a bañarse y a rogar para que no nos picara la faneca de turno. Por la tarde nos subíamos en la bicicleta y recorríamos todo cuanto camino o sendero encontrábamos por las cercanías, ¡anda que dimos vueltas al Monte Lourido! Y ya de paso que cogíamos la bicicleta de vez en cuando nos hacíamos una chocolatada con las amigas en Monteferro y otras veces nos íbamos al cine a La Ramallosa, allí veíamos los estrenos de verano y nos lo pasábamos pipa, nunca mejor dicho porque ¡mira que comimos pipas Facundo! Y como todo falla en este mundo, no había verano que no pincháramos al menos una vez la bicicleta, así que allá nos íbamos con la bici a rastras al taller de Ciclos Palacios en La Ramallosa, donde nos parcheaban el tubular por un módico precio.

Era muy típico entonces que los padres trabajaran durante la semana y se vinieran a la playa los fines de semana (el famoso “estar de Rodríguez”), con lo cual se solía restablecer la disciplina casera bastante relajada el resto de la semana. Los chavales jugábamos libres, sin cortapisas, con bastante inocencia y con alguna que otra chiquillada que nunca iba a más y sin pensar en el tiempo, que implacablemente pasaba, hasta que se acababa el verano y con pena nos despedíamos cantando “Adiós con el corazón…”

Claro que al llegar a Ourense todo se restablecía al sentirse de nuevo en casa y en nuestra ciudad en la que, por cierto, siempre había cambiado algo. En fin, que casi se puede decir, “tú no eres de Ourense si… no estuviste en Playa América”.

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