Opinión

La pandemia vista desde Rusia

Hay hechos en la vida social que dejan huella indeleble en cada persona. Todos recordamos lo que hacíamos cuando se produjo el golpe de estado de Tejero en el año 1981, las imágenes de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York o los atentados del 11 de marzo en la estación de Atocha de Madrid. Son recuerdos que el tiempo no borra, llegamos a recordar con quien estábamos en esos momentos y los comentarios que hicimos. La pandemia de covid-19 es una experiencia personal y social que entra en esta categoría de hechos indelebles en nuestra memoria. 

Recuerdo perfectamente lo ocurrido en Europa la última semana de febrero del 2020, dos semanas antes de la declaración del estado de alarma en España. En esas fechas me encontraba de viaje en Rusia con un grupo de personas. Vistos los acontecimientos desde allí la situación creaba cierta inquietud y algo de alarma. Lo primero que supimos al llegar a Rusia fue que este país había cerrado toda su frontera con China (unos 4.250 kilómetros) y que ese cierre afectó gravemente al turismo en San Petersburgo y Moscú, donde los museos y palacios estaban prácticamente vacios, al contrario de lo que ocurría habitualmente en años anteriores. ¡Putin no se anda con bromas!, pensé. 

En el segundo día de viaje se publicó en los medios la noticia de que el covid-19 había llegado a Italia; enseguida la cosa se agravó y empezaron a confinar algunas zonas del norte de ese país. Visto desde Rusia era preocupante, no sólo porque el virus ya había llegado a Europa sino también porque estaba muy cerca de España. 

En el cuarto día, en el tren de San Petersburgo a Moscú, en medio del trayecto, unos sanitarios acompañados de policías armados que habían subido en una estación próxima a Moscú, nos sometieron sorpresivamente a una prueba de fiebre, “por supuesto voluntaria”, en la que todos dimos negativo. Si hubiese dado positivo alguno del grupo posiblemente nos habrían expulsado del país. 

En Moscú la gente circulaba sin restricción alguna. Sólo al abandonar Rusia, el 1 de marzo de 2020, en el aeropuerto había algún funcionario de aduanas con mascarilla. El avión hizo escala en Múnich y en la zona de tránsito sí se veían bastantes pasajeros con mascarilla, en una Farmacia las tenían a la venta en una estantería situada justo a la entrada de la misma. Estuve a punto de comprar algunas por si acaso, pero al final desistí, ya llevaba dos desde Ourense y creí que serían suficientes. En el avión algunos pasajeros llevaban mascarilla, no así las azafatas, lo cual me causó cierta tranquilidad; ¡si la tripulación de Lufthansa no lleva mascarillas es porque no hay peligro!, pensé. 

Al llegar a España y ver la semana siguiente el ambiente que había en las calles, las manifestaciones del 8 de marzo, los estadios de futbol llenos, los aviones que llegaban de Italia sin ninguna limitación, etc. me pareció que aquí no había riesgo alguno y que los chinos, los rusos, los italianos, los pasajeros del avión con mascarilla, la farmacia de Múnich y la Organización Mundial de la Salud eran unos exagerados y que la inquietud que había tenido en Rusia era bastante infundada. 

Unos días después todo cambió y comprobé que mi temor era más que razonable. Claro que para tener esa inquietud tal vez había que estar en China, en Múnich, en Italia o en Rusia y no en España. Aquí estábamos a lo nuestro, en la ocultación o la minimización del problema: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”, Fernando Simón dixit. Nunca olvidaremos el mes de marzo de 2020 y lo que vino después.

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