Opinión

Periodistas

El diccionario de la RAE define al periodista como la persona que tiene como oficio escribir en periódicos. Parece evidente que esta definición es incompleta. Hoy, ser periodista es buscar la noticia, informar al lector, crear opinión y, últimamente, jugarse la vida. Sí, literalmente, ¡algunos se la juegan! Hace unos días, los bestias de la organización Estado Islámico de Iraq y de Levante -una rama de Al Qaeda- asesinaron al periodista James Wright Foley. El asesinato fue cruel, lo decapitaron, grabaron la ejecución en video y la enviaron a los Estados Unidos. Al parecer, unos días antes del asesinato, un comando militar americano trató de liberar a Foley sin conseguirlo, lo acababan de trasladar a otro lugar. Por si fuera poco la semana pasada asesinaron a otro llamado Steven Sotloff con el mismo método y ya anuncian el asesinato de un tercero, en este caso inglés. 

Parece evidente que cuando estos periodistas se fueron a la guerra para informar asumieron el riesgo de ser secuestrados o de morir accidentalmente como consecuencia de un disparo o de una bomba, pero no creo que se imaginaran que serían decapitados. Viendo estas barbaridades me vienen a la mente algunas preguntas, ¿eran combatientes los periodistas?, la respuesta es no; ¿sus informaciones estaban manipuladas?, la respuesta es no; ¿estaban armados?, la respuesta es no; ¿son culpables los periodistas de las guerras?, la respuesta es no; entonces ¿por qué los han asesinado? Lo han hecho por dos razones. La primera, porque para estos asesinos la vida de los occidentales y de los orientales, de los cristianos y de ¡los otros! musulmanes, de los ricos y de los pobres, de los blancos o de los negros, no tiene ningún valor, ¡ninguno, absolutamente ninguno!; y la segunda razón es que utilizan la decapitación para sembrar el terror y dejar bien claro que ¡tampoco valoran su propia vida!, están dispuestos a suicidarse. 

En ese riesgo de morir está también la periodista Caddy Adzuba, a la que el jurado de los premios Príncipe de Asturias acaba de conceder el de la Concordia. Adzuba es una valiente congoleña que todos los días, a través de Radio Okapi, lucha por los derechos de las mujeres en su país, en donde han tratado de asesinarla dos veces. Este premio supone un reconocimiento al valor de Caddy Adzuba, pero también puede suponer que salve su vida al hacerla una persona conocida y reconocida internacionalmente. 

En fin, la profesión de periodista tiene muchas facetas, pero tal vez la más destacada sea la del periodismo de investigación. El paradigma de esta especialización fue el caso Watergate, aquel en el que Carl Bernstein y Bob Woodward, periodistas del Washington Post, descubrieron el espionaje que los Republicanos hicieron sobre los Demócratas para ganar las elecciones y que supuso la dimisión del presidente Richard Ninxon. Esta investigación ha quedado tan en la conciencia americana que cuando tuve ocasión de visitar Washington, al pasar por delante del edificio Watergate, un americano lo señaló como algo que forma parte de su historia, como también me mostró el teatro Ford, en el que asesinaron a Lincoln, muy cerca uno del otro. 

En mi opinión el periodismo moderno tiene tres campos de actuación fundamentales, uno es el periodismo de investigación, otro es el de la información en primera línea de conflicto y el último el de crear opinión. Cualquiera de estas facetas tiene sus riesgos, incluida la última, porque para ser periodista al final hay que mojarse y manifestar un criterio, una opinión, lo cual es por sí mismo un riesgo. Decía Martín Luther King, al que también asesinaron, que “para tener enemigos no hace falta declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa”. Aunque a veces el periodista ni siquiera tiene que dar su opinión para jugársela, a veces le basta con tener la mala suerte de caer en manos del Estado Islámico de Iraq y de Levante y de convertirse él mismo en la noticia.

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