Opinión

Piratas (2.0) del Caribe

Todos hemos visto alguna película sobre piratas, ya saben, los que navegando por la “Mar Océana” (que se decía en la época de Colón) se dedicaban a asaltar barcos y apoderarse del botín. Una de las más famosas es “La isla del tesoro”. En ella los bucaneros tenían enterrado el oro en un lugar secreto, señalado en un mapa, que conocía su capitán, John Silver “el Largo”, caracterizado con su pata de palo, un parche en un ojo y una cacatúa en su hombro. En esta película, como en casi todas, los piratas son vencidos al aparecer un barco militar para salvar a las víctimas. Sin embargo, en la realidad la piratería causaba muchas muertes y cuantiosos daños económicos al tráfico mercantil. Para acabar con ella los países acudieron al expeditivo método de colgar a los piratas del palo mayor del navío en alta mar. En fin, eran otros tiempos.
El caso es que la piratería, tal y como la conocíamos, se acabó. Pero como las especies evolucionan, así lo afirmó y demostró Charles Darwin, ha surgido una nueva, mucho más sofisticada e incruenta para la integridad física de las personas, aunque más perjudicial para los legítimos intereses económicos de muchas personas. El primer rasgo distintivo que demuestra su evolución es que los actuales piratas ya no son los que protagonizan las películas de bucaneros (luchaban, secuestraban, se arriesgaban, vencían o morían…), sino que ahora son los que se las bajan sin pagar y las ven sentados cómodamente en el sillón de su casa. Antes eran los protagonistas y ahora son los espectadores. Otra característica es que los nuevos piratas leen libros, precisamente los que piratean, cosa impensable en los de hace unos siglos. Los filibusteros auténticos vivían en islas o sitios donde era difícil atraparlos, ahora no, ahora viven en nuestras ciudades y conviven con sus víctimas.
Mi amigo Inocencio me dijo el otro día, “si todos los que actualmente piratean en internet fuesen vestidos como bucaneros veríamos las calles llenas de personas con su pata de palo, su parche en el ojo y su cacatúa”, y para hacerlo más expresivo afirmó: “Parecerían los carnavales de Cádiz”. “Eres un poco exagerado”, le contesté. “¡Exagerado! ¿Sabes cuánto supone el lucro cesante para los autores? -preguntó-. Unos 1.700 millones de euros, sólo en España, el equivalente a unas 36 toneladas de oro”, se contestó a sí mismo. Claro, visto así, como lo ve Inocencio, es una auténtica barbaridad, vamos que para trasportar esas toneladas se necesitaría una flota como la Armada Invencible de Felipe II, y para enterrarlo una isla mucho más grande que la del Tesoro y un mapa a gran escala.


Con todo, yo creo que no son equiparables los filibusteros de verdad con los piratas informáticos, entre otras razones porque a los primeros solo les interesaba el botín para sobrevivir o enriquecerse, mientras que los actuales “piratas” solo buscan ocio. De hecho, según se publicó días pasados lo que se piratea en internet son películas, videojuegos, libros y fútbol. Es decir, una piratería recreativa, sin riesgo y sin esfuerzo, todo lo contrario de los auténticos piratas, dispuestos a jugarse la vida para conseguir su propósito. Pero Inocencio seguía en sus trece, sin hacer caso de mis alegaciones para demostrar que no es lo mismo, lleno de razón, afirmó: “Son igual de piratas los de antes y los de ahora, de hecho antes navegaban por los mares y ahora navegan por internet”. Sí, es cierto, los dos tipos de piratas son navegantes (distinto a marino), pero no me negarán que una cosa es enfrentarse a un mar embravecido, al frío o al viento del océano y ¡beber un trago de ron! para sobrellevarlo, que navegar virtualmente y coger una cerveza de la nevera si tienes sed.
En fin, para no discutir, mi amigo Inocencio y yo nos pusimos de acuerdo en que los piratas de antes y los de ahora tienen en común el nombre, la navegación y el perjuicio que causan a sus víctimas, en oro o en derechos de autor. Todo lo demás es diferente.

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