Opinión

¿Votar o no votar?

Resulta evidente que el título de esta columna está inspirado en la duda, universalmente conocida, del Hamlet de William Shakespeare: “ser o no ser”. La duda forma parte intrínseca del ser humano, de toda decisión. Dicen que solo dudan las personas inteligentes porque son las únicas capaces de imaginar el futuro y los riesgos derivados de sus decisiones. El próximo 25 de mayo se celebran elecciones al Parlamento Europeo en un clima de desilusión que se refleja en una posible y elevada abstención. Esto de abstenerse de votar como una forma de protesta, de rebeldía, siempre me ha llamado mucho la atención. Recuerdo que durante los últimos años del franquismo lo que era realmente rebelde era exigir el derecho a votar. Desde que pude hacerlo yo siempre he votado y lo hago porque pienso que el voto de cada uno unido al de los demás puede cambiar gobiernos, políticas y sociedades. Solo hay que ver lo que era España en 1977 y lo que es actualmente o el drama que supone para muchos ciudadanos una política económica equivocada.

Hace unos días un americano me dijo, muy convencido, que Barack Obama había llegado a la Presidencia de Estados Unidos por un “accidente” y que en realidad “él no era el designado por los poderes fácticos”. Ante esta aseveración le contesté cordialmente que, en mi opinión, los ciudadanos sí habían elegido a Obama libre y conscientemente y no una, sino dos veces. El americano guardo entonces silencio y sonrió, sin duda pensando que yo era un ingenuo, y tal vez lo sea, pero que Obama fue reelegido es seguro y también lo es que si, como él dijo, su primera elección fue un accidente, esos poderes fácticos no habrían permitido la reelección, y sin embargo esta se produjo. Esto demuestra que el pueblo sí elige y decide y que no hay poder fáctico que valga si los ciudadanos votan.

La respuesta a la duda, “¿votar o no votar?”, se puede obtener imaginando que ocurriría si, llevadas las cosas al extremo, nadie votase, absolutamente nadie y las urnas quedaran vacías. El resultado sería que al día siguiente no tendríamos poder legislativo ni Gobierno, nos quedaríamos estupefactos y, probablemente, abriríamos un período de reflexión para rápidamente volver a votar y dejarnos de bromas, porque lo que está claro es que un Gobierno es necesario e imprescindible y que además debe ser democrático para ser controlable. Sería además muy probable la aparición de algún salvador de la patria, dado que los ciudadanos dinamitaron el sistema democrático que se habían dado.

Si imaginamos la situación contraria, que votase el cien por cien del electorado, el resultado sería un mensaje claro al Gobierno de turno, ¡aquí estamos!, ¡nosotros votamos, participamos y decidimos!, ¡somos un pueblo responsable!, ¡no hacemos dejación de nuestros derechos! No votar es tanto como renunciar a la democracia, sistema del que Churchill dijo el 11 de noviembre de 1947 en un discurso en la Cámara de los Comunes: “se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando todas las otras formas de gobierno que han sido probadas de vez en cuando”. La democracia tiene muchas virtudes y algunos defectos, pero todas las alternativas son inmensamente peores.

En fin, las elecciones europeas son cada vez más importantes, me atrevería a decir que son tan importantes como las de cada país, porque las políticas sectoriales se deciden cada vez más por el consejo de jefes de Estado y de Gobierno y, a partir del 25 de mayo, con una muy considerable participación del Parlamento Europeo. Casi todo lo que se decide en España está determinado por la política Europea, así que yo tengo muy claro que sí hay que votar, sin que me asalte ninguna duda shakespeariana sobre si el voto vale o no vale. Sí que vale.

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