Opinión

A mí no se me apareció la virgen

Antes de que empezase a aparecérsele la virgen con cierta frecuencia y bajo una advocación que no considero prudente recordar, un pariente mío cuyo nombre no viene al caso, recorría Europa, cámara en mano, fotografiando escaparates para una firma que tampoco importa mucho de qué firma se trataba. 

Sucedió durante los años alborales de nuestra autonomía; así que nunca mejor dicho: Fernández Albor presidía el gobierno a la sazón reinante. Después se murió el abuelo de este pariente mío -no el de Don Gerardo, que entonces ya habría dado varias y copiosas cosechas de malvas pues en aquellos años llovía mucho- y le dejó una herencia de relativa importancia que condicionó la vida del heredero. Empezó a soñar con la compra de un coche con remolque encima del que transportaría un pequeño yate, en el que se alojaría mientras continuase sus viajes, cámara en mano, fotografiando escaparates de tiendas de ropa, como ya quedó advertido.

El objeto, además del de emular a un caracol llevando la casa a cuestas, no era otro que el de ahorrar desplazamientos. Entonces andaba mucho por Italia y por Suiza. Se imaginaba mi pariente que al llegar a un lago, al de Como por poner un ejemplo, o al de Neuchâtel por poner otro, echaría el barco al agua y, acto seguido, subiría el coche a cubierta para que de ese modo, además de seguir alojándose a bordo, pudiese cruzar hasta la otra orilla ahorrándose un pastón en gasolina y como si el gasóleo fuese de regalo.

Nunca le oí hablar de estadías, de grúas y cabrestantes, ni de nada que enturbiarle pudiera el pensamiento; él era feliz así y tampoco era ocasión de disuadirlo. Debió ser por entonces cuando empezó a aparecérsele la virgen. Recordado sea ahora todo ello sin el menor ánimo de contrariar a nadie ni de herir susceptibilidad alguna. Si la Virgen se le apareció a tres garotiños portugueses en Cova de Iría, sin que nadie tenga la infeliz idea de cuestionarlo, no veo yo porque no habría de aconsejar a mi pariente siquiera fuese de modo indirecto o por persona interpuesta.

En el convento de las Madres Doroteas que hay en Pontevedra, cercano a las cinco calles en una de cuyas casas vivió el gran don Ramón de las barbas de chivo, por señalar a Valle-Inclán echando mano del verso de Rubén Darío (si a ustedes no les parece mal, claro) en ese convento, gracias a los buenos oficios y amistad de la madre Merino -que después viajó a Roma para cuidar al Papa, según me contaron- entré yo con Miret Magdalena, ya saben, aquel teólogo que escribía en la revista "Triunfo" durante la última dictadura padecida. Miret quería constatar las apariciones de la misma Virgen de Fátima en aquella santa casa mientras vivió en ella sor Lucía, una de los pastorcitos lusos y guardadora del tercer mensaje que tanto nos agobió la juventud a quienes peinamos ahora canas.

La cantidad de lugares en los que se le apareció la Virgen a sor Lucía, siempre por sorpresa y como si estuviese jugando con ella al escondite, avalan la posibilidad de que también haya que hacerle caso a mi pariente. Ya me gustaría a mí ser tan afortunado. Pero ya les comenté que, en la iglesia de los salesianos, por mucho que yo insistiese nunca me sonrió la imagen de María Auxiliadora. Se ve que mi pariente tiene un alma mucho más pura que la mía. Quizá se deba a que, en los años anteriores a 1960, nos predicaban, al menos algunos curas así lo hacían, advirtiéndonos que en ese mensaje (que ellos no habían leído) había quedado claro que el fin del mundo sobrevendría precisamente al comienzos de su mes de enero. La reacción ante tamaño conocimiento fue múltiple y variada: desde quien no pecaba nunca hasta quien lo hacía a menudo antes de que se acabase el mundo. Pero el mundo no se acabó. Hubo quien perdió la fe, hubo quien la mantuvo enraizada y firme después de santificación tanta como la practicada y hubo un montón de zascandiles como yo que mientras una nos va, otra nos viene. 

El mundo siguió caminando y la firma para la que mi pariente fotografiaba escaparates siguió creciendo, creciendo y llevándonos a todos en pos de ella como si su encanto fuese el del flautista de Hamelin y nosotros..., nosotros gente encantadora que, gracias a ella, empezamos a vestirnos todos de película de Berlanga, actores todos de "La escopeta nacional" a punto de iniciar la montería, todos con sombreros con plumitas de faisán, todos con abrigo London verde de mangas sin hombreras, amplias falditas de tonos pálidos, menos mal que todos sin escopeta, mientras El Creador sigue ocupado en darles cuerdas a los relojes de sol y permanece ajeno a nuestras súplicas. Y mientras y así, a precios módicos, nos fuimos instalando en otra y pródiga, portentosa realidad, gracias a la firma textil que nos preside. Una realidad propia de gentes a gusto consigo mismas, aunque sin llegar a emular el folklore tirolés y sin dejar de beber vino del Ribeiro, lo que podría haber acabado definitivamente con nosotros. Pero bien se ve que no. Y mientras, el Blue Army, que funciona con células al estilo leninista, sigue viajando desde EE.UU. al convento pontevedrés de las apariciones, mi pariente sigue su lucha a favor de la virgen de la advocación que no recuerdo e incluso yo me visto a veces como si fuera a ir de montería, mientras 3.677 aldeas y lugares de Galicia yacen abandonadas en medio de paisajes prodigiosos, que era de lo que yo quería hablarles pero me pareció tan triste que opté por tomar la vida un poco a chirigota. Espero que lo comprendan.

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