Opinión

Aventuras aeroportuarias

No sé que habrá podido pasar desde entonces (les confieso que estoy escribiendo esto el pasado día catorce del mes de junio) pero hoy ya sí lo sabremos. Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, tal y como diría Antonio Machado por boca de Juan de Mairena, habrán sido tantos y tan peregrinos que es seguro que no habrá dado tiempo a digerir ninguno de ellos.

Imaginemos que, en el mismo día, en el aeropuerto de Barajas, un avión que está despegando de la pista, a punto de remontar el vuelo, se estrella. Y que otro que está a punto de tomar tierra, de aterrizar si lo prefieren, también se estrella. Y que otro más que no se sabe si está subiendo o bajando, esperando a que lo autoricen a aterrizar o a que le den un slot para elevarse definitivamente también explota por causas que de momento y al igual que en casos anteriores no son de todo conocidas. Realmente sería difícil de digerir. 

Todo eso sucediendo no en un solo día sino en unas pocas horas es demasiado para la gente sencilla. Imaginemos para los que somos algo complicados. Les confieso que, lo que es a mi, me supera de modo que si el ritmo de esos eventos de Juan de Mairena es equivalente al del día trece de pasado mes, espero que el Sumo Hacedor nos haya cogido a todos debidamente preparados porque desde luego que ese día no lo estábamos; al menos este escribidor de ustedes no lo estaba.

Aún no recuperado del día anterior, el de la trama Gurtel valenciana recién dejada con el culo judicial al aire, o incluso de la sentencia de la Gurtel madrileña de unos pocos días atrás, resulta, primero, que dimite el ministro que llevaba seis días en el cargo; segundo, que expulsan al seleccionador nacional de fútbol dos días antes de que el equipo español debute en la Copa del Mundo y, tercero, que envían a la trena al cuñado del Jefe del Estado que lo es a título de rey. A este ritmo no se sabe a dónde iremos a parar, pero no estará de más el hecho de írnoslo preguntando.

Aparte de que el que más conmoción haya causado fuese el del tal y Lopetegui, que ha servido para más de un rasgarse las vestiduras, mesarse las barbas y entonar algún que otro canto de esperanza, o de disculpa, es posible que podamos empezar a preguntarnos si no seremos, siempre e irremediablemente un país de extremos. De la complacencia con la corrupción y el desenfado, e incluso con el desenfreno, es posible que estemos adentrándonos en un lacerante puritanismo que quizá fuese conveniente eludirlo antes de que nos devore. O no, cualquiera sabe.

Ahora, continuo escribiendo el domingo día 17. Se me atravesó un viaje a Barcelona -en un avión de Ryanair- y de una acción de piratería aéreo transportada que a punto estuvo de acabar con mis defensas… ya tan escasas después del día 13. Resultó que, antes del día de volar, recibí por correo electrónico un folio en el que figuraban el localizador del billete y el número de su reserva. En un lado, sobre fondo negro, ponía "facturar ahora" y que, haciendo gala de una inteligencia sencilla y amable como la mía, deduje que, como habría de viajar sin llevar conmigo nada, ni una bolsa, pues, total, para ir y venir en el mismo día, nada era lo que me haría falta, guardé el folio y esperé a que llegase el día de embarcar. Llegó. Me fui al aeropuerto y, con el papelito y mi DNI en la mano, me dispuse a retirar mi billete en el mostrador correspondiente, tal y como suele hacerse en todas las compañías de aviación que nos sobrevuelan a todos a diario.

Tenía usted que tener usted hecho del checkin, me dijo la amable señorita que atendía los trámites de embarque. Intento hacerlo ahora, le respondí con una sonrisa. Ahora es tarde, contestó seria. Llegado ese momento y su adusto gesto le explique que no llevaba más cartera que la del propio billetero. Ningún otro bulto me acompaña, le añadí. Respondió que lo de "facturar ahora" no se refería a las maletas sino al propio pasajero, ese bulto incómodo al que hay que transportar según deduje. No tiene usted billete, sentenció, ha sido anulado.

En resumen que tuve que ir a otro mostrador y pagar sesenta y seis euros de vellón para poder llegar a Barcelona, no a la hora prevista, por supuesto, sino casi con tiempo para haber ido y venido y sin mayor explicación a la vez que con el convencimiento de ser un zote sin solución alguna para el resto de mis días, oh, ignorante desconocedor de la necesidad de auto facturarse. Realmente induce a confusión, pero como son ingleses… me dijo otra amable señorita. Ya, le contesté, pero le es aquí donde le sacan los cuartiños...

Mientras tanto, desde entonces ahora, cuando ya creí tener superado el episodio de la estrella de la tele reconvertida en fugaz estrella de la política; cuando lo de Urdangarin, el Maxi y el Lopetegui ese del que hablábamos no hace apenas nada, resulta que un solo jugador le amarga el triunfo a la selección y que aparece muerta la concejala del PP valenciano gracias a la que se supo algunas de las habilidades demostradas para la financiación de su partido. ¡Ah, el ritmo de la vida y las peripecias que a todos ojos se le ofrecen! ¿Cuántos muertos van ya, cuál es la nómina de ellos relacionables o relacionados con la Gurtel? Demasiado para los cuerpos sencillos e incluso para algunos celestiales, de modo que podemos empezar a inquietarnos todos y a mí se me quedó sin tratar lo de la ola de puritanismo calvinista que, cual tsunami, empieza a crecer en estas últimas semanas. Un peligro del que hablaremos otro día. Por hoy, descansen.

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