Opinión

Las elecciones y un huevo duro

Entre palabras y gestos se nos acabó el proceso electoral que culmina hoy en las urnas. A partir de mañana una serie de nombres y apellidos, en definitiva, de palabras nuevas, asociadas a otras viejas que dimos por inservibles, surgirán en la superficie de lo colectivo justo en donde las palabras deberían construir (o reconstruir, más bien) el tejido social que la forma y que, reconozcámoslo, algo deteriorado sí que está.

Pasado el periodo de exhibición de maldades ajenas y alardeo de propias bondades, es hora de serenar el ánimo, sosegar la intención y contener el aliento. Nadie sabe por dónde va a salir el bicho que tendremos que lidiar; quiere decirse el ejecutivo que nos ha de gobernar, qué derrota a de seguir, cuáles intenciones son las suyas y cómo ha de convertirlas, primero en palabras, en hechos acto seguido que nos devuelvan la ilusión perdida.

El símil del bicho quizá no sea muy acertado. Ni el parlamento ni el gobierno que las votaciones de hoy nos deparen tendrán figura de todo de lidia, la de un morlaco que recorte el paisaje, incrustado contra el cielo; de ese toro colectivo y ebrio con cuernos como puñales y graduación alcohólica de no se sabe bien cuántos volúmenes. Ni siquiera cabe esperar que la cornamenta sea como la de un macho de vaca cachena, tal que una lira sobre una mirada dulce y negra, profunda, velada por unas pestañas que se ofrezcan acariciadoras. El símil del bicho, en el país de la piel de toro, no nos vale, quién lo iba a decir.

Estos días que culminan hoy, mejor dicho, todo lo que estos días pasados nos depararon, lo que nos trajeron fue más bien la figura de ese huevo antropomórfico que, si recuerdo bien era de gansa, y apareció en Inglaterra, allá a principios del siglo XIX. Una aparición acontecida antes de que Lewis Carroll se hiciese con él para que le diese a Alicia lecciones de semántica y de pragmatismo una vez que esta se aventuró a observar lo que había detrás del espejo. Sucedió mucho antes de que, James Joyce, Jorge Semprúm o Paul Auster lo hiciesen surgir en sus escritor, no recuerdo ya si cantando lo mismo que la copla que explica que Humpty Dumpty, pues es de él de quien estamos hablando, estaba subido en lo alto de un muro, se cayó de él y ya en el suelo no hubo quien lo recompusiese en la debida forma.

Pero tampoco es ese Humpty Dumpty el que nos interesa pese a que pudiera representar cualquiera de las expectativas electorales que hoy puedan resultar fallidas, al menos a ojos y consideración de no pocos de sus votantes decepcionados o afligidos al contemplar la sima en la que pudieran haberse precipitado.

El huevo que nos interesa, pues es como él el que tendremos que pelar, es el que dialoga con Alicia en “A través del espejo”. En español dieron en llamarle Zanco Panco que, discúlpenmelo, no sé qué puede significar. En realidad no fui nunca un gran lector del autor inglés, pese a que recuerde con cierta precisión el diálogo que mal que bien he de reproducir para ustedes dentro de unas cuatro o cinco líneas más, para mejor ilustración de lo que creo que se nos puede venir encima con la misma contundencia con la que Zanco Panco se vino del muro abajo.

El huevo duro que salga hoy de la urnas, casi diría que con independencia de quién lo haya incubado, es decir, sea este cual sea, seguro que se ha de sentir dueño y señor de las palabras, más incluso de las palabras que hoy están ya tan desgastadas gracias al mal uso que hemos hecho de ellas y que no hará falta que sean recordadas pues ya todos sabemos cuáles son y de qué tratan, ignorantes que aún permanecemos de lo que puedan tratar a partir de mañana mismo.

Le dice Humpty Dumpty a Alicia que él es el dueño de las palabras y que cuando él usa una de ellas, una cualquiera de ellas, pongamos nosotros que democracia o bienestar, derechos laborales o libertad de expresión, recortes o soberanía, independencia o unidad, ángel de la guarda o pajarito maduro, esa palabra quiere decir exactamente lo que él quiere que diga, ni más, ni menos.

Le responderá Alicia, esa niña ingenua y juguetona que se aventura en averiguar lo que hay al otro lado del espejo y nos cuenta lo que se encontró allí, le responderá que la cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. No debe sorprendernos la cuestión que plantea Alicia, pues una vez más hemos podido comprobar que las palabras, incluso las que se han citado en el párrafo anterior, tienen muy distintas acepciones y significados según quien las use o quien las zarandee. La cuestión, zanjará Zanco Panco, es saber quién es el que manda… eso es todo. Y ahí se acabó la disputa entre la semántica y el pragmatismo. Mañana a estas horas es posible que ya conozcamos la solución, el huevo duro o como queramos llamarle al resultado que nos deparen las urnas.

Por eso es bueno que, sea cuál sea el resultado, nos vayamos preparando para lo que se nos venga encima porque, cada opción de las posibles, implicará un distinto significado y una distinta utilización de las palabras que han de contextualizarnos definiendo el lugar que hemos de ocupar en el mundo, Breogan sabrá por cuánto tiempo.

Allá por el lejano “sesenta y ocho”, los llamados situacionistas, afirmaban sin rubor alguno que todo poder es de derechas, incluso el que emana de la izquierda, pues todo grupo político tiende a conservarse en el ejercicio del poder. Por si estuvieran acertados, deberemos permanecer vigilantes para que no se siga enturbiando el significado de las palabras que nos trajeron hasta aquí. ¿Cómo hacerlo? Quizá observándonos en el espejo, sin atrevernos a traspasarlo para conocer los monstruos que llevamos dentro, para poder reclamar el cambio de las leyes que, habiendo sido justas y precisas, hace ya cuarenta años, han tenido su ocaso, su sunset closed que les dicen en USA a las que tienen facha de caducidad prevista, y sea necesario renovarlas, aggionarlas, que diría aquel papa que se llamó Juan XXIII. Entonces, solo entonces, volveremos a ser el país ilusionado que fuimos y nos merecemos.
 

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