Opinión

En estado de irritación

No afirmaré que vivo en un perpetuo estado de irritación, pero casi. Me irrita el Facebook y ese elegante modo que tiene de advertirte: "¡Pastora te está saludando! Devuélvele el saludo". Me irrita el olor a incendio, el maldito olor a monte quemado, a madera, a madera de crecimiento rápido e incapaz de guardar el calor del sol entre sus fibras. Me irrita lo que está sucediendo en Cataluña y me irrita la impotencia en la que vivo. El caso es que estoy muy irritado. El problema es que acaso sea yo muy irritable. No sé, no sé...

A estas alturas de mi vida no seré yo el que le niegue a nadie el derecho a decidir, Breogán o fixera millor! Pero es que hay modos, formas, maneras y procedimientos de y para hacerlo. Procedimientros que, al no ser seguido ninguno de ellos, ponen en cuestión el manido seny catalán y ponen en evidencia, por necesario contraste, el no menos manido sentidiño gallego haciéndote pensar que maldita sea la hora en la que la Historia, esa gran pendona, empezó a incrustárnoslo en el hipotálamo o en dónde centellas tengamos colectivamente incrustado el puñetero sentidiño que, tanto Albor como Quintana, predicaron a destajo y que no hace más que obligarnos a conducirnos con educación y buenos modos, con resignación y obsecuencia, con calma, con cautela, con prudencia y con todo aquello que nos lleva a aceptar con docilidad extrema el AVE que no llega y la influencia catalana en el retraso; las maderas blandas y fibrosas cubriendo no nuestros montes, pero sí nuestros valles más fértiles, los que todavía no han sido anegados para producir una electricidad que salga hacia otras tierras a un precio igual al pagado por nosotros, sin aranceles como los que protegieron al algodón y nos machacaron nuestra industria textil del lino; eso y las rías okupadas por bandadas de fanecas, los campos abandonados, las artes de pesca oxidadas en los muelles, todo eso me irrita y aún mucho más me irritan otras muchas más cosas irritantes.

Si hay culturas familiares, modos de entender la vida y afrontarla, idiolectos familiares en el que palabras propias no ya de la tribu, no ya del clan, sino únicamente da casa, solo nos sirven a nosotros para explicarnos y entendernos, si hay estas cosas, y las hay, ¿qué no habrá entre unas etnias, entre unos pueblos y otros? Nuestra cultura común hace que no valga con culpar tan solo al "enemigo exterior". La culpa también es nuestra, lo sabemos y mientras no nos demos cuenta de la necesidad de enmienda seguiremos como hasta ahora, sin remedio.

La primera vez que atravesé Castilla, hace ya muchos años, vi el rio Sequillo y me acordé de la bronca recibida por un compañero del instituto del Posío -no me acuerdo de su nombre; si me acuerdo de que era de Maside y ceceaba un poco-que recibió una bronca inmensa por no citar debidamente ese "río": un ridículo hilillo de agua. Lo llamó el Cequito. En aquellos tiempos en los que muy poca gente viajaba, yo veía el Lérez pontevedrés, el caudal de agua que llevaba, y no dejaba de preguntarme por qué no estudiábamos geografía partiendo de lo próximo y caudaloso para llegar a comprender lo lejano y seco. Debo reconocer que no tuve ni un solo profesor que mitigase tal carencia a lo largo de mi bachillerato. Ahora vivo irritado. ¡Qué le vamos hacer! Menos mal que estudiabamos el Miño.

Escribió Ortega y Gasset, lo hizo en "La rebelión de las masas", que estas nunca tienen consciencia del esfuerzo ajeno; por eso no valoran nunca lo que encuentran hecho. Nadie recuerda la carretera por la que circuló hasta ayer desde el mismo momento en el que empieza a circular por la autopista. Nadie evoca el viejo hospital provincial a los diez minutos de estar ingresado en un complejo hospitalario actual. Nadie valora ya el sufrimiento habido hasta llegar a la democracia que nos ha traído no solo libertad, sino que ha supuesto desarrollo y bienestar tales como nunca antes hubiéramos soñado. Me irrita también esta desmemoria. Me irrita pensar en que se hable de colonialismo y opresión, de falta de libertad en medio de una sociedad de ampuloso bienestar -con bolsas de pobreza, sí, pero con sacos de riqueza por encima de la media- y me irrita tanto la desvergüenza y la desmemoria que hacen posible el actual estado de cosas, como la propia desmemoria, la que nos está conduciendo a quedarnos sin una tierra fértil y capaz de dar tres y cuatro cosechas anuales, a quedarnos sin ríos y rías pródigos en pescados, sin montes llenos de maderas nobles, aceptándolo con la misma triste sonrisa con la que aceptamos lo del rio "Cequito" y la insolidaridad de quienes se han nutrido no poco de nuestro esfuerzo colectivo. 

Sé que no está muy indicado esto de escribir en el irritable estado en el que lo estoy haciendo pero, recoño, desahoga mucho y se queda uno más calmado. El problema vendrá como consecuencia de todo lo causante (y dispar) de la situación de ahora, tan irritante. Posiblemente me vea entonces mucho más irritado de lo que me veo ahora. Escribió Maeterlink que, la prueba de que las abejas emiten juicio es el hecho de que a veces el enjambre se equivoca. Confieso que no me gusta nada como mi propio enjambre se comporta y nada de nada como lo hace ese otro enjambre al que me refiero sin negarle nunca ningún derecho a decidir siempre que lo haga bien y sin cruzar nunca el rio Sequillo yendo de una orilla a otra como un enjambre enloquecido.

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