Opinión

Gobiernos de acoso y derribo

Ahora que estamos en los prolegómenos de una sociedad ensimismada debo reconocer, al menos en alguna medida, que me veo incluido en ella; quiero decir, que por ejemplo me ensimismo como el que más, aunque un poquito menos, leyendo lo que comentan mis viejos compañeros del Instituto del Posío en el WhatsApp que al efecto hemos dispuesto.

El WhatsAppiño este nos sirve para notificarnos desde onomásticas, alegrías varias y viajes diversos, pasando por bautizos, bodas y triunfos personales de esposas, maridos (ya menos) nietos y allegados (cada vez más) hasta operaciones quirúrgicas y opiniones personales respecto de esto y de aquello (la tira); es decir que si, por ejemplo, la licenciatura del presidente actual del actual Partido Popular, obtenida con trato de favor -en opinión de los jueces- se debió o no se debió en absoluto a un impune tráfico de influencias o si la condición de okupa del actual presidente del gobierno es de recibo o no desde el punto de vista democrático.

Frecuento mucho la lectura de ese foro de WhatsApp que les digo, aunque no tanto la escritura en él. Comprenderán los lectores, espero que mis también mis viejos condiscípulos, esto lo doy por supuesto, que si me paso la vida escribiendo, novelas unas veces, artículos en otras ocasiones, y así, trapalladiñas casi siempre, no tenga el ánimo como para seguir dándole a la matraca cada vez que una de nuestras compañeras señala lo guapa que esta otra de ellas en una foto o lo mucho y bien que uno de nuestros coroneles (tenemos varios, también generales y almirantes) sigue escalando a la altura de los años que calzamos.

El otro día sí intervine. Me movió a ello ese afán de llamarle okupa a Pedro Sánchez, que es término que aceptamos como equivalente al de delincuente; o que al menos lo usamos de modo mordaz y peyorativo; señalando que el actual presidente del gobierno de España no fue elegido del mismo modo que su predecesor en el cargo o, dicho de otra manera, que lo ejerce de modo ilegítimo y antidemocrático.

La verdad, escueta y dura, es que el actual presidente lo es de un modo exactamente igual al que llevó al ejercicio de tan alta magistratura a Mariano Rajoy. Es falaz e infame afirmar que no fue elegido del mismo modo. La condición de sus electores es exactamente la misma. Todos ellos, necesaria, preceptiva y legalmente, fueron y son diputados en el Congreso que los reúne e iguala.

En el sistema establecido por la actual Constitución (Dios nos ayude a ser capaces de reformarla cuanto antes) no son los electores, esos electores a los que suelen referirse los usuarios del término okupa, quienes eligen al presidente. Los ciudadanos, los electores, usted y yo caro lector, votamos la lista cerrada que nos ofrece un partido (Dios nos permita de nuevo que estas puedan ser listas abiertas cuanto antes) de modo que el número de votos que alcance cada lista determinará, en cada circunscripción electoral, el número de diputados de que dispondrá en cada una de esas circunscripciones (o sea, en cada provincia; Dios permita que las provincias desaparezcan cuanto antes dando origen a otra distribución territorial). La suma de los diputados obtenidos en cada provincia determinará, a su vez, el número total de ellos con los que cada partido deberá votar a favor o en contra de cada candidato a nuevo presidente.

A Rajoy lo eligieron los diputados y a Sánchez lo eligieron también los diputados y lo hicieron igual de democrática y legítimamente que eligieron a su antecesor. Esto contentará a unos y desagradará a otros. Pero es así y estas son las reglas del juego que están establecidas. Tengamos valor y, democrática y legalmente, procedamos a enmendarlas si es tan poco lo que nos satisfacen y benefician.

Quien les escribe formó parte de un gobierno, el gallego y llamado tripartito, surgido también de una moción de censura cuya necesidad nadie o casi nadie explicó, al día de la fecha, de un modo veraz y satisfactorio, ni en su origen, ni en su oportunidad y, ni mucho menos, en su efectividad y trayectoria. Fue un gobierno que sufrió el mismo acoso y los mismos intentos de derribo que está sufriendo el actual, hace ya de ello treinta años. También fue el mismo el método empleado para ello. Incluso eran notorios el apoyo del vicepresidente Guerra y la ausencia total de él, por no decir el desprecio absoluto, que le prestó el presidente González. En eso ha salido ganado Sánchez y, su reciente gira internacional, pudiera ejemplificar muy clara y nítidamente lo que aquí se sugiere.

La ciudadanía votas a los partidos, sus votos determinan el número de diputados que ellos no han elegido sino que le han sido impuestos en las listas, y estos, una vez alcanzada la condición de diputados, votan a quienes los partidos han propuesto para la presidencia del gobierno. Como no está escrito que el gobierno, por el mero hecho de serlo, ha de ser benéfico y eficaz en su gestión política, económica, cultural o de otra índole, está previsto que pueda ser inducido a abandonar el ejercicio del gobierno. Conducirlo a ello no solo es democrático y legítimo sino que, amén de conveniente, pudiera resultar necesario e incluso ineludible. Recurrir a la libertad de prensa y de expresión para justificar infundios y falacias, insultos e infamias, calumnias o mentiras puede que sea legítimo pero, a todas luces, es degradante; no solo de la convivencia colectiva sino de la conciencia de quienes, a sabiendas, pues no son ignorantes, ni de la realidad ni de las leyes, echan mano de tales artes mientras sonríen enseñando el colmillo levemente retorcido.

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