Opinión

Grelos, camorras y narcos

E n las laderas del Vesubio cultivan unos vinos de paladar un tanto áspero y aromas que se dirían entre marítimos y aventurados. No son los vinos amantes que amaba Cunqueiro, pero tampoco los que él despreciaría, ni mucho menos. Las uvas de las que los obtienen pueden sostenerse por si mismas o por medio de un rodrigón, de un palo clavado en el suelo del que nacen, o bien por medio de una parra como las que por aquí se gastan en la Rías Baixas para alejarlas del suelo, solearlas y darles el respiro que tanta humedad les negaría. La vida siempre se repite.

Al contrario de lo que suelen hacer los vitivinicultores nuestros, que plantan rosales en las cabezas de las largas hileras para que estos les avisen de las plagas, los vesubianos plantan, entre hilera e hilera de viñas, alcachofas, pimientos y tomates o berenjenas; al menos que yo haya visto, y sabe Dios cuántas cosas más plantan entre ellas. Dicen que les va bien así y se comen los tomates; unos tomates dueños de sabores encendidos e increíbles, consecuencia acaso de la ardiente lava que uno supone, ardiente y escondida, durmiendo no tan en el fondo de la tierra.

Posiblemente porque no es propia de este tiempo tórrido del verano no vi, ni mucho menos pude probar, una verdura que allí llaman friarelli y que al parecer pudiera confundirse con la que por aquí llamamos grelo para sorpresa de quienes ignoran que el nabo contenga, en si mismo, esas tres virtudes casi teológicas que se resumen en la santísima trinidad que los gallegos encontramos, comprimida y compendiada, en la nabiza, el grelo y el cimo, cada uno a su debido tiempo, mejor aun si al grelo lo acompaña un buen lacón; por otra parte, con la nabiza hacemos un buen caldo y con el cimo optamos por dejarlo en donde está y , para el año, Dios ya nos regalará con otra y todavía mejor cosecha.

Cuento todo esto porque, al parecer, y tal y como empecé a contarles antes, el friarelli sabe como el grelo y tamaña concurrencia pudiera dar lugar al establecimiento de teorías explicativas de este carácter nuestro parangonado con el de los napolitanos para quienes Sorrento es un barrio más y el Vesubio, el Vesuvio si lo escribimos como lo hacen ellos, es algo así como el Penamá para los de Allariz que, aunque no es tan encendido, también les es un monte bien bonito, cargado de no sé bien qué solemnidad y, por supuesto, de un gran empaque que se diría cuasi aristocrático.

Determinar si del friarelli se derivan comportamientos parangonables con los que por aquí se gastan en las planeadoras o en los submarinos construidos en las leiras ribereñas, mientras los rumorosos les dicen cosas a las costas verdescentes, pudiera constituir un interesante estudio que explicase, también, el ácido humor que nos caracteriza y la capacidad de curación de ulceras varicosas por cuenta de unos cuantos emplastos de grelos debida y cuidadosamente aplicados….que es lo que yo le vi conseguir a la finada de la meiga de Goiás, allá en la cercanías de Lalín, hace ya un montón de años. En fin, grelos y friarelli, friarelli y grelos, ideales si se acompañan de la carne del marrano, dicen que tan semejante a la del animal humano, mejor no pensar en ello, antes de aplicarse en el churrasco.

Viajar impregna al viajero de insólitas cuestiones que nunca antes se había planteado; por ejemplo, esta de los grelos, las camorras y los narcos del Atlántico que tanto nos advierte de que el ser humano es el mismo animal en cualesquiera latitudes. Sucede que todavía existen especializaciones, masters y cursos intensivos, seminarios de reciclaje y escuelas de altos estudios empresariales, por lo que también será cuestión de establecer una tabla de pesos y medidas al respecto.

Mientras tanto y sin necesidad de desplazarnos tanto como para ir hasta Sorrento, sigamos consumiendo grelos, bebiendo vino del Ribeiro y aún de la Ribeira Sacra, también de Monterrei pues allí las riberas están bañadas por el Támega que es, como se sabe, afluente del Duero y por lo tanto igualmente ribereños del son también sus vinos, aunque lo sean de refilón y aprovechando el paso por Verín de afluente tan significado.

Un afluente, este Támega, que además de ayudar al cultivo de un buen vino, le sirvió a Otero Pedrayo para aprobar a un enchufado incapaz de citar el nombre del río que pasaba por su pueblo hasta llegar al extremo de confundirlo con el Támesis. A lo que Don Ramón, según dicen, respondió eufórico: “¡Muy bien! ¿Qué tiene Verín que no tenga Londres?” y procedió a darle un cinco raspado.

Pues así sucede con los grelos, los vinos encendidos por la lava, los madurados bajo el sol de agosto en las riberas de los ríos o en las orillas de la mar, los volcánicos friarelli y seis o siete cosas más que hoy ya no vienen al caso pues hasta aquí hemos llegado cuando julio ya se echó a andar y el cuerpo nos pide, a la vez que calma, un vino amante y fresco que sea solamente de los nuestros.

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