Opinión

De hierbas y flores

La nuestra no es una cultura en la que las flores tengan gran importancia, o al menos no se la damos. Antes, cuando las casas tenían balcones, estos solían estar ocupados por macetas con geranios, no en todos los pueblos y ciudades, pero sí en bastantes; sin embargo de ahí no solía pasar la cosa. Geranios y poco más.

Acostumbraba la gente a regarlos por las noches para no molestar a los viandantes, a esas horas ya reducidos al sereno y a dos o tres noctívagos solventes a los que incluso podía venirles bien una pequeña lluvia refrescante. De uno de ellos, pariente mío, se afirmaba que al llegar a casa de madrugada subía las escaleras, con los zapatos en la mano y marcha atrás, por si ya fuese llegada la hora en la que su mujer las bajase, con el misal en la mano y el velo en la cabeza, dispuesta a acudir a la misa de alba, tan devota era.

Mi pariente creía poder fingir así, subiendo las escaleras de culo, que las estaba bajando argumentando que se había levantado temprano para ir a la oficina y se había descalzado para no hacer ruido y despertara a ella. Es de suponer que si alguna vez coincidieron de tal modo ella lo creyeses. Ella era una santa. Pero hablábamos de flores.

Nosotros somos más de hierbas. Este fin de semana, transcurrido en el alto silencio de O Courel, pude ver la “herba caralleira”, también llamada “viagra do Courel”, la linaria trionithofora, del género de las escrofulariáceas, de potentes efectos afrodisíacos; tantos que, una leve infusión hecha con dos florecillas de ella, le puede levantar…el ánimo a cualquiera; a cualquiera a quien haya vencido la tristeza y se le haya desmoronado la esperanza. O eso dicen. Quizá eso explique el éxito de una ginebra gallega, de las últimas y excepcionales aparecidas, que se anuncia con un toquecillo de tal floración, capaz de levantar un muerto. Por aquí somos así. Ya en el siglo XVI la Santa Inquisición mandaba sus Visitadores a Galicia con la sana instrucción de reprimir la fornicación que, nuestra iglesia gallega, entonces, no consideraba pecado. ¡Ah, qué tiempos…tan lejanos de los de nuestro finado obispo Temiño, que dios haya, tan castellano él! Sin embargo hablábamos de flores.

Quien quiera saber de hierbas que se lea las nueve páginas que don Eladio Rodríguez les dedica en su Diccionario, el de siempre y más cabal recopilador de las palabras gallegas que todos debiéramos considerar sagradas. Yo pienso hacerlo, nada más acabar de escribir esto, para comprobar si la herba caralleira figura o no en su relación que siempre consideré exhaustiva. Hablemos entonces de flores.

Les decía que no tenemos los gallegos una gran tradición floral. No cultivamos muchas flores. Las prodigamos, eso sí, llegados estos días primeros de noviembre, ahora ya recién pasados, para alegrar un poco las lápidas de los cementerios y las miradas de quienes las contemplamos sintiendo nostalgia por las gentes que fueron y ahora yacen bajo ellas. Solemos hacerlo con crisantemos que, desde que yo era niño al día de la fecha, han ido variando su tamaño y su color, antaño apagado y poco refulgente, hasta ofrecerlo hoy, por fin, como el símbolo solar que es en tantas otras culturas; a lo mejor no tan alejadas de la nuestra, aunque sí distantes, inesperadamente distantes. Hablamos de China y de Japón.

Allá, tan lejos, se les otorgan a los crisantemos propiedades favorecedoras de la longevidad. ¡Y nosotros llevándoselos a nuestros muertos! ¿O no es lo que hacemos, todos los años, cuando emprendemos la llamada ruta de los crisantemos? Los japoneses, quizá pensando en que sus pétalos son como rayos que partiesen de un disco central y luminoso le dan al crisantemo el nombre de “Materialización del Sol” y lo han convertido en el emblema de su emperador que, como se sabe, desciende directamente de la diosa solar Amaterasu. Los chinos, por su parte, le llaman je-tsing, es decir “Esencia solar”. Hay qué ver que cosas tienen estos chinos..

Ahora que el país está cambiando lo notamos en esto del cultivo y valoración de las flores, aunque yo no sé si sería preferible seguir conociendo hierbas cuyas aplicaciones nos facilitasen todo tipo de tránsitos y sueños tan distintos de los que nos sugieren las flores. Quiere esto decir que está muy bien que alegremos las fachadas de las casas con unos cuantos rosales, incluso con unos pequeños y radiantes crisantemos amarillos en vez de aquellos desvanecidos y grandotes de colores malva o apenas rosáceos. Pero que no están de más unas cuantas macetas ocupadas por la ruda y el orégano, por el perejil o el romero, el tomillo, la albahaca que espanta las moscas del verano o lo que ustedes prefieran porque, si sigo dándoles más nombres, lo mismo me veo incurso en dar indebida publicidad de hierbajos de esos que sí levantan sueños de los que, al despertar de ellos, quedas abatido e insatisfecho. Y ese no es el caso, créanme. Pero por si acaso prueben una buena infusión de cualquier hierbajo de los que le hagan buena falta. Les hay muchos.

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