Opinión

Imperfectos pero invidiables

Ahora parece que cedió un poco la fiebre, pero hasta no hace demasiado era muy habitual considerar al budismo como una religión mucho más "progresista" que el cristianismo en el que, los más de nosotros, hemos sido educados. Confieso que nunca lo creí así. La figura de Jesús de Nazaret se ofrece, a mis ojos de persona poco dada a las confesiones religiosas, con una grandiosidad histórica que no sé si alcanzará el budismo pues no lo conozco tan en profundidad como para afirmarlo de ese modo.

Escribió Voltaire, el "pérfido" Voltaire, se puede leer en "Le Sottisier" edición de Alinea, Aix-en-Provence, 1992, que "si los sacerdotes se hubiesen contentado con decir: "adorad a un Dios y sed justos" nunca hubiera habido incrédulos ni guerras de religión". El otro día, a propósito de un embajador de España desplazado a Kioto, se habló aquí de que Buda no es un Dios, sino una luz. Sin embargo, como esa luz que emite, será consecuencia de una iluminación que le habrá llegado d procedente de alguien o de algo, o incluso aunque sea propia, me atrevo a tomar su doctrina como ejemplo que cotejar con el que nos ofrece el Nazareno.

Mientras que este convirtió a los humanos en seres iguales ante Dios y dio un giro copernicano a las relaciones de estos con la divinidad, dándole un vuelco a la Historia, al hacer que careciese de sentido la inmolación de víctimas propiciatorias a los dioses pues era Dios quien se inmolaba a estos, el budismo mantenía la pervivencia de unas castas cuya estanqueidad convertía en imposible la perseguida igualdad entre los seres humanos. Ya se sabe que el budismo, cuando no es calificado como una "religión atea" lo es como un "sistema agnóstico"; en todo caso, sigue siendo una rama desgajada del hinduismo según yo entiendo y así me lo permiten. 

El caso es que sea una cosa, sea otra, esa luz ilumina al individuo. No lo hace con la misma intensidad a las sociedades en las que se instala. Esta Europa en la que más o menos felizmente habitamos, de forma más privilegiada y deseablemente conservable que en cualquier otro lugar del planeta, es consecuencia innegable de la educación judeo-cristiana que hemos recibido y del sistema de valores que nos aportó tal concepción de ocupación del mundo. No hay noticias, de que pese a los errores y horrores que la Historia nos enseña cometidos por esa concepción, este bienestar europeo haya sido superado en otros lugares del mundo. La nuestra es una sociedad imperfecta, sí, pero envidiable contemplada desde otras y desde las religiones que las siguen determinando.

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