Opinión

Manancho Villanueva y mi hernia

Sentí un gran afecto personal por Villanueva Cendón, por Manuel Ángel Villanueva Cendón, Manancho para todos sus amigos, de quien se cumplió hace unos días el segundo aniversario de su fallecimiento ocurrido a comienzos de enero del año 2015. Manancho formó parte del primer gobierno de Galicia, presidido por Fernández Albor, en aquella lejana y esperanzada primera legislatura del Parlamento gallego, nunca continuada ni reproducida en las que la siguieron, al menos hasta hoy. Lo hizo como conselleiro de Turismo y Deportes y, si la memoria no me falla, renovó el cargo un año después. Más tarde, superada esa primera legislatura y una vez iniciada la segunda ocupó la Consellería de Presidencia.

Desde ella conoció el que fue llamado “expediente del juego” que puso en manos de Manuel Fraga para que este nunca se lo agradeciese en la debida forma. Ese expediente sirvió para hacer posible la llegada de Fraga a Galicia, después de haberle costado la condena a José Luis Barreiro en razón de que el jurado tenía la convicción moral de que había delinquido y en razón de ello, basado en tal convicción, lo condenase.

Suele advertirse la carencias de escrúpulos morales que tienen los políticos, al menos los grandes políticos, los considerados “hombres de Estado”; esos a los que según Felipe González, otro que tal, les cabe todo el Estado en la cabeza. Fraga entre ellos, según afirmó el propio González.
A esos animales políticos, en ocasiones verdaderos políticos animales, suelen echársele en falta esa ausencia de escrúpulos morales, de valores morales, sin darse cuenta de que los valores morales van por un lado mientras que los valores políticos van por otro. No se dice que unos sean mejores o peores que otros, se dice o simplemente se quiere decir que son distintos.

Manuel Fraga fue un claro ejemplo de esto que se dice, según quien escribe entiende, claro; desde Pío Cabanillas a Manancho Villanueva es pródiga la lista de personas de las que prescindió una vez llegado el momento en que ya no le interesase en absoluto su colaboración, dejándolos en el más completo abandono de la formación en la que había sido indispensables en la consecución de sus fines. No se olvide que el tercer presidente de Galicia, una vez que se subió al coche oficial ya no se bajó de él en vida. Valgan esos dos extremos como ejemplos de lo que se dice porque la nómina a establecer entre ellos dos les aseguro que es significativa y numerosa. Pero ya está dicho que los valores morales y los valores políticos son distintos.

Quien les escribe participa bastante de lo afirmado por Wilhem Reich, aquel discípulo algo disparatado de Sigmund Freud, cuando afirmaba que el cáncer sobreviene cuando se pierde el acceso a la esperanza; el cáncer o cualquier otra protesta de nuestro organismo, presto siempre a reventar por algún sitio cuando la presión a la que es sometido empieza a resultar excesiva y sin que ello quiera decir que no existan “causas naturales” que nos lleven a todos o a casi todos de este mundo.
Viene esto a cuento, mejor dicho, me viene esto a la cabeza al recordar la última imagen de Manancho. Lo recuerdo caminado por la Calle del Paseo, a la altura del ya entonces desaparecido Chalet Losada, por enfrente de en donde había estado el Café Madrid.

Su imagen ya no era la apuesta y gentil que había sido, no era ya el “beau vieillard” que le había llamado una alumna de la Universidad de Aix en Provence a quien yo se lo había presentado, sino la imagen consumida de alguien que todavía camina de forma airosa aunque lenta y gradualmente. El país no le había agradecido en lo más mínimo, Fraga tampoco, los esfuerzos que le había dedicado; más bien lo había sometido a un bochornoso e injustificado pleno parlamentario en el que tuvo que soportar lo que todavía no está escrito. Justo es recordarlo ahora. En Galicia, no así en Cataluña o en Euskadi, mucho menos en Madrid, los ex conselleiros o los ex diputados no tienen jubilaciones a las que agarrarse una vez llegado el caso y después de años y años de dedicación a la cosa pública.

Pero cambiemos de tercio. Regresemos al recuerdo. Conservo en mi abdomen una hermosa cicatriz consecuencia de una operación quirúrgica, celebrada en Vigo, que sirvió para curarme de lo que durante veinte años fueron calificadas como “neuras de escritor”: y concluyeron en una colecistitis aguda de la que salvé por pelos. Diecisiete “neuróticas” piedras alojadas en la vesícula biliar y dos más ocupando el colédoco.

Esa cicatriz se “rompió”, se abrió interiormente y como consecuencia de ello mi abdomen es algo más abultado de lo esperable pues, no sé si dice así, disfruta de una estupenda eventración. Me dicen que me pongan una red que la contenga, pero creo que la barriga es mía y la red no, así que sigo como estoy y tan campante.

El caso es que, esa hernia o lo que sea, se la debo a Manancho Villanueva. Al despertar de la anestesia que me tuvo no menos de seis horas y cuarto dormido para que Xulio Estévez me mantuviese en este mundo, septiembre de 1987, leí en el Faro de Vigo, una entrevista obtenida de forma aviesa, o al menos reproducida sin respetar el “off de record”, según se afirmó en su momento, en la que Manancho relataba el regreso de Karina Falagan al hotel en el que, a todas luces, había pasado la noche en compañía de un muy, pero que muy alto dignatario gallego. 
Señalaba la crónica como Karina pretendió subir a la habitación en la que aseguraba que se había dejado olvidada su ropa interior, la lencería dicho sea por lo fino y lo suave, pues quería recuperarla. A la alevosía de la propia entrevista y al desparpajo de las dos entrevistadoras confabuladas para su publicación había que añadirle la gracia de Manancho para contar cosas, su capacidad de narrar con la cadencia con la que acaso solo sepan hacerlo los nacidos en Ourense.

El caso es que el ataque de risa que me invadió según fui leyendo las aviesas preguntas y las espontáneas respuestas de lo que se entendía que había sido una conversación celebrada con unas amigas liberadas de su condición profesional hizo que me retorciese de risa. Fue tal el ímpetu que me contraje y me distendí más de lo debido en aquellas circunstancias, recién cosido y recosido mi abdomen, hasta tal extremo que debió de ser así como cedieron las suturas de mis puntos dados desde poco más debajo de mis costillas hasta cerca de mi ingle. Y así estoy. Herniado a causa de la risa. Fraga no le debió de agradecer nada que contara aquella escena de película neorrealista italiana.

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