Opinión

Los méritos labores y la oportunidad

Se acuerdan de la ley que fue llamada de la patada en la puerta? No recuerdo si llegó a ser promulgada, si fue efectiva en algún momento y ni siquiera sé si todavía está vigente. Fue igualmente conocida con el nombre de Ley Corcuera, en loor del ministro del ejecutivo socialista así apellidado. Sucedió así allá por los años noventa, quizá por los primeros años noventa, por lo que se cumplirán al menos las dos décadas de su elaboración, unos veinte o veintiún años. En esencia consistía, si bien se recuerda, en que autorizaba a la policía a entrar en los domicilios, sin autorización judicial alguna, siempre y cuando estuviesen persiguiendo un delito de narcotráfico. Su mayor problema, también si es bien recordado, estribaba en que la policía, siempre que lo necesitase, podía estar persiguiendo un delito de tal índole; es decir, patadón en la puerta y adelante con los faroles que nos trae al pairo la inviolabilidad del domicilio familiar de nadie. 

Este recordatorio, algo nostálgico, pues siempre lo es el referirse a cosas que los jóvenes no recuerdan, no viene a cuento de la llamada Ley Mordaza que amenaza nuestros días, sino de la oportunidad que nos brinda la condición profesional del entonces ministro del Interior para pasearnos por la que ostentan no pocos de los nuevos políticos surgidos al empuje de las mareas. 

De las mareas y de ese podemos, podemos, podemos, que a este escribidor de ustedes tanto le recuerda un tapiz, que colgaba en el vestíbulo de entrada, de la casa de las mujeres del Opus Dei en la compostelana Rúa Nova. Estaba justo en su primer piso, ocupado ahora por las instalaciones de la Galería Sargadelos. Rezaba, orlando el verde y suntuoso tapiz, possumus, possumus, possumus o, lo que viene a ser lo mismo, podemos, podemos, podemos. ¿En qué estarían pensando estas personas o en que estaría pensando alguna de ellas cuando se configuraron como fuerza política emergente?

¿Y cuál era la condición profesional del entonces significado ministro, ahora que me acuerdo? Según unas crónicas, era electricista; según otras, era cablista; es decir, tendedor de cables eléctricos de poste a poste, que no es lo mismo aunque con la electricidad jugase y siempre mostrase cara de estar muy cableado, discúlpenme el juego de palabras.

No viene esto a cuento de que aquí se quiera juzgar la conveniencia de que, un electricista o un cableador de cables, es igual, pueda o deba formar parte del gobierno de un estado como el español. A quien esto escribe le parece muy bien que un electricista forme parte del ejecutivo que gobierne su vivir, es decir, el mío al tiempo que el de ustedes. No me preocupa en absoluto y pienso que a nadie debiera preocuparle. A mi incluso me gusta que tales hechos se produzcan.

Lo que sí me preocuparía sobremanera sería el hecho de que todo el ejecutivo estuviese compuesto por electricistas. Serían demasiados enchufes, demasiados cableadores, los que se manejarían a partir de este hecho, que se podría calificar de absolutamente insólito. Miren que llevamos visto cosas raras en esto de la ministerialidad. Tanta como para que a mi me preocupe bien menos la presencia de Corcuera, en su momento, que la de personas como Leire Pajín, Viviana Aído, Fátima Báñez o Ana Mato en los suyos respectivos: Las de estas parecieron o parecen responder aún, más que sus condiciones profesionales o a sus características personales, a su condición de género.

En fin, que por ahí no era por donde se pretendía que derivase este comentario sino por la proliferación en numerosos puestos de gobierno ya en el ejercicio de sus funciones o en la posibilidad de que sean ocupados, los que están por venir una vez superadas las próximas elecciones, por personas cuya mayor capacitación para ellos estribe en haber sabido subirse al carro en el momento oportuno.

No es importante que más de un concejal de los recién llegados a las distintas municipalidades del país exhiba como uno de sus mayores méritos laborales, en ausencia de otros, el de hecho de haber cocinado en una ocasión viandas para treinta y dos comensales. Hay cantidad de personas, de uno y otro sexo, que son capaces de hacer lo mismo, incluso para más gente, y eso no las incapacita en absoluto para el oficio de gobernar.

Pero si pudiera ser importante el que la mayoría de los concejales de un ayuntamiento que le organiza la vida a cientos de miles de personas llegasen a los cuarenta años de sus edades y al ejercicio de sus responsabilidades políticas no ya sin capacitación profesional alguna –dos o tres podrían incluso resultar aceptables- sino, lo que es peor, sin capacitación laboral de ningún tipo. Dicho de otro modo, sin haber dado un palo al agua en toda su vida.

La vida ciudadana es una cosa muy sería que exige dedicación y conocimientos, preparación y cierta experiencia de la vida que, en no pocos ayuntamientos actuales, no se da en absoluto en la mayoría de sus componentes. Y así pasa lo que pasa, mejor dicho, lo que está pasando.

Como está feo el señalar con el dedo no se pondrán nombres ni se aducirán hechos, al menos en este texto de hoy que ya se aproxima a su fin, pero sí se preguntará el escribidor por las prisas que nos han llevado a no pocos a votar -con precipitación y llevados de la ira o de la irritación, del hartazgo y la desesperanza- a candidaturas apoyadas fundamentalmente en la figura de un señor con demasiadas prisas en gobernarnos a todos que, pudiendo ser alcalde de Madrid, todavía sueña con ser presidente del gobierno. Tan convencido debe estar de que ha de ser él quien nos saque del hoyo en el que estamos.

Esas prisas son la consecuencia de años de gobierno empleados en la salvación de la economía de los más fuertes en detrimento de la de los más débiles. El advenimiento de tanto indocumentado a las tareas propias de los gobiernos municipales o autonómicos debiera servir de revulsivo a los gobernantes y/o opositores de los viejos partidos para rectificar rumbos y elaborar proyectos de país que iluminen el futuro, no ya del país, que el país somos los ciudadanos y lo demás son cajas destempladas, sino precisamente de la mayoría de esos ciudadanos que han visto desbaratados todos sus planes de futuro en estos últimos años.

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