Opinión

O Dios o un psiquiatra 

El mundo ha ido cambiando imperceptiblemente, sin que apenas nos diésemos cuenta de ello. De un modo ajeno por completo a nuestra voluntad, incluso a nuestros deseos, nos hemos visto instalados en una nueva disposición del mundo que está en abierta contradicción con aquel del que venimos. 

Hace unos cuarenta años participé en la romería del Corpiño en compañía de Celestino García Braña; en realidad no participé sino que asistí como un mero y sorprendido curioso que, en algunos momentos, llegó a estremecerse ante lo que estaba teniendo lugar al alcance de su mirada, en unas ocasiones, o de sus oídos en otras. Primero, con algunos esfuerzos, conseguimos alcanzar el coro para, desde él, poder contemplar mejor el desarrollo de los actos, lo que acaso constituya un modo inexacto de calificar la liturgia. Después casi nos corren. Hasta nosotros llegaban los gritos y los lamentos de aquellos que, a todas luces, estaban siendo exorcizados en la sacristía de modo que en esas oportunidades el cura oficiante intentaba elevar las voces de los cánticos sagrados para así ocultárnoslos en su brutal crudeza. Fue entonces cuando Celestino, sin inmutarse, empezó a gritar: ¡Canten todos, los hombres también! Repitiéndolo varias veces, completamente serio, impasible, mientras él mismo (que si no mejoró seguirá cantando como un carro) entonaba a voz en grito el "perdona a tu pueblo, perdónalo Señor"

Hasta ahí la cosa había ido razonablemente bien. El problema surgió cuando a mi me dio la risa floja y hubimos de salir corriendo hacia el campo por el que ya discurría la procesión. Era impresionante ver como las gentes empujaban a sus familiares enfermos, forzándolos a pasar bajo las andas de la imagen que encabezaba la procesión después de haberla estado esperando a ambos lados del camino que la procesión habría de recorrer. Los enfermos de esta o aquella afección mental, de esta o de aquella realidad espiritual, blasfemaban negándose a pasar bajo las andas mientras eran empujados y, una vez que la imagen había sobrevolado sobre ellos, alcanzaban el éxtasis, unos, la serenidad otros, la paz algunos.

De vuelta en Meixomín, Evaristo Currás nos contó cómo, durante su juventud, los mozos dormían en el interior del templo y cómo, a la mañana siguiente, formaban una cadena que habría de funcionar como el copo de una embarcación dedicada a la pesca de mozas. Mejor me abstendré de contarlo porque quizá este no sea el sitio idóneo para hacerlo. 

Eran tiempos en los que las gentes que no encontraban explicaciones racionales a los problemas del espíritu -o si así lo prefieren, de la mente- las buscaba mágicas y se instalaba en una forma de religiosidad que le resultaba no solo útil sino incluso beneficiosa. Recuerden que Freud, a sus pacientes católicos, les solía recomendar un confesor antes que un psiquiatra. El mundo entonces era así. Ni mejor, ni peor que este de ahora, tan solo distinto, de modo que Dios y con Él todo lo que se arremolina en rededor suyo tenían una sobrecarga laboral de la que hoy carecen pues tanto recurríamos a Él o a todo su alto estado mayor, es decir, a la cohorte celestial de santos, mártires y beatos, ánimas del purgatorio incluidas

Ignoro cómo será el Corpiño en la actualidad pero me imagino que ya no estará tan concurrido como antaño. Hoy, quien sufre crisis de ansiedad o alguna inestabilidad emocional del tipo que sea, recurre a una pastillita mínima de algo cuyo nombre termine en pan, diazepan, lorazepan o algo así que nos valga como ejemplo; quien tenga una depresión la solucionara con serotonina; quien padezca crisis de bipolaridad intentará solucionarlas con precisas dosis de litio y, así seguido, de modo que esa intensa búsqueda de la felicidad, que es tanto como decir de la placidez y del sosiego, en la que tanto nos empeñamos los humanos, la encarrilamos, más que por la religión, por la bioquímica sea ésta administrada por receta o adquirida a los señores de la droga. ¡Vaya si ha cambiado el mundo!

Es cierto que a lo largo de la historia de la humanidad siempre hubo gentes empeñadas a toda costa en la búsqueda del bienestar, de la felicidad o de esa placidez y de ese sosiego que fueron citados más arriba, no es algo nuevo por lo tanto. Lo que es nuevo es el recurso para obtenerlos, la cantidad de gente que se empeña en ello y el abandono de la religión como lo que nos re-ligaba con las alturas, con lo inefable, sustituidas hoy las oraciones por los prospectos con los que la multinacionales farmacéuticas nos ilustran acerca de las propiedades y beneficios de este o de aquel compuesto químico.

No se entienda esto como una defensa de aquellos tiempos sino como una reflexión sobre lo que nos pueden estar trayendo estos porque si aquellos derivaban en un enorme poder eclesiástico, estos, cuando no derivan en las multinacionales farmacéuticas para que decidan qué vacunas sí, que vacunas no y qué medicamentos sí o no, derivan en los grandes carteles del narcotráfico y en esa docilidad social tan temible o más que una epidemia. Epicuro ya advirtió en su tiempo que la desatada búsqueda del placer puede hacernos más desgraciados de lo deseable. Buda sugirió que entrenemos nuestras mentes en la reducción de las sensaciones agradables para no permitir que estas controlen nuestras vidas. Mutatis mutandis, era lo que las formas de religiosidad antaño tan denostadas aportaban con sus ritos y liturgias. El mundo ha cambiado.

Te puede interesar