Opinión

Pie a la izquierda, pie a la derecha

En una vieja novela que cuenta las vicisitudes de un emigrante ourensano en Venezuela, a donde llegó desembarcándose de un transatlántico español, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, se describe la reacción de su segundo oficial de puente. En medio de un ciclón que sí se merecía la reacción del marino -aunque no se la mereciesen el resto de los pasajeros y tripulantes que dependían de su serenidad- al empuje de las olas, de olas de verdad, de las de muchos metros entre su senos y sus crestas, el barco levantaba la proa de modo que parecía que fuese a quedarse vertical. En ese momento, el segundo rezaba en voz alta: “¡Dios mío, que baje, que baje”. 

Fuese porque el Creador atendía a su ruego, fuese por efecto de la Ley de la Gravedad, el barco bajaba la proa pero, al no estar acompasada la velocidad del buque con el paso de las olas, daba un tremendo pantocazo (digamos para entendernos que daba un golpe contra el agua con la barriga del barco) de forma que se estremecía toda su estructura y, al tiempo, todos los corazones, incluso los de los más templados; acto seguido, hundía toda su proa bajo las olas siguientes. Ahí llegado el oficial de puente rezaba: “¡Dios mío, que suba, que suba!” Y el barco subía, claro. Pero acto seguido bajaba.

Cuando ya llevaba pronunciando varias veces la misma jaculatoria, el poco templado lobo de mar, decidió ampliar sus oraciones y para ello comenzó a santiguarse. No se especifica en la novela -no se me acaba de ocurrir hasta ahora- si tenía orígenes rusos el bueno del marino, rusos ortodoxos, claro, porque al signarse (Dios nos librase de que después pretendiese persignarse) una vez descendida su mano diestra a la altura del ombligo debiendo ascender hacia su hombro izquierdo y después desplazarse hasta el derecho, el caso es que dudó, y dudó, y dudó, y dudó, y lo hizo de modo que acabó sustituyendo lo de “en nombre del Padre, del Hijo...” por números como si estuviese cantando los tiempos del “presenten armas” militar. Un, dos, izquierda (duda), un, dos, izquierda, derecha… un… dos… tres hasta que, histérico ya por completo, empezó a gritar “¡La yenka… la yenka...! por la similitud de su cantata con la letra de una canción de moda en aquellos tiempos. En ese momento, entró el capitán en el puente, se fue hacia él, le arreó tremenda bofetada y le curó así el ataque agudo de histeria que estaba padeciendo.

Acabo de recordar este episodio, cuyo relato no se debe a la imaginación del autor, después de haber escuchado y visto en televisión la teoría expresada por el presidente andaluz acerca del reciente baile electoral: según él, unas veces hay que echar un pie a la izquierda; otras, a la derecha, pero nunca se debe sacar un pie del centro, nunca los dos pies deben ser trasladados a un lado o a otro. El baile electoral. Buena explicación la del andaluz, en medio de la borrasca post partum que atravesamos aunque pudiera haberla resumido en que no se deben sacar nunca los pies del tiesto.

Casado, a pesar de estarlo (disimúlenme el chistecito) maridó con la aristócrata políticamente incorrecta, salseó lo que quiso y echó los dos pies a la derecha. Llegada la hora del “adelante, atrás, un dos, tres”, creyendo dar un gran salto adelante, lo dio hacia atrás y, dicho sea sin ningún respeto, casi se desnuca en el intento; y eso que creía que iba a gobernar.

La pregunta ahora es la de si los dos pies a la derecha se debieron a un convencimiento ideológico-sentimental (es de suponer que más sentimental que ideológico: "¡a mí en esto del amor a España y a la bandera éste no me gana!") o a una estrategia consecuencia únicamente de una ideología, latente desde siempre en parte de su partido; o a una nostalgia debida a la educación sentimental recibida desde la cuna; legítima, sí; pero deseablemente obsoleta y que, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo en los dos casos. Pero apliquemos el beneficio de la duda. Pudo tratarse de una mera estrategia electoral y pudo ser la nítida consecuencia de las verdades más íntimamente profesadas. Sin embargo, una vez aplicado el beneficio de la duda, cabe preguntarse si la decisión de regresar, la decisión de volver a pisar el centro con los dos pies, se deberá a una convicción cierta... o a una estrategia necesaria porque, en el segundo de los casos, conviene mantener zumbando la mosca electoral detrás de la oreja ciudadana. La política es así. En algún caso de los dos posibles, miente, es decir, es mentiroso.

Ignacio de Loyola, el de los Ejercicios Espirituales y fundador que fue de la Compañía de Jesús, aconsejó que en tiempos de tribulación no se debe hacer mudanza. De ello se podría inferir que, siendo políticamente necesaria la mudanza en este caso que nos ocupa, acaso no sea indicado que la lleve a cabo, en el corto plazo de un mes escaso, el mismo equipo que acaba de dar el traspiés que se comenta y, por ello, debieran ser otros quienes, para hacer creíble la nueva ubicación en el centrismo, al menos en el centro-derechismo, procediesen a una virada (disimulen el término náutico) que casi, casi determinase un cambio de rumbo, al tiempo que una velocidad de crucero adecuada al paso de la ola en medio de una resaca, de un mar de fondo electoral, consecuencia del proceloso mar en el que ha devenido el ejercicio político en España, expuesto en exceso a vientos encontrados y a un oleaje que se diría confuso. Y a ese mar no conviene agitarlo más. Podemos acabar mareados.

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