Opinión

Quien dice parchís, dice otra cosa

Tal y como hacía Alonso Quijano (y al parecer sigue haciéndolo) yo también vivo en medio de pasiones que me voy creando a fin, como reconoció Voltaire que él también hacía, de ejercitarme en ellas y aburrirme menos. La vida es muy tediosa en bastantes más ocasiones de las esperables y deseadas.

No me sucede así únicamente a mí. En la no menos de media docena de ocasiones en que viajé a Cuba y traté con Fidel Castro, a éste, le consumía la pasión lectora. Siempre estaba leyendo "Los Episodios Nacionales" de Pérez Galdós y debía de leer muy despacio porque siempre hablaba de los mismos; sin duda que le consumía la pasión en la que se ejercitaba. No se preocupen, ese tipo de pasiones en las que ejercitarnos nos consumen a muchos.

Fraga Iribarne, cuya amistad todavía muchos me reprochan y otros alaban, disponía de una cultura enciclopédica, era capaz de leer en diagonal a una velocidad que nunca vi a nadie que fuese capaz de igualarla y, sin embargo, la disertación en la que se ejercitaba a menudo, versaba sobre las angulas con una profusión enfermiza y recurrente. Cada vez que se aplicaba en ella delante de mi solía yo chafársela contándole que en la pontevedresa Praza da Estrela, en medio de la terraza del "Carabela" había un pequeño estanque en el que se bañaban las palomas y asomaban las angulas por lo agujeros del chafarís central. Solía quedar desconcertado e incrédulo y pasar a otra cosa de inmediato.

Alfonso Guerra, por su parte, se ejercitaba en una pasión distinta. Afirmaba que su vocación real era la de maestro de escuela. No sé si sigue siéndolo, hasta es posible que sí, ahora que ya está jubilado y lo asaltan otro tipo de pasiones tales como la de denigrar a aquellos que lo suceden en el gobierno de su partido, de ese mismo partido al que él tanto ha puesto a los pies de los caballos en los últimos meses. 

Quizá en demasiadas ocasiones me pregunto por las pasiones que consumen o consumieron a quienes tienen o han tenido en sus manos el destino de la ciudadanía de sus propios países. La vida ha sido generosa conmigo y, de una forma u otra, con mayor o menor intensidad, he conocido a unas cuantas de estas personas singulares; incluso alguno de una simplicidad tan pasmosa que no lo creo capaz de apasionarse con nada o, como mucho, tan sólo con ganar siete partidas de parchís seguidas. Y quien dice de parchís, dice de otra cosa cualquiera por el estilo porque, la verdad sea dicha, nunca vi un tablero con los colores propios de tal e interesante juego en ningún despacho de gentes así de significadas. 

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