Opinión

Releer a Max Aub

En su “Manual de historia de la literatura española” publicado por Akal en Madrid, en 1974, recuerda Max Aub los nombres de Rafael García Serrano que, con independencia de su adscripción política, fue excelso novelista. Y con el de García-Serrano el de José María Gironella que disfrutó de enorme éxito editorial casi todo a lo largo del franquismo. Ambos, afirma Max Aub, “quisieron representar la faz nacionalista de la Gran Guerra Civil. Fallan. el primero por sectarismo; el segundo por ignorancia”.

Como este país es de ida y vuelta, el comentario de Max Aub que, aparte de su valía intelectual y literaria, fue un hombre de honradez acrisolada, acaso debamos echar mano de su aserto para preguntarnos por quienes, en la actualidad, pudieran o pretendieran cumplir, a un lado y a otro del espectro político con tamaños roles como los atribuidos a ambos novelistas. La sombra del ciprés ciertamente es alargada.

El diario “El Mundo”, al que ahora Pedro J. ya no le hace publicidad gratuita en los debates de las noches electorales (se la hace a “El Español” citándolo al menos una o dos veces en cada una de sus intervenciones… y lo peor es que se lo consientan) sigue fiel a su tradición de ilustrar su cabecera con una frase que apoye la realidad que describa en ese día. El pasado 1 de mayo, la noticia de portada, foto incluida, era la llamada “Operación Libertad” iniciada en los alrededores de Caracas. La frase de ese día era de Tácito: “Ninguno de los que han conseguido criminalmente el poder lo ha usado con rectitud”.

La afirmación de Tácito da para pensar un rato. Al menos en estos momentos en los que se hace difícil ignorar el reverdecer del patrioterismo nacional-católico, seguido y apoyado, desde todas las columnas posibles, por articulistas e intelectuales de toda laya, procedencia y condición. 

No es grato pensar así, pensar que esto que se afirma, el reverdecer franquista (que es cierto que había quedado atado y bien atado) pueda ser real. Tranquiliza, sí, el hecho de haber podido constatar que la adscripción a sus postulados no ha sido la que se esperaba y que, si no se le pone remedio cuanto antes, incluso pueda llevarse por delante al parte del Partido Popular de influencia aznarista por mucho que el ex presidente nos venga ahora con aquello de “ya lo decía yo” y “se veía venir” evidenciando una catadura moral que no todos suponían.

De todos esos articulistas, de todos esos volandistas, tan distantes de los del llamado “sindicato de la ceja”, pero muy próximos a uno por considerar denominándolo el de “los cejijuntos mal encarados” habrá que empezar a discernir entre aquellos cuya pertenencia al conjunto sea debida al sectarismo que Max Aub relacionaba con García-Serrano y aquellos otros a los que haya sido la ignorancia la que los haya empujado a la hagiografía y el desenfreno no se debería decir que fundamentalmente ideológico sino más bien sentimental y emotivo.

El paisaje actual es ciertamente frondoso. Tanto lo es que incluso se podría afirmar de él que sea tenebroso, pues tantas son las sombras, tantas sus espesuras, desmedidos los vuelos de algunos pájaros y peligrosas las piruetas de ciertos monos empeñados en saltar de rama en rama. 

No se trata de poner nombre e ir señalando con el dedo; quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Sin embargo podemos recurrir de nuevo a Max Aub que durante tanto tiempo escribió estando distante del fragor de la batalla. Desde esa distancia pudo preguntarse: “¿Dejan de ser españoles por escribir en francés Fernando Arrabal o Jorge Semprún?" Lo hace en el Manual ya citado y nos induce a preguntar, a quienes les corresponda responder, si dejan de ser españoles los escritores que lo hacen en gallego o catalán, en euskera o incluso en la norma andaluza que defiende o defendió Vaz de Soto en su momento.

En ese mismo “Manual de historia de la literatura española” Carlos Barral sale retratado de esta guisa: “Señorito y marxista, como hoy se debe ser, sobre todo en Barcelona. Personaje de sí mismo, disparejo, entrañable; gusto seguro y poco compartido”.

Según leo descripciones como las citadas me entran ganas, por cierto que en absoluto irreprimibles, de poner nombres actuales a los catalogados de tal modo. Pero prefiero dejar al libre arbitrio de los lectores la elaboración de la posible lista de afectados. Son tiempos estos para releer a Max Aub, ahora que al parecer a algunos tanto les duele España. A unos les duele la faz nacionalista de quienes ganaron la guerra, pero perdieron la paz. A otros aún les duele la derrota. Pero aun hay más. De nuevo Max Aub. Tomén nota y busquen similitudes: “¡Eh, Dámaso Alonso! ¿Y nuestra España? ¡Sí, la nuestra: la de Rafael, la de Jorge, la de Vicente, la de Federico (...)?” Y todavía hay más, según Max Aub, claro: “Guillén en casa. Ejemplo de su generación: no querer comprometerse. A la defensiva. Sí y no. Olfato crítico finísimo. Parten un pelo en el aire.“ Busquen equivalencias actuales, puede que así eviten el hecho de tener que leer, que releer a Max Aub. Se avisa de que se trata de un ejercicio de alto riego.

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