Opinión

Las vírgenes condecoradas

Tengo un tenue, vago recuerdo de la entronización de la Virgen de Fátima en la que supongo que seguirá siendo su parroquia de O Couto. Me refiero a la iglesia que está cercana al campo de fútbol que siempre fue llamado como el estadio del mismo nombre, a pesar de los intentos de hacer desaparecer su pista de atletismo que ciertamente lo convertía en un stadium y de hacer surgir en la conciencia pública la convicción de que ser era el Estadium José Antonio. El primer intento de los dos citados creo que triunfó; el segundo también, pero poco. Cuando el equipo de la tercera ciudad gallega suba a primera habrá que ir a comprobarlo.

No se rían. De los no considerados, primero, lo hizo el Pontevedra. Fue en tiempos del hai que roelo, cuando el equipo era llamado proletario en Radio Pirenaica solo porque Cholo, su defensa central, conducía el trole que iba de Pontevedra a Marín, en trayecto de ida y vuelta. Después también lo hizo el Compostela, en otros tiempos en los que lo que había que roer era el duro hueso de Caneda, aquel presidente hasta ahora irremplazable. Después, que yo recuerde, ya no hubo más equipos gallegos en primera. Corríjanme si me equivoco.

Pero hablábamos de la Virgen de Fátima cuya entronización (o coronación) se me mezcla con la presencia del Padre Peyton en la Praza Maior. El Padre Peyton, el del rosario en familia, se pasó el día vociferando su eslogan preferido ante la multitud que lo aclamaba enfervorizada. ¿Cuál era su eslogan? Era el que afirma que la familia que reza unida, la familia que así lo hace, permanece unida. No sé si lo recordarán algunos de ustedes. Yo sí. Entonces era un chiquillo, pero ya me producían temor las verdades contundentes. Recuerdo que me asomé a la plaza desde la esquina de los almacenes Alfredo Romero. Me dí la vuelta de inmediato ante tanta algarabía; a lo mejor fue a causa del fuerte acento norteamericano de aquel ministro de El Señor entonces para mi desconocido.

En aquellos días yo estudiaba en los salesianos y mi virgen era la acogida bajo la advocación de María Auxiliadora, como es fácil suponer. Ya me había causado algún problema la irrupción de la de Fátima y ahora venía aquel yanqui orondo, yo así lo recuerdo, a causar mayor conflicto del ya habido con su rosario en familia y su pregón a favor de no sé cuántas advocaciones virginales.

Ahora que ya afronto la última vuelta del camino, cuyo final ruego a cualquiera de esas vírgenes que me resulte distante y plácido, se me vuelven a presentar de nuevo los mismos conflictos de mi infancia. Lo que no sé es si será porque yo apenas haya madurado o que, quien así me los ofrece, sea él el que no lo haya hecho porque, estoy convencido, la sociedad en la que los dos hemos crecido sí lo ha hecho y se sonríe por lo bajo.

Lo cierto es que no hay dos sin tres. La Virgen de los Dolores ha recibido, o lo hará pronto porque ya se la han concedido, la Cruz de Plata de la Guardia Civil. Se trata de la Virgen venerada en Archidona, lugar del suceso del famoso cipote que glosó Camilo José Cela. Mejor no evoco el episodio.

A lo mejor confundo vírgenes y secuencias pero, si lo recuerdo bien, ya antes le había sido otorgada la más alta condecoración policial a Nuestra Señora Santísima del Amor, en su categoría de oro al Mérito Policial, por compartir con la Policía valores como la dedicación, el desvelo, la solidaridad y el sacrificio; que eso es lo que precisa la Ley 5/1964, reservándola para ser otorgada a muertos o mutilados en actos de servicio y por dirigir o participar en un servicio policial de transcendental importancia. Lo curioso es que Billy el Niño y Conesa hayan sido situados a la altura de tan virginal advocación al estar igualados en méritos a Nuestra Señora Santísima del Amor que amén de haber subido al cielo en cuerpo y alma no lo hizo mutilada y no es de suponer que tuviese muy buena opinión del servicio de policía de Pilatos.

Ya antes y procedente de las mismas manos que así honraron a las dos vírgenes citadas, al parecer tan distintas entre sí, la Virgen del Pilar, que en principio no quería ser francesa, sino tan solo capitana de la tropa aragonesa -la misma que devino más tarde en Patrona de la Guardia Civil- había sido agasajada con la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Benemérita Institución –por cierto, creada por el Duque de Ahumada para represión de bandoleros y asaltantes de caminos y hoy reconvertida en recaudadora bajo las sugerencias provenientes del ministerio de Hacienda- mientras que la de los Dolores se ha tenido que conformar con la Cruz de Plata, que no está nada mal, pero que hace que la concurrencia se pregunte qué tendrá una virgen que no tenga la otra. Pregunta que se complica sobremanera si se considera la irrupción de Nuestra Señora María Santísima con su medalla de oro al mérito policial en constante conflicto de honores con las otras dos ya citadas.

Imagínese ahora el paciente lector que alguna de las tres tuviese o tenga retribución económica, cual es el caso de una de ellas, y qué tal le sentará eso a las no agraciadas por la fortuna pecuniaria creadora de este agravio comparativo al parecer sin precedentes.

No soy experto en cuestiones de ultratumba pero quizá cuando en su día, que se desea lejano, mucho más lejano de lo que se desea su cese en el ministerio que al parecer dirige con elegante finura y discreción extrema –finura y discreción tantas que producen púdicos sonrojos en las cancillerías europeas- quizá, cuando acceda el señor y pío ministro del Interior, allá en el más allá, a la morada celestial que tanto ansía, se lleve una sorpresa cuando cualquiera de las tres advocaciones marianas, o las tres de consuno, le den con la puerta en las narices. Las advocaciones marianas no son como para tomárselas a broma o prevaricar bienes eternos con fondos del ministerio.

No tenían bastante en la corte celestial con aquel ministro de Franco, perdóneseme si voy a confundir a Arias Salgado con algún otro de aquellos seres angelicales, que llegó a afirmar que bajo su mandato había descendido en un importante tanto por ciento el índice masturbaciones entre la juventud española, aumentado gracias a las oraciones el de liberados del Purgatorio, y venidos abajo el de adulterio y separaciones conyugales; pues bien, ahora viene este nuevo portento de la gobernación y se lía a condecorar advocaciones marianas, que por omisión pudieran se consideradas igualmente rajoyanas, creando no solo un conflicto protocolario de madre amantísima y muy señora nuestra, sino otro y comparativo que ya queda relatado.

¡Y pensar que a Curros Enríquez, autor del hermoso poema “Á Virxe de Cristal”, lo excomulgaron por poner en boca del Creador la afirmación de que “se iste é o mundo que eu fixen que o demo me leve!”.

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