Opinión

No hay atractivo en lo seguro, en el riesgo hay esperanza

El panorama político veraniego no ha dado para mucho, entre chapuzón y chapuzón, asistíamos a disparate tras disparate. La tormenta del “brexit” salvaje con el que amenaza el primer ministro Boris Johnson, incluye su maniobra de suspensión temporal del Parlamento británico, denominado así por todos los medios, aunque técnicamente no es una suspensión como tal, sino que es lo que en Westminster se denomina prorogation, es decir, anticipar el final del período de sesiones del Parlamento y establecer la apertura de uno nuevo, caducando todos los trabajos parlamentarios y abriéndose el siguiente período de sesiones con el Discurso de la Reina, elaborado por el Gabinete, en el que fija el próximo programa legislativo.

 Es cierto que el actual período de sesiones comenzó en junio de 2017 y ha sido el más largo en 300 años. Hasta el propio hermano del primer ministro ha abandonado el Gobierno por sus discrepancias con el Brexit, las últimas semanas ha estado dividido entre la lealtad familiar y el interés nacional. No quiero imaginar que pasaría aquí si fuese factible algo similar, aunque de facto el parlamento español lleva en suspenso bastantes meses. 

Al otro lado del charco, otro iluminado se proponía comprar Groelandia a Dinamarca -afligido por el anuncio de Rusia del descubrimiento de cinco nuevas islas en el Ártico, cosas del deshielo y de la geoestrategia, entre los mares de Barents y de Kara- con rabieta incluida ante el fracaso de la propuesta, no ha tenido desperdicio. 

Tras la cumbre de Biarritz del G7, en plena operación retorno, la presencia española fue más policial que política, Macron baqueteado por los “chalecos amarillos” adquiere relevancia en el liderazgo europeo aprovechando las horas más bajas de Angela Merkel en el ocaso de su carrera política, desde una Alemania que acaricia la recesión económica. Está por ver si serán capaces de saborear las mismas medicinas que nos recetaron a los demás. 

La siempre desconcertante Italia, nos sorprende este verano con la formación del nuevo Gobierno entre el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata, acabando con las esperanzas electorales de Matteo Salvini, dejándolo como el Open Arms, después de que él mismo decidiera tumbar el Gobierno hace tan sólo unas semanas. En casa quizá por aquello que decía Cayo Cornelio Tácito: “No hay atractivo en lo seguro, en el riesgo hay esperanza” seguimos sin investidura y ante un posible domingo electoral en noviembre, en plena vorágine del “brexit” y las anunciadas convulsiones en Catalunya tras la sentencia del Tribunal Supremo. Que anden con cuidado, no vaya ser que se despeñen y repitan metafóricamente la historia/leyenda del niño Infante Don Pedro, hijo de Enrique III de Trastámara. Cuando en un descuido de su cuidadora, o en un movimiento brusco del niño que esta no pudo contener a tiempo, hizo que al asomarse al alféizar de una ventana del Alcázar de Segovia cayese al vacío desde una considerable altura, estrellándose sobre las piedras del foso. En ese instante, trastornada por el horror y el espanto de ver caer al Infante, temerosa del castigo que, a buen seguro, le aguardaba o tal vez cegada por el cariño que profesaba a él o compelida por el remordimiento se arrojó por la misma ventana, para despedazar su cuerpo junto al del malogrado niño, que no había sabido guardar diligentemente. Como decía un compatriota de Macron, nada menos que Charles de Gaulle: “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Te puede interesar