Opinión

El derecho al delirio

En estos días de zozobra percibimos que nada será igual que antes. Para levantar el ánimo, la oscuridad de las tinieblas me ha hecho recordar la entrevista que TV3 le hizo a Eduardo Galeano dos años antes de su muerte. En ella cuenta que el mayor elogio de su carrera lo recibió en Ourense, cuando presentaba el libro ”Espejos”. Un señor curtido por los años, sentado en las últimas filas, de rostro campesino, esculpido pero lindo, modelado por la pobreza y las dificultades de la vida, lo miraba fijamente muy enojado. Al acabar permaneció hasta que se fueron todos los asistentes, y temiendo lo peor, cuando se le acercó con la misma mirada impertérrita de enojo le dijo: ¡Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo! Se dio la vuelta y se marcho sin saludarle, cuando reconoce, le había formulado la crítica más elogiosa que ha recibido jamás, sin darle tiempo tan siquiera a poder abrazarlo. En esa entrevista, con los acordes de un piano, Eduardo Galeano se sienta en un taburete de madera con patas altas, apoya los pies, coge en la mano unos pequeños papeles, se acerca al micrófono, y desde lo más profundo del corazón pronuncia a modo de poesía del alma las siguientes palabras, que hacen honor al tiempo presente:

“¿Qué tal si deliramos por un ratito? ¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible? El aire estará limpio de todo veneno que no provenga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; En las calles, los automóviles serán aplastados por los perros. La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por el ordenador, ni será comprada por el supermercado, ni será tampoco mirada por el televisor. El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas. Se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nada más, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega. En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo. Nadie vivirá para trabajar pero todos trabajaremos para vivir. Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas. Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas. Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos. Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas. La solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo. La muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero. La comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos. Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión. Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos. La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla y la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla. La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda. En Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria. La Iglesia dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte». Serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma. Los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados porque ellos se desesperaron de tanto esperar y ellos se perdieron por tanto buscar. Seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de belleza y voluntad de justicia, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo. Seremos imperfectos porque la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses, pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido, seremos capaces de vivir cada día como si fuera el primero y, cada noche como si fuera la última.” 

Para finalizar dejo otra frase para la reflexión también de Eduardo Galeano: “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres.”

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