Opinión

La matanza de Atocha

El 24 de enero de 1977 fueron asesinados cuatro abogados y un sindicalista, quedando malheridos cuatro abogados más, todos ellos miembros del PCE y de CCOO. Dolores González, que estaba embarazada, además de perder a su marido, perdió también el hijo que esperaba. Hace unos días con motivo de un viaje a Madrid, tuve la irresistible necesidad de acudir a la calle Atocha número 55 y recordar conmovido el cuarenta aniversario de aquel funesto día, en el que perdieron la vida aquellos comprometidos laboralistas. Eran los momentos más duros de la Transición. La incipiente democracia que caminaba hacia las primeras elecciones se tambaleaba encharcada en sangre. 

El país entero enmudeció horrorizado por la execrable masacre. Recuerdo los sollozos de nuestro profesor la mañana del día siguiente, cuando acudimos a clase compungidos por lo acaecido la noche anterior. Una rosa marchita por el frío asomaba en el lateral de la puerta, reclamo de los viandantes que torcían la mirada entristecida hacia el número 55. Una docena de ramos de flores reposaban en la estatua de “El Abrazo”, en la enjuta Plaza de Antón Martín. Curiosamente este último, quien da nombre a la plaza, en el s. XVI,  al conocer la muerte de su hermano Pedro en Granada a manos del hermano de una mujer con quien había rechazado casarse, marchó a dicha ciudad a vengarle. Sin embargo, allí conoció a Juan de Dios, religioso dedicado a la caridad, que le convenció para que abandonara sus planes de venganza. Así lo hizo, y pidió públicamente la conmutación de la pena de muerte del asesino. Algo similar a lo que aconteció con la impresionante manifestación de duelo en aquel ya lejano gélido mes de enero, en la que se temían represalias del PCE todavía en la semiclandestinidad y que unos meses más tarde sería legalizado. 

El ejemplo de civismo envuelto en un sepulcral silencio facilitó las puertas hacia las libertades. En la placa conmemorativa colocada en la estatua por el Ayuntamiento de Madrid, hace diez años, en el treinta aniversario del luctuoso suceso, puede leerse la siguiente frase del poeta francés Paul Éluard: “Si el eco de su voz se debilita pereceremos” . La escultura reproduce el cuadro de Juán Genovés, símbolo de la restauración de la libertad. Como homenaje a quienes murieron en el despacho y a cuantos murieron por la libertad en España. A pocos metros de allí, en el Teatro Español, que preside soberbio la plaza Santa Ana, desde la calle del Príncipe, se anunciaba la representación por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, de “Fuente Ovejuna”, durante este mes de enero. Creo firmemente que los textos de nuestro Siglo de Oro contienen importantes lecciones que, aún hoy, después de tanto tiempo podemos leer desde nuestra realidad. Fuente Ovejuna de Lope de Vega, es sin duda uno de esos textos y trae consigo una verdad devastadora que aún no hemos logrado aprender. Decía Orwell que “cambiar una ortodoxia por otra, no supone necesariamente un avance”, y no puedo estar más de acuerdo. Todo pueblo tiene el derecho y el deber de rebelarse ante la injusticia y la opresión, y sin embargo ha de tener la serenidad y la inteligencia de entender aquello contra lo que se rebela, si no, corre el peligro de ser como ese perro que se lanza a morder la correa que le aprisiona sin percibir siquiera la mano que la sujeta. En 1977 la tuvo.

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