Opinión

Ni segunda transición ni nada que se le parezca

En los últimos días estamos escuchando insistentemente que en este país se precisa con urgencia una segunda transición, cuestión en la que seguramente coincidiremos. Así lo escribí yo mismo en estas páginas el 13/06/2014. Mucho antes de las elecciones generales del 20-D algunos de los principales líderes políticos ya lo venían anunciando. Ahora ya son todos los que claman al unísono como una coral de voces blancas con la misma cantinela. Es curioso que quienes más insisten, por edad, no vivieron la primera. Los que aun siendo niños sí la vivimos, no hemos perdido la memoria y recordamos perfectamente la ilusión colectiva que en aquellos años se palpaba en el ambiente. En circunstancias mucho más adversas que las actuales, con amenazantes ruidos de sables en los cuartos de banderas, enormes presiones a todos los niveles y una situación económica demoledora, con la crisis del petróleo de 1973 todavía latente, una pérdida de 100 millones de dólares diarios de reservas exteriores,14.000 millones de dólares de deuda exterior, lo que representaba un importe superior al triple de las reservas de oro y divisas del Banco de España.

A mediados de 1977 la inflación era del 44%, frente al 10% de promedio de los países de la OCDE. El paro empezó su largo periplo de crecimiento: ya se situaba en 900.000 personas de las cuales sólo 300.000 recibían el subsidio de desempleo. La alarmante situación económica desembocó en un acuerdo entre todas las fuerzas políticas parlamentarias, los Pactos de la Moncloa de 1977. Ese mismo año, líderes con ideas antagónicas fueron capaces de sentarse para dialogar y alcanzar un consenso constitucional, que culminó en la actual Constitución de 1978. Es cierto que con grandes defectos, no exentos de algunas imposiciones, incluso importantes cesiones que la dificultad del momento histórico hizo necesarias y no pudo impedir, pero cuyo objetivo principal era dejar atrás una dictadura para intentar atisbar la democracia. Es injusto a toro pasado descalificarlo; la responsabilidad actual consistirá en todo caso en tratar de mejorar lo construido con el mismo espíritu conciliador. Como reza el epitafio de Adolfo Suárez en la Catedral de Ávila: “La concordia fue posible”. Es un sarcasmo intentar comparar el momento presente con el anhelo democrático de la Transición. Como un espejo bruñido, se perfilaron discusiones transparentes, en cuyo contenido las ideas y el respeto al adversario político estarían presentes en Sus Señorías. Todas las cartas se posaron encima de la mesa.

El nivel de los debates de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas fueron realmente excepcionales. Como el epítome de una obra de Sófocles con todas las características arquetípicas de una colosal tragedia griega: personajes nobles, grandiosos, lenguaje solemne, y unos protagonistas que luchaban por un destino inevitable en el intento de mejorarlo, con el afán de acariciar las brisas de la libertad. Ilusión que en estos momentos no se percibe, ni el respeto al adversario político, ni debate y pocas, muy pocas ideas. Más bien se aprecia todo lo contrario, desafección, desconfianza, desencanto, por la putrefacción insostenible de corruptelas a la que hemos llegado y sobre todo mucha decepción ante el espectáculo lamentable al que estamos asistiendo para investir presidente del Gobierno.

Y digo que es un sarcasmo porque cuando escribo estas líneas, ha transcurrido casi mes y medio desde las elecciones, sin que hasta la fecha, que se sepa, dicho por los propios interlocutores, no ha existido el más mínimo diálogo. Hasta el propio jefe del Estado ha quedado descolocado, proponiendo ser candidato a quien declinó serlo sabiendo que no gozaba de los apoyos parlamentarios. No se ha generado un clima ilusionante a los ciudadanos para cambiar las cosas, y hacer creíble que se pueden cambiar. Mucho espectáculo mediático, eso sí, pero vacuo en ideas y de propuestas serias, repleto de reproches. Hablar de segunda transición, cuando hasta el momento los líderes actuales han sido incapaces de sentarse a dialogar, produce mucha frustración en los electores que depositaron su voto en las urnas. En algunas declaraciones se vislumbran claras intenciones electorales, cuando la obligación de todos ellos es la de formar gobierno, para eso les han elegido los ciudadanos. Si son incapaces de formarlo, habrán fracasado y sería inconcebible acudir a nuevas elecciones proclamando un espíritu dialogante con los mismos candidatos. El esperpento vivido con la CUP en la investidura del presidente de la Generalitat, parecía insuperable, y mira por donde que llevamos camino de lograrlo, que ya sería mucho superar.
 

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