Opinión

La nueva piel del Puente Romano

Desde las páginas de nuestra centenaria La Región, se informaba hace unos días que el Puente Romano, uno de los principales emblemas de Ourense, tras procederse a la inauguración de la nueva iluminación exterior del monumento ya luce su nueva piel, que permitirá resaltar su majestuosidad durante las 24 horas del día. Construido en la época del emperador Augusto o en tiempos de Trajano, discrepan otros, los arqueólogos destacan de su edificación el hecho probable de que tuviera el arco de mayor luz de todos los puentes levantados por el imperio romano, una de las causas esenciales de los muchos hundimientos que ha sufrido. En el escudo de la ciudad aparece esbelto, desafiante, junto a una de las torres demolidas en su día, para facilitar el tránsito de carruajes, y con un león rampante con espada.

Como muy bien sabían los romanos, tender un puente representa mucho más que el simple hecho de unir dos orillas. La propia etimología de puente, relacionada tal vez con la de pontífice, título que recibían los emperadores romanos y que heredan los papas, invita a reflexionar sobre el alcance simbólico, casi mágico, que oculta esta antigua y hermosa palabra. Es muy significativo que el euro lo adoptara como referente común en sus monedas, como instrumento de unión, comercio y de progreso, algo de lo que andamos muy necesitados en estos tiempos y que algunos parecen empeñarse en demoler.

Cuando Sancho Panza era gobernador de la ínsula Barataria, un caudaloso río dividía los términos de un mismo señorío. Sobre ese río había un puente que tenía una horca y una casa de audiencia, donde cuatro jueces juzgaban la ley que impuso el dueño del río, del puente y del señorío. La ley era la siguiente: “Si alguno pasare por este puente de una parte a otra, ha de jurar primero a dónde y a qué va, y si jurase verdad, déjenle pasar, y si jurase mentira, muera por ello ahorcado sin remisión alguna”. Cierto día tomado juramento a un hombre, dijo que iba a morir en la horca que allí estaba. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: “Si a este hombre le dejamos pasar libremente mintió en su juramento y conforme a la ley debe morir, y si le ahorcamos él juró que iba a morir en aquella horca y habiendo jurado verdad por la misma ley debe ser libre”. La verdad le salva la mentira le condena. Por la parte que juró verdad deberían dejarle pasar y la que juró mentira debería ahorcarse. Para cumplir al pie de la letra el pasaje será necesario que el pobre hombre se divida en dos partes, mentirosa y verdadera, y si se divide, por fuerza ha de morir y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley reclama. Preguntado Sancho al respecto, resolvió tal dilema, recordando el consejo que le dio Don Quijote la noche anterior a ser gobernador de la ínsula, consistente en que cuando la Justicia estuviese en duda se decantase y acogiese a la misericordia, por tanto, Sancho optó porque lo dejasen pasar libremente, pues siempre es más alabado el hacer bien que el hacer mal.

Sigamos el ejemplo. No nos dejemos dividir ante interpretaciones absurdas que nos conducen al abismo. Los puentes se levantan airosos, desafían impertérritos el paso de los siglos y a la vez que unen orillas, diluyen recelos contenidos. Aprendamos de ellos, adaptemos aquellas antiguas ceremonias que antaño servían para aplacar las furias y levantemos, a través del diálogo, la tolerancia, la generosidad y el consenso, nuevas vías que permitan dar encaje a los problemas que nos acucian. Sin olvidar que el puente, nuestro puente, el de mayor arco de luz, con su nueva piel, en vez de ensombrecernos nos debe iluminar. Al contemplarlo recordemos que sigue siendo símbolo de unión, de poder y de respeto.

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