Opinión

Aniversario de una infamia

Hay fechas que quedan para siempre inscritas en los calendarios de la Historia; también en la memoria colectiva de los pueblos. Señalan un antes y un después. Días de infamia, de terror y de irreparable dolor. Todos los pueblos cuentan con una larga lista de actos infames. Resuenan como ecos a través de los tiempos. Los que fueron testigos recuerdan el día, la hora y el lugar donde estaban. Muy de mañana, la pantalla del televisor mostraba dos grandes torres gemelas, situadas en el centro financiero de Wall Street, envueltas en una densa humareda. La fecha quedó fija en los anales de la infamia: 11 de septiembre de 2009. Y permanece en la memoria colectiva de Estados Unidos, el ataque japonés a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941). Fue, en palabras del presidente Franklin D-Roosevelt, un día que permanecerá en la infamia. Y lo es el 6 de enero de 2021: el asalto al Capitolio, en Washington, al frente de una turba de fanáticos y extremistas radicales. Alentados por el expresidente Trump, rompieron cristales, escalaron muros, forzaron puertas, invadieron el hall del Capitolio y hasta defecaron. Iban en búsqueda del exvicepresidente para colgarlo in situ, comentó uno de los asaltantes. Cinco muertos y numerosos heridos de los cuerpos de seguridad, entre las graves incidentes,

La primera democracia de mundo fue objeto de una abrupta insurrección. Se asaltó el lugar que certifica la voz y y el voto al pueblo; que elige a sus representante. Senadores, Representantes, administradores se refugiaron en un bunker situado en los fondos del Capitolio. El enloquecido asalto no fue tan solo al Capitolio; también a las instituciones democráticas, a sus principios y valores, al poder del voto universal (una persona un voto), y a una Constitución que abre su texto con tres palabras mágicas: We the people (“Nosotros el pueblo”). Una gran red de mentiras (bulos) calificaron las elecciones de 2020 de fraudulentas. Se violó la ley sagrada de la democracia: la igualdad de los individuos, el empoderamiento del sistema democrático que sucumbe con frecuencia a manos de tiranos, autócratas y dictadores.

En los doscientos cincuenta años de historia de los Estados Unidos se han sucedido presidentes de todo pelaje: valiosos, astutos, mediocres. Pero ninguno se resistió, al final de su mandato, a dejar el poder. Acataron la decisión de las urnas y la mayoría popular: We the people. Una excepción: Donald Trump, movido por un superlativo Ego, basándose en una maquiavélica red de mentiras (web of lies, Biden dixit), se negó a aceptar la derrota pese a la palmaria evidencia de las urnas.

En un discurso solemne, dirigido a toda la nación el pasado 6 de enero, el presidente Joe Biden desenmascaró con firmeza las grandes mentiras de Trump: que las elecciones habían sido amañadas (rigged). Pidió a los telespectadores le siguieran en un viaje de memoria al pasado 6 de enero de 2021, Describió el asalto, asegurando que la infamia de tal fecha quedaría recordada en los anales de la historia de EE.UU. Insistió que el asalto fue un “brutal ataque al lugar sagrado de la democracia”. Que fue la primera vez que un presidente no solo perdía las elecciones sino que trató de evitar la transferencia pacífica del poder. Que todo el mundo debe saber la verdad. Todos fuimos testigos de cómo una turba furiosa asaltaba el Capitolio, negando la voluntad mayoritaria del pueblo y subvirtiendo la Constitución. El impulso narcisista de un gran Ego se imponía a la ley y al orden democrático y constitucional. Arrogancia y orgullo: hubris para los griegos de Antígona. Un gran número de los seguidores de Trump ya han sido imputados (725) y una centena condenados, afirmó Biden.

La veracidad de los resultados electorales, concluía Biden, fueron certificados por distinguidos Jueces, por las Cortes de los Estados en disputa y por la Corte Suprema. Añadió Biden en su contundente discurso dirigido a toda la Nación cómo las papeletas del estado de Georgia fueron tres veces contadas; la última vez una a una, a mano, sin alterar los resultados. Que en las mismas elecciones se presentaron senadores, representantes y gobernadores, y se aceptaron llanamente los resultados. Que Trump instigó a los manifestantes a que fueran a la caza de los representantes del pueblo. Que ese día “fue uno de los más oscuro (darkest day) de la historia de su país”. Se libró la gran batalla “por el alma de América” (for the soul of America), recalcó Biden con aplomo y contundencia.

Ya Jorge Luis Borges había celebrado en su Historia universal de la infamia a los famosos réprobos de la Historia y no menos Dante en su famoso Inferno de la Divina comedia.

Parada de Sil

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