Opinión

Bajo la lluvia

Mal día en Ourense: lluvia, niebla, viento, sol apenas y nubes sobre nubes. Nubes altas, nubes bajas, sol moribundo. Un gran cúmulo se acerca a lo lejos, a trompicones, envuelto sobre sí mismo, deshilachado, deshilachándose. Se abre entre otras nubes, ya desplazadas, como rodando, sin control. Y de golpe la lluvia arrecia, salta sobre el asfalto; repiquetea furiosa y forma mínimas burbujas, transparentes, inquietas, esfumadas al instante. Se deshacen sin apenas moverse. Formas fluidas. Evanescentes, azuladas, grises sobre el gris del asfalto Ahora todo es gris; cielo plomizo de nuevo y apenas sol. Sigo caminando (waking in the Rain), y una serie de frases proverbiales se acumulan en la memoria: cantando bajo la lluvia (singing in the Rain) de Gene Kelly, bailando en la lluvia (dancing in the Rain) y hasta el repetitivo y monótono estribillo “de nuevo lloviendo” (raining again). 

Paraguas en mano, con frecuencia volteado, que mantengo con pulso. Sigo caminando. Cruzo la pasarela sobre el Miño, al lado del centro comercial (Mall) Ponte Nova. Y camino hacia las recogidas termas A Chavasqueira. El Miño, tumultuoso, a caudales. Lame con furia los márgenes de su cauce, inundando las charcas al aire libre. Ya bordea la senda que discurre entre A Ponte Romana y el nuevo puente conocido como del Milenio Apenas una gaviota cruza las orillas. Sobre la superficie de las aguas también se mueven las nubes. A trompicones, como las ondas del río que las repite. Camino otro poco. Me paro y siento el tumulto del rio precipitándose a un fin ya sin fin. Como sin control, a su aire. 

Te arropa la nostalgia y una tenue saudade. Ya lo escribió Jorge Manrique allá por el siglo XV. Hizo historia literaria en la corte castellana de Juan II de Castilla, uno de los últimos Trastámara. Escribe Manrique: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en el mar / que es el morir”. La glosa se convirtió en expresión proverbial. Meditación puntuada a modo de intervalos rítmicos Vida y naturaleza confundidas y abrazadas en el aliento de un gran mar: en la fluidez de la existencia, en la grave analogía que perfora todos los tiempos. En un memento mori, sin equilibrio

Te envuelve la apesadumbrada conciencia de quien es uno: ese ir fundiéndose, inexorablemente, en el cauce natural que fluye hacia el olvido. El bullir tumultuoso de las aguas del río repite los celajes grisáceos de las nubes que se mueven alborotadas. Llueve una vez más y sigues, paragua en mano, caminando bajo la lluvia. Y contemplando la fiereza de un rio que esta mañana, como la vida, se desliza a trompicones. Te paras de nuevo, ya en la senda que corre paralela al breve pasaje de la Rua Ribeiriño. La ciudad respira estática, envuelta y arropada bajo una mágica lluvia torrencial, a veces difuminada entre luces y sombras. Miles de existencias detrás de cada ventana, contemplando la furiosa caída de tanta lluvia. Esperando que descampe, que aclare, aunque sea brevemente. Pero sigue lloviendo. Día tras día. El Miño aumenta su fiereza. Apenas mi paraguas sostiene la violencia del intenso chaparrón. Te aturde el desasosiego. O tal vez la dejadez. O la impaciencia ante tanta agua desbordada. Y es ahora el gran poeta portugués Fernando Pessoa el que te describe la clara expresión de su desasosiego. “Soy la pausa entre lo que soy y lo que no soy, entre lo que sueño y lo que la vida ha hecho de mi . . . ”. Llevo meses leyendo a Fernando Pessoa. Hoy también y bajo la lluvia.

A unos metros de la orilla del río un pequeño islote, a modo de piedras amontonadas, negruzcas y, sobre ellas, un frágil negrillo, de apenas tres metros de altura. Se mueve vareado. Roza su ramaje la furia de viento que llega en rachas huracanadas. En los días soleados, lo he visto erguido, abierto su breve ramaje, dando cobijo a un puñado de lúcidos estorninos. A veces, ya el río en calma, lo bordean insistentes puñados de patos salvajes, río arriba. En estos días de intensa lluvia el frágil negrillo desafía la creciente subida del Miño. Apenas unas hojas sobre las aguas testifican el resto sumergido. 

Un islote que apenas forma un puñado de piedras ennegrecidas. Y el arbolillo que en las mañanas plácidas, amansado el río, sereno, acoge en musical murmullo un puñado de aves sobre el ramaje. Esta mañana grisácea del mes de mayo, de lluvia intensa, constante, insumisa, hermana la furia del río con el fluir de las nubes, revueltas, unas sobre otras, desatadas. 

Sigo caminando hacia A Chavasqueira. Pateando sobre el agua, paraguas en mano, enfrentando en mi caminar a una desmayada lluvia torrencial 

(Parada de Sil)

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