Opinión

La ciudad letrada

Cielo gris y copos de nieve sobre el paisaje urbano de Florencia. Apenas sale el sol y un aire gélido estremece las orillas del río Arno. El paisaje desde el puente Vecchio, siguiendo la vista por ambas orillas, es un impresionante cuadro pictórico lleno de fabulosas historias, que delata el nombre de cada puente. El de Santa Trinità nos lleva al impresionante Palazzo Strozzi; el de la Carraia nos acerca, cruzando la Piazza Goldoni, a la Piazza San Lorenzo y a su monumental complejo arquitectónico. Y finalmente, el Ponte A. Vespucci, atravesando varias calles, nos deja al pie del convento y basílica de Santa Maria Novella, regida por los frailes dominicos. Florencia está cruzada de historia. Más aun, es una gran Historia. En todos sus géneros y expresiones: política, económica, social y sobre todo artística y literaria. La lideran durante el trascurso de casi doscientos años (siglos XIV y XV) la familia de los Médicis, los grandes Mecenas y no menos prepotentes banqueros cuyas míticas rentas van a parar, en parte, a promover e inculcar grandes proyectos culturales y artísticos. Un caso ejemplar en la historia de Occidente. 

Seguir la ruta de cada puente hacia el centro de la ciudad, donde se sitúa la catedral de Santa María del Fiore, conocida como il Duomo, es como un caminar expectante, entre el asombro y la maravilla. Como si cada piedra, o cada esquina, amortajara una anécdota ya mil veces contada. Una de ellas, el encuentro de Dante con la singular figura de Beatrice en el camino hacia el puente de Santa Trinità. La acompañaban dos exquisitas damas (due gentile donne) de mayor edad. Cuenta Dante en su relato autobiográfico de la Vita Nuova que ya habían pasado nueve años del primer encuentro, aún siendo niños, Dante con apenas ocho años. ‘Y mientras yo iba caminando calle abajo, narra Dante, ella volvió su mirada hacia donde yo estaba, y quedé asombrado (molto pauroso) ante su gran cortesía y su dulce mirada’ (dulcissimo salutare).  Eran las tres de la tarde, puntualiza Dante, y define tal encuentro y las breves palabras que Beatrice le dirige como una experiencia rayando en el éxtasis, cuasi mística, como embriagado (enebriato). Tal el poder mágico de una mirada que sirve de piedra de toque a uno de los textos más representativos del canon de la literatura italiana: la Divina Commedia. 

Importa diferenciar dos acciones claves: ver y mirar. La primera denota 

una acción superficial, irreflexiva, intranscendente. La mirada, por el contrario, asociada con una experiencia emotiva de quien la dirige y sobre quien la recibe. Establece un complejo campo semántico que enriquece la oposición y el contraste del oxímoron: ‘mirada dulce’, alegre, esquiva, cruel, enigmática, de asombro, de perplejidad y hasta de anonadamiento. Si una imagen vale más que mil palabras, no menos lo será el poder de una profunda e intensa mirada. En este caso, la de Beatrice sobre Dante y las breves palabras de saludo que esta le dirige, una tarde, a las trece horas, en una calle cercana al río Arno, no lejos de la casa de Dante, en su ciudad cuyo gobierno lo forzó al exilio. 

De vuelta Dante a su casa, ya solo en su cuarto, la mirada de Beatrice le sigue atormentando. Se le aparece en el sueño, fulgurante (maravigliosa visione), angelical, continúa Dante en su Vida nueva, transferida a lo divino. De su mano, en esa gran summa que es la Divina Commedia, narra Dante su último viaje ya pasados los años. De mano del gran Virgilio, del Inferno al Purgatorio; con Beatrice, de camino hacia el Paradiso. La alegoría es no menos grandiosa: compendia y congrega en un todo (los tres grandes libros que son los tres cantos) lo humano y lo divino, el mundo físico y el espiritual, lo natural y lo histórico, el comentario moral y el ético. El gran visionario vislumbra ya nuevos tiempos: la desintegración del mundo medieval y las nuevas fuerzas que están derrumbando afincadas creencias. El proceso  histórico es imparable, y lo es la economía de Florencia, un gran ciudad-estado, cuyo ágil mercantilismo y potente economía al frente de los grandes banqueros, que es la familia de los Médicis, están enterrando el viejo sistema medieval de creencias y gobierno.

Dante le hizo frente de la mano de un gran poema. Y pese a fracasar ante las fuerzas del cambio, se perpetúa como una gran maravilla de relato a través de las generaciones. El triunfo del gran poeta y del gran pensador. 

(Parada de Sil)

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